Las vacas sagradas
Es muy difícil que quienes somos carnívoros y disfrutamos de la ingestión de carne vacuna en diferentes versiones culinarias, podamos comprender el culto que la religión hinduista rinde a las vacas. Incluso los vegetarianos de otras religiones, deben asombrarse ante el hecho de que las vacas sean animales sagrados que se pasean como reinas por las calles de ciudades y pueblos de India. En muchos de esos lugares los seres humanos padecen hambre, mientras las vacas se comen no solo el pasto, sino frutas y legumbres que podrían servir para alimentar a esos indigentes. No sé si será verdad, pero se atribuye a Gandhi haber dicho que la vaca es el don que el hinduismo ha legado al mundo. Con todo respeto por Gandhi y por su religión habría que preguntarse ¿con qué objeto? Los dioses y los santos en casi todas las religiones suelen ser invisibles y cuando más son representados en pinturas y estatuas; pero no es fácil admitir para seres de otras creencias, que un cuadrúpedo que tiene becerritos, da leche, se desplaza, come y hace sus necesidades, pueda ser objeto de veneración y como tal protegido de cualquier agresión física u ofensa verbal por parte de los seres humanos.
Cómo será de respetuoso el culto hindú a las vacas que hace algún tiempo una de ellas, en el estado indio de Guajarat, se tragó una bolsa contentiva de 1722 diamantes pertenecientes al joyero Moharabat Sing Gahil. El atribulado joyero no perdió la cabeza: llegó a un acuerdo con el dueño de la vaca, quien se la prestó por un tiempo; la ató a un árbol y esperó pacientemente cada una de las deposiciones de la mamífera. Al cabo de algunos días había recuperado la totalidad de sus diamantes, embadurnaditos con caca sagrada pero diamantes al fin.
¿A qué viene este relato? A que los no practicantes del hinduismo hemos acuñado la expresión “vaca sagrada”, para referirnos a personas, grupos u organizaciones a las que se mantiene y se les manifiesta cierto respeto, pero que son de dudosa utilidad. Tal es el caso de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y más aún el de la Organización de Estados Americanos (OEA) Con respecto a la primera diremos que su importancia y efectividad han ido decreciendo en la misma proporción en que crece el número de países miembros. Aquello es una babel de nombres, lenguas y dialectos y la organización se ha convertido en un archipiélago en el que los países –algunos con menos habitantes que un municipio caraqueño- se adscriben a grupos según su religión, más que por otras consideraciones. En aquel conjunto de bloques que es ahora la ONU, pueden pasar cosas tan insólitas como que Libia presida la Comisión de Derechos Humanos y que en esa Comisión solo 21 países consideren que en Cuba se violan esos derechos, 17 lo rebatan y 12 prefieran hacerse los locos, absteniéndose.
Pero ahí no queda la cosa, en los años 90 ocurrieron numerosos conflictos entre países e internos en algunas naciones, que produjeron sangrientos enfrentamientos por razones étnicas o religiosas. En el caso de Rwanda, la ONU retiró sus Cascos Azules justo el día que comenzó la matanza de los tutsis por parte de los hutus. Unas semanas después más de un millón de seres humanos había sido asesinado y decenas de miles debieron abandonar sus hogares y huir a países fronterizos. En Sudán, donde los musulmanes apoyados por el oficialismo asesinan impunemente a la población cristiana, la ONU discute aún qué hacer. En cuanto a la OEA cuya XXXV Asamblea general acaba de concluir en el estado de Florida, EEUU; en plena reunión le estalló en la cara el caos boliviano sin que pudiera hacer nada para detenerlo, como seguramente no será capaz de hacerlo en el futuro inmediato. Pocas semanas antes había sucedido algo similar en Ecuador y como siempre, la misión de la OEA llegó tarde y sin mucho que añadir a su hoja de éxitos.
En Nicaragua el presidente Bolaños está acosado por la obscena alianza parlamentaria entre la fracción del ex Presidente Alemán, encarcelado por corrupción y luego liberado por manipulaciones políticas; y Daniel Ortega, el no menos corrupto líder guerrillero, ex presidente y sempiterno aspirante a la reelección. Bolaños pide la mediación de la ONU y de la OEA y son los parlamentarios obstruccionistas, esos que le han dado un virtual golpe de Estado a Bolaños, quienes declaran que no les harán ningún caso. Por tales razones nos parece ridícula y hasta infantil la discusión sobre ganadores y perdedores en esta última Asamblea general. La Cuba castrista, expulsada hace décadas de la OEA, hace lo que le da la gana sin que el organismo o sus países miembros -a título individual- muevan un dedo; por el contrario, algunos la apoyan y el nuestro hasta la mantiene.
La ONU y la OEA resultan unas vacas sagradas que a diario se tragan miles de diamantes pero jamás los excretan: son los que utilizan para sostener sus abultadas burocracias. Sin embargo y a pesar de su evidente paquidermismo y en muchos casos inutilidad, el mundo en general y nuestro continente americano en particular, estarían mucho peor si no existieran.