Las relaciones Colombo-Venezolanas: Frágiles pero vigorosas
LAS CIRCUNSTANCIAS
Los eventos que se desarrollaron durante los gobiernos de Hugo Chávez y Álvaro Uribe, cuya previsión a corto plazo queda a riesgo de lo circunstancial y que ahora recién incluye además la denuncia ante la Corte Penal Internacional por parte de Jaime Granados abogado del ex presidente colombiano, además de otra demanda contra la República Bolivariana de Venezuela ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, no pueden hacernos perder la perspectiva del largo plazo pues las relaciones profundas entre Venezuela y Colombia están signadas por una distancia fundamental que ha sido amortiguada por las vivencias fronterizas, por los intereses comerciales y por las decisiones políticas que han sabido tomar ambos gobiernos a lo largo del tiempo. Y esa enfermedad motora padecida principalmente por las élites políticas y los cuerpos burocráticos del Estado, incluyendo por supuesto a las Fuerzas Armadas, ha sido la constante que cual telón de fondo ha acompañado todos los esfuerzos truncos de integración emprendidos hasta ahora por ambas naciones que, como se repite en los libros de texto, poseen una frontera común de 2219 kilómetros, una historia compartida que tiene maternidad y paternidad conocidas, una idéntica lengua que en el caso venezolano es realidad única en cuanto a vecinos continentales (Brasil-Guyana), y que además practicamos cultura y costumbres que los aliños regionales particulares alimentan en un mismo fogón.
Pero por debajo de estos pilares que son el comercio y la cotidianidad fronteriza, críticamente estables, corre un mar de fondo entre ambas naciones que es el de la desconfianza mutua que se esconde en el melifluo y romántico discurso de la hermandad. Parece mentira pero las circunstancias que nos separan pudieran tener mayor repercusión sobre nuestras vidas que las que nos unen. Y esta afirmación que está a contrapelo con lo que comúnmente se señala, tiene raíces históricas con fecha y lugar conocido de nacimiento; se haya documentada in extenso y para intentar desactivar su mecanismo destructivo no hay nada mejor que conocer sus elementos y rutinas de funcionamiento para predecir, hasta donde el intelecto humano lo permite, su desarrollo, y así evitar o controlar sus impactos que se ubican en tres niveles de la realidad: el cotidiano, el coyuntural y el estructural.
La confirmación y constatación de esa tensa realidad nos permitirá establecer con cierto grado de certeza y prudencia una hoja de ruta con control de las variables que constantemente hacen perder los equilibrios políticos, económicos y culturales con base en los cuales hemos logrado sobrevivir sin guerras durante casi dos siglos.
LOS HECHOS
El origen de nuestro distanciamiento se expresa, en principio, en lo territorial, pero posee otra fuente explicativa que es la presencia invasiva de Bolívar en Colombia quien, paradójicamente, la independizó de España. Para más datos, Colombia y Venezuela conjuntamente con Ecuador conformaron en 1821 La Gran Colombia, proyecto que murió en 1831, poco después de la desaparición física del Libertador. Razones históricas y personales explican el nacimiento y consolidación de un sentimiento antibolivariano primero y antivenezolano después, que se encarna en la figura de Francisco de Paula Santander quien conspira por carácter y concepción política, contra el proyecto y estilo del caraqueño universal.
Pienso que esa diferencia ancestral no sería razón suficiente si no se viera acompañada de una actitud “terrófaga” y expansionista de la dirigencia colombiana a través de la historia frente a Venezuela. No es por echar leña al fuego sino para comprender los orígenes del mal que nos agobia permanentemente pues resulta evidente que para Venezuela, Colombia ha sido un vecino invasivo e ingrato. Pudiéramos en este sentido recordar algunas fechas emblemáticas que no son sino las puntas del iceberg de una política calculada y ejecutada a conciencia y permanentemente desde Bogotá.
TIERRA, RÍOS, COMERCIO, MAR Y ESPACIO AÉREO
Tal ha sido históricamente la evolución de los intereses colombianos hacia Venezuela. Si nos acercamos a la documentación y a los hechos, veremos que esos objetivos geopolíticos, a saber, territorio, navegación fluvial (que incluye comercio y transporte de personas), y espacios marítimos y aéreos constituyen los rasgos característicos del desarrollo de una ambición no satisfecha aún del todo.
Primero la separación de la Gran Colombia (1831); luego el proyecto de Tratado Pombo-Michelena (1833); después el Laudo Español (1871); posteriormente el Acta de Castilletes (1900); de seguida el Laudo Suizo (1922); más tarde el Tratado de Límites (1941); también la intentona fallida sobre el Archipiélago de los Monjes (1952), hasta llegar a la incursión de la Corbeta ARC Caldas (1987) en aguas históricas y soberanas de Venezuela.
Baste hasta allí. Estos eventos sumados nos hablan claramente de una constante presión política sobre Venezuela. Esa postura de Colombia, junto a razones de debilidad institucional y política, aunada a nuestro creciente complejo de orfandad y despojo, han conformado más que un prejuicio, que sería una verdad construida a partir de un hecho incierto, una hipersensibilidad, una premisa desde la cual se mira de reojo y con desconfianza nuestro contacto con el vecino occidental. Allá rurales, aquí mineros. Aquí bajo las garras de la corrupción y del hampa. Allá librando una guerra en serio pero, paradójicamente con menos muertos que aquí y con la misma enfermedad campante de la corrupción pero sin el petróleo que aquí brota.
DOS SOCIEDADES MILITARIZADAS
Agreguemos otro detalle: desde sus orígenes ambas naciones, ya sea juntas o por separado, han padecido de un mal compartido, a saber, la presencia excesiva del elemento militar, bien en su forma de caudillo levantisco y redentor que se erige por sobre la sociedad civil, como es el caso venezolano, o de forma institucionalizada de poder que comparte subordinada pero activamente las actividades del Estado como es el caso colombiano. Esa realidad militarizada en ambos casos de la vida civil, a pesar de las diferencias a las que ya se ha hecho mención, explica también en buena medida el concepto que tenemos de las fronteras y de nuestros vecinos puesto que como ya es bien sabido, un primer y exclusivo territorio que se abrogan para sí las Fuerzas Armadas conjuntamente con la Iglesia Católica y otras “misiones” religiosas, es el de las fronteras y los límites, conformando un poder casi autónomo, supranacional, un Tercer Estado como lo definió en su momento Arturo Uslar Pietri.
En el caso venezolano esto es evidente y no más que como ejemplo acotemos que los espacios de la vida democrática desde 1830 a esta parte han sido casi estados de provisionalidad. En el ejemplo colombiano ha sido distinto pues desde la misma fecha a esta parte la institucionalidad ha prevalecido frente a la aparición de regímenes de fuerza, como lo constituye el caso muy puntual en el siglo XX del General Rojas Pinilla entre 1953 y 1957. Existe allí una realidad histórica específica que explicaría la presencia militar de la que hablamos, pero de otra manera, y es fundamentalmente por la existencia del conflicto armado interno.
Golpes de estado en Colombia y Venezuela (cuadro 1)
| COLOMBIA | VENEZUELA |
SIGLO XIX | 1831 Rafael Urdaneta a Joaquín Mosquera | 1835 Santiago María, Diego Ibarra et alli a José Antonio Páez |
1854 José María Melo a José María Obando | 1858 Julián Castro a José Tadeo Monagas | |
1867 Santos Acosta a Cipriano de Mosquera | 1889 Cipriano Castro a Ignacio Andrade | |
SIGLO XX | 1900 José Manuel Marroquín a Miguel Antonio Clemente | 1908 Juan Vicente Gómez a Cipriano Castro |
1953 Gustavo Rojas Pinilla a Laureano Gómez Castro | 1948 Marcos Pérez Jiménez a Rómulo Gallegos | |
| 1958 Junta Patriótica AD, COPEI y Partido Comunista a Marcos Pérez Jiménez | |
| 1962 “El Carupanazo” contra Rómulo Betáncourt | |
| 1962 “El Porteñazo” contra Rómulo Betancourt | |
| 1992 Hugo Chávez Frías, Francisco Arias Cárdenas et alli contra Carlos Andrés Pérez | |
| 1992 Hernán Grüber Odreman, Bandera Roja, Tercer Camino contra Carlos Andrés Pérez | |
SIGLO XXI |
| 2002 Pedro Carmona Estanga, sectores de las FFAA, Fedecámaras, CTV et alli contra Hugo Chávez Frías |
En el caso colombiano primero habría que resaltar las luchas intestinas entre liberales y conservadores que encuentra su punto más álgido en la Guerra de los Mil Días entre 1899 y 1902; la pérdida de Panamá en 1903; la guerra contra el Perú entre 1932 y 1933; la época de “La Violencia” que se enciende en 1948 con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y que aún persiste con la presencia de guerrillas (FARC, ELN), autodefensas, y el narcotráfico que constituye un ejército sui géneris paralelo al de la guerrilla o al institucional pero interrelacionado con ambos así como también con la clase política gobernante y con la sociedad colombiana como un todo. Este fenómeno, el de la guerra en todos sus frentes, ha dado al estamento militar una importancia decisiva y decisoria en la vida política colombiana cuyo epicentro actual, aunque no nuevo, lo constituye la repetida presencia de intereses militares estadounidenses en bases colombianas o el ataque a puestos guerrilleros en países vecinos como es el caso de la operación en territorio ecuatoriano donde cayó entre otros alias Raúl Reyes, Canciller de las FARC, violándose así el principio fundamental de la soberanía de los Estados, o como en su momento ocurrió con la llamada política de “persecución en caliente”.
En conclusión, tanto en Colombia como en Venezuela, por las razones ya expuestas, los militares se han constituido en una casta política que se autodefine como “custodia de la soberanía nacional” con las consabidas consecuencias sobre el gasto militar, las violaciones a los derechos humanos, la presión sobre las instituciones democráticas, la corrupción administrativa, y en suma sobre la cultura política de ambos países.
VECINOS DESCONFIADOS
No podía ser entonces para menos que dos Estados vecinos, desconfiados el uno del otro y además con una exacerbada presencia militar en las actividades políticas cotidianas, llegaran al punto de la escalada del conflicto en el que se encuentran hoy. Hasta ahora no va más allá de los escarceos de sombra que realizaron Chávez y Uribe, con la ruptura de relaciones políticas, económicas y diplomáticas, decidida unilateralmente por el gobierno venezolano frente a las denuncias presentadas más no aclaradas por el gobierno de Venezuela en la Organización de Estados Americanos. Falta aún una respuesta sobre la presunta existencia de 87 campamentos guerrilleros con un aproximado de 1500 hombres que cobijados con el visto bueno, la vista gorda o el desconocimiento del gobierno venezolano, rompe a todas luces con los acuerdos internacionales vigentes.
A estas alturas de la confrontación lo que viene está por verse. Los analistas políticos y los intereses en juego, que son muchos, mantienen una prudente perspectiva en relación a la posesión y ejercicio del nuevo Presidente de Colombia Juan Manuel Santos Calderón y al restablecimiento y funcionamiento de las relaciones entre ambos países. La distancia que separará a ambos mandatarios, Chávez-Santos, está lejos de resolverse a través de paños calientes por más provechosos que la necesidad cotidiana y la coyuntura hagan parecer. Mientras el Presidente Chávez permanezca en el poder, todo seguirá pendiendo de un hilo inestable que incluye, además de las diferencias profundas esbozadas en este artículo, un abismo ideológico y conceptual acerca de la naturaleza del Estado y de las relaciones internacionales unos aspectos de su comportamiento que lo obligan a pasar del odio a los amapuches en menos de lo que canta un gallo por puras razones de calculillo político o electoral.
Mientras que para Colombia el acento está puesto en el progreso, en la política de seguridad democrática y en sus vínculos de dependencia con los Estados Unidos (respice polum), en Venezuela, en cambio, el interés del gobierno está a contrapelo de la historia pues se ubica al lado del socialismo trasnochado de la vieja Rusia o de la Cuba actual y del mausoleo de Lenin y del Ché Guevara, conformando así un novedoso estilo tropical de ejercer la dictadura constitucionalmente y con petróleo para repartir a granel sobre todo en escenarios foráneos para comprar silencios, apoyos y lealtades, como acontece con los Estados Unidos, Rusia, Irán, Argentina, Bolivia, Nicaragua, y un largo etcétera multipolar.
En suma, dos países hermanos, enemistados y en estado de guerra latente, con pérdida brutal de soberanía y de respeto internacional más allá de los beneficios inmediatos que pueda dejar la geopolítica del socialismo petrolero o los intereses que se obtienen a través de la facilitación de territorio para instalar y poner en funcionamiento bases extranjeras.
EL RESORTE SOCIAL
No se deje engañar el lector por las bruscas evidencias expresadas a lo largo de este ensayo. Hay otra realidad que en paralelo corre a estas arterias del conflicto que sin borrar esos orígenes de desconfianza, los atenúa y pone en un segundo plano, y es el de los intereses económicos, la integración cultural, la hermandad fronteriza y las decisiones de Estado. La economía, la cultura y el afecto no obedecen órdenes militares y burocratizadas y por eso es que se explica, como afirmábamos en líneas anteriores, que entre Venezuela y Colombia no ha haya habido guerra en doscientos años de vida republicana. Y es que por distintas razones pero sobre todo por los resortes sociales, que así como amortiguan también impulsan, la relación binacional ha tenido sus gendarmes civiles en los intereses económicos y el afecto integrador en donde las leyes de la cotidianidad y de lo necesario imperan.
Porque lo cierto es que mientras las élites políticas colombo-venezolanas funcionan con sus mutuas prevenciones, las burocracias con sus gramáticos libretos escritos, y los militares con sus hipótesis de guerra, las fronteras y su gente poseen sus clientes, amigos, familias y emergencias concretas. A ello agréguese el ir y porvenir migratorio que ya no es tan sólo “aguas abajo” tanto de mano de obra no calificada como especializada, sino que también por razones políticas y económicas, gente de aquí ha tenido que emigrar a Colombia a trabajar y a buscar el oxígeno que aquí le falta.
Todo esto habría que agregarlo para la comprensión profunda de una relación frágil pero vigorosa, que a pesar de los pesares, y por encima de las huellas dejadas por el pasado, ha sabido construir puentes de entendimiento, colaboración y afecto, y así ha ayudado a sobreponernos a las voluntades biliares y espasmódicas de ciertos personajes que firman documentos a presuntuoso título de dignatarios de Estado.
El futuro es un reto y no un destino. Poner la mirada y la acción en un porvenir común de paz y prosperidad debe ser responsabilidad de los que creemos en la democracia y la integración como centro de un sueño imposible de lograr sin el concurso colectivo de ambas naciones, es decir de cada ciudadano.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
Area, Leandro, y Stockhausen, Elke. El Golfo de Venezuela. Documentación y Cronología. Tomos I (1790-1981), II (1981-1989) y III (1989-1999). Caracas: Universidad Central de Venezuela, Instituto de Estudios Políticos.
Area, Leandro. ¿Cómo negociar con los Países Vecinos (La Experiencia colombo-venezolana). Caracas: Ministerio de Relaciones Exteriores, Instituto de Altos Estudios Diplomáticos “Pedro Gual”, 2000.
Ramírez, Socorro y Cadenas, José María (Coordinadores). Colombia-Venezuela. Agenda común para el Siglo XXI. Bogotá: Universidad Nacional, IEPRI, 1999.
Randall, Stephen. Aliados y Distantes. Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1992.
Vásquez Carrizosa, Alfredo. Colombia y Venezuela. Una Historia Atormentada. Bogotá; Tercer Mundo Editores, 1987.