Las marionetas de Fidel
Nada más obvio que la complicidad de Lula y Chávez. Cuando Chávez no había aparecido en el horizonte, yo conocí a Lula en Cuba. Un Lula con el rostro enrojecido, con un vaso en la mano, casi siempre riendo. Fidel nos presentó varias veces pero era imposible contactar con Lula, así que nunca lo ví más que como un bonachón de ruidoso hablar. Era difícil suponerlo poderoso y triunfante, pero hoy lo es, y también es una persona que, por encima de todo, es leal al proyecto político alimentado por todos aquellos que acudían al caudillo místico que los recibía condescendiente para poner las cosas en orden en los desanimados espíritus.
Sigo creyendo que Fidel tomó su gran decisión cuando cayó enfermo. En un marco histórico importante pero que se desgastaba en el tiempo, Fidel, que sí sufrió una crisis de salud grave, tuvo tiempo de reflexionar sobre su rol en éste mundo de cabezas que lo mantienen todavía vigente en las debilidades de democracias corruptas y deterioradas por los errores de sus líderes. Y decidió que lo oportuno no era ya la isla con los mismos problemas. Lo prioritario era salvar el proyecto.
¿Qué más quedaba por hacer en Cuba? Para eso estaba Raúl, esperando su vida entera. Chávez entra tarde en el juego maestro, y Fidel se impresiona “con su inteligencia”, y con su petróleo. Fidel conoce muy bien a Lula, a Daniel Ortega, a toda esa izquierda que recibe en Palacio patriarcalmente. Chávez es un ex abrupto histórico, un episodio que resucita, un hechizado “útil”. ¿Qué era, entonces, lo que tocaba hacer al caudillo, al maestro, al padre líder?, quién además era el hombre que había estremecido el siglo XX, el “David” glorioso ante el “Goliat” imperio.
Fidel se mejoraba en los altos de Palacio pero no regresaba al mismo espacio pequeño de los cotidianos problemas. Ya no interesaba que lo vieran, ni si triunfaba el proyecto, ni si sus fichas lograban trastocar el poder del imperio yankee. Chávez, el folklórico, el inculto, el venezolano militar, tenía lo que el proyecto necesitaba y lo que Fidel no tenía: a Bolívar y el petróleo.
Fidel escogió co-gobernar Venezuela con el más imprudente de sus herederos. Él sabía que el ALBA significaba petróleo y que Chávez sin petróleo no es nada. Lula es otra cosa. Y Fidel sabe que Daniel Ortega ganó en Nicaragua por esa inanición de liderazgo que es el gran mal de hoy. Con la chequera de Chávez valía la pena decidir así. No puede co-gobernar a Brasil, pero había que controlar a ese teniente coronel salido de la obscuridad cuartelaria.
¿Hacerlo?, sí que lo hace, lo controla. Estimula su mente y obliga a su cuerpo. ¿Hasta cuándo durará el hechizo?, ¿quién controlará ésta personalidad de graves desórdenes cuando falte Fidel?, ¿Lula?, difícilmente, porque es su rival. Fidel es su maestro, y tiene la leyenda y la historia, que es cruenta y dura, pero historia al fin. No retó a un ratón sino a un gigante. Y sigue, entre las paredes de su cuarto de monitores y sueros, el gran titiritero manejando las cuerdas de sus marionetas.