Opinión Internacional

Las guerras olvidadas

Los sucesos de una guerra normalmente acaparan los grandes titulares de prensa en todo el mundo. Las cabeceras se resaltan obedeciendo a su efecto sobre la proximidad de nuestras fronteras, su repercusión en el precio del crudo, la variación que produzca a los números de la balanza comercial. Así vimos que sucedió cuando empezó la guerra del Golfo, también la de Irak. Pero hay guerras de guerras. Unas que no aparecen en los periódicos, porque si la CNN o la BBC no las muestran es como si no existieran, si no pasaran.

No todas las guerras son iguales. Hay guerras que apenas son merecedoras de un comentario casi imperceptible en un rincón de alguna página interior en el diario. Como si su desarrollo no fuera lo suficientemente agresivo ni perturbador como para ganarse un sitio en la notoriedad de los medios. Es un premio de consolación. Se hace referencia más por la cobertura ‘global’ de la prensa, para llenar un espacio, que por la reprobación que puede y debe hacer el mundo en contra de las guerras dondequiera que se den.

Hemos vivido otra Semana Santa y el mundo no ha parado de girar. Quién sabe si el recogimiento templario nos invita a una reflexión sobre la paz, sobre la justicia y las injusticias, sobre la necesidad de reconciliarnos y aproximarnos a las noticias que se dieron para relleno. Es el mea culpa del arrepentimiento por la indiferencia. Es hora de hacer penitencia por las batallas que se libran en el silencio, las guerras olvidadas.

Mientras escribimos, mientras usted lee, en México los secuestros atemorizan a sus habitantes, Cuba acumula desertores y varios artistas, como curando heridas, protestan en un concierto de paz entre Colombia y Venezuela. Haití sigue siendo uno de los países más pobres de la tierra, las fuerzas militares del gobierno chino han matado más de noventa manifestantes, diez, según la prensa china, en apenas tres días en el Tíbet.

Hay que recorrer el mundo para no olvidar que mientras era Jueves Santo, en Sudán, tercer productor de petróleo en África, la desertificación implacable mataba niños. En Ruanda cada día se descubren más fosas comunes producto del genocidio y las Coreas siguen sin aceptar reconocerse y desean la desaparición del contrario. Los exilios masivos de Europa Oriental no tienen cobijo en la otra Europa. La Unión Europea ayuda para evitar la llegada de barcos atestados de gente en busca de trabajo y hogar. Los derechos humanos no tienen cabida en países arruinados o divididos como Liberia o Angola. La represión indonesia ha exterminado más de doscientos mil habitantes de Timor Oriental al tiempo que Arabia Saudita goza de la indulgencia de Occidente ante la discriminación de la mujer a cambio de un barril de petróleo.

Estos conflictos han sido noticia por un momento. Pero el momento también tiene su límite. Hay que buscar la novedad noticiosa para ser noticia. La permanencia en el tiempo aburre, cansa. Y se desaparece la historia buscando otra, una más reciente, más fresca, mientras la vieja queda de repuesto a falta de algo mejor, más impactante, más actual.

Y las guerras siguen pasando mientras bebemos el último sorbo de café antes de alistarnos para la semana. Doblamos el periódico pensando que el mundo está mal pero no depende de nosotros. La repetición de la noticia una y otra vez en el canal informativo nos fastidia y cambiamos el canal para saber quien ha sido el ganador de la Formula Uno en Australia. El día luce generoso y el sol parece tapar la verdad de los países que viven en las sombras. Y nos hace borrar de la memoria las guerras olvidadas.

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