Las democracias alcahuetas
Ninguno de los presidentes o presidentas asistentas al Foro de Cancún tiene la conciencia limpia ante un hecho absolutamente ominoso y abominable : permitir que un dictador repugnante, que lleva cincuenta años manejando con mano de hierro junto a su hermano una isla sumida en la más espantosa desgracia y responsable por la muerte por inanición recién ocurrida de un disidente, tras tres meses en huelga de hambre para reclamar por la vigencia de sus derechos, se paseara sonriente entre la treintena de presidentes electos y hasta se permitiera, en el colmo de la hipocresía y el engaño, mediar para impedir que Chávez y Uribe se fueran a las manos. ¡Él, el verdadero patrón de la Venezuela menguada y promotor de las narcoguerrillas colombianas!
Mientras todos los presidentes y presidentas presentes, desde Calderón hasta Michelle Bachelet, mostraban su inmensa complacencia por departir con el tirano, se habrán regocijado de haberle dado un portado al presidente de Honduras, electo en comicios ejemplarmente democráticos. ¿Qué lección para el recién electo presidente de Chile, Sebastián Piñera? ¿Qué lección para esa izquierda chilena que aún reclama, y con razón, por los desafueros cometidos por un dictador que se no mantuvo cincuenta, sino 17 años en el Poder
La comparación no es baladí. ¿Qué comportamiento hubieran observado los señores del ALBA si el representante de Chile no hubiera sido la señora Bachelet, sino el general Augusto Pinochet Ugarte, quien al día de hoy no estaría cumpliendo cincuenta años mandando esa larga y angosta faja de tierra, sino “tan solo” 37 años? ¿Qué si en lugar de la señora Fernández de Kirchner la Argentina hubiera estado representada por el General Jorge Rafael Videla? ¿Qué, si en vez de Lula, el Brasil brasileiro hubiera sido encarnado en Cancún por el General Garrastazú Medici? Ninguno de los cuales por cierto, y sin que ello suponga exculpación alguna, dejó su respectivo país en el estado de postración intelectual, moral y económica de la Cuba de los hermanos Castro.
¿Qué perversión moral se ha inoculado en las cancillerías de la región como para que practiquen de manera tan descarada la más insólita complicidad con una bárbara y despótica tiranía? ¿Qué sinvergüenzura se ha hecho carne de sus partidos políticos como para que desde sus gobiernos o sus bancadas opositoras les parezca lo más natural del mundo permitir que un tirano estreche su mano ensangrentada a gobernantes condenados a no llevar sus cargos más allá de los estrictos límites que les imponen sus constituciones, respetar sus códigos so riesgo de ser condenados de por vida y luzca la bonhomía de un gentleman mientras un cubano expira su último aliento de desesperación, prefiriendo la muerte que la vida?
Una democracia alcahueta e inmoral como las que permitieron que sus presidentes departieran en la aparente inocencia con un genocida no merece el nombre de tal. Sobre todas ellas sombrea la grandeza de Rómulo Betancourt, un venezolano que le dio su nombre a una doctrina que prohibía mantener relaciones con regímenes dictatoriales. Va siendo hora de recordarlo.