Opinión Internacional

Las cumbres

La realización de alguna reunión internacional sobre una agenda preconcebida
con meses e incluso años de antelación, es lo que en el lenguaje diplomático
se conoce como una ‘Cumbre’. Y se denomina así porque concentra durante unos
días los más altos representantes de los países participantes: Presidentes,
Primeros Ministros, Jerarcas del mundo. Así la participación en ellas y la
toma de alguna posición en particular frente a un punto del cuaderno,
involucra la posición asumida por los ciudadanos de esas naciones.

Pero esto no siempre es así. En ocasiones, quien sabe si en su mayoría, la
población de los países participantes, particularmente en América Latina,
tiene poco o ningún conocimiento acerca de los temas que se tratan, ignoran
sus resultados o, si los conocen, no se sienten ligados a ellos y por tanto
no reconocen o apoyan las medidas suscritas. Unas veces por desconocimiento,
otras quizá por considerar que estos eventos no les aportan soluciones a los
problemas más urgentes que les afectan.

En Latinoamérica el interés por estos encuentros no ha sido considerable,
cada vez con mayor proporción y no sin razón, el poco interés que producen
va desapareciendo. Apenas una mínima élite entiende de qué tratan, y es
probable que a pesar de ello, observen a distancia un acontecimiento que en
pocas oportunidades va más allá de saludos corteses y fotografías entre
mandatarios que se apuran en cumplir el protocolo, a sabiendas de que los
objetivos tratados escapan en muchos casos de lo crucial que debería
tratarse para obtener soluciones a corto plazo en un vasto continente que
requiere gobernantes comprometidos con sus pueblos, que cumplan lo prometido
en sus campañas. Justificarían la participación en tales cumbres de
comprobarse los beneficios recibidos por los pueblos de las naciones que
representan. Entonces, las cumbres adquirirían un sentido distinto para un
territorio tan extenso como problemático.

Sin embargo, esto no sucede. En lugar de discutir si hay bloqueo o embargo a
Cuba, debía proponerse la democratización del país caribeño. En vez de
discutir acerca de la extradición de un terrorista, debía tratarse el
enjuiciamiento a tiempo de mandatarios con visos totalitarios y nexos con el
terrorismo. En lugar de invertir tiempo y dinero de países, en su mayoría
pobres, en banquetes para cruzar palabras lisonjeras entre cabezas de
gobiernos, habría que revisar las cifras de desnutrición en esos mismos
países y evitar el gasto millonario de una cumbre que hoy puede hacerse por
videoconferencia.

La pobreza, las fallas en los sistemas de salud y educación, la carencia de
infraestructura rural, la existencia de guerrillas y narcotráfico, el
abandono de miles de niños, las torturas, la represión a medios de
comunicación, la ausencia de sistemas judiciales imparciales, la violación
sistemática de los derechos humanos, en fin, la permanencia de democracias
frágiles y primitivas o, peor aún, la inexistencia de un estado de derecho,
debían considerarse capítulos de importancia primordial en los encuentros de
este tipo. No ha sido así. A ello podría deberse en gran medida la
indiferencia ante las ‘cumbres’.

A pesar de todo ello, las cumbres no tienen por qué ser malas en sí mismas.

Todo dependerá de la agenda. Cuando los mandatarios acuerden fijar su
atención en los millones de personas que les eligieron como representantes y
encuentren solución para lo impostergable, quizá cada latinoamericano
empiece a desarrollar el interés por ‘Las Cumbres’.

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