Opinión Internacional

Las catástrofes socialistas de Cuba y Venezuela

El socialismo se tardó 50 años en destruir a Cuba, pero apenas necesitó 10 para colocar a Venezuela en la vía de que en menos, muchísimo menos tiempo, se hunda en la crisis terminal que, según Raúl Castro, ahoga a la isla en este momento.

La razón de ello estriba en que, sin petróleo ni otra materia prima de fácil colocación y altos precios en los mercados internacionales, Cuba tuvo que depender del subsidio soviético que, aparte de no dejarla escapar de los límites de la pobreza extrema, la convirtió en una colonia de la URSS pura y simple.

Por ello mismo, en términos de política interna, el liderazgo cubano se comportó de manera austera y prudente, protegiendo, en lo posible, la infraestructura nacional del ácido corrosivo y vandálico del colectivismo, y garantizando que al menos, la sobrevivencia que se representaba en la libreta de racionamiento, se cumpliera.

Pero, igualmente, tampoco se distinguió el socialismo cubano por el dispendio y la corrupción -y no porque no los hubiera-, sino porque siendo escasos los recursos, no era mucho de lo que se disponía en lo que refiere a arrogancia, exhibicionismo y ostentación.

O sea, que todo lo contrario del socialismo chavista y siglo XXI, que habiendo anclado en un país petrolero y en días de auge de los precios del crudo, le permitió a su promotor y factor, Hugo Chávez, contar con inmensos recursos para tratar de hacer con petrodólares, lo que antes, otros revolucionarios y socialistas, habían hecho a punta de carisma, trabajo, esfuerzos, sacrificios y coraje.

Pero, Chávez, de igual manera, avanzó en su proyecto, en un mundo post Guerra Fría, en unas coordenadas donde, ya no existía la bipolaridad, sino el mundo multipolar, que se caracteriza porque ya no hay un superpoder que, vía la ideología o la disuasión política y militar, llame a capítulo e imponga normas y reglas entre los díscolos, entre los espontáneos.

En otras palabras, que el advenimiento del caos, de la anarquía, y sobre todo, de la oportunidad para los audaces que, no dependiendo de nadie porque son ricos de cuna (léase: cuentan con materias primas que exportar y a buenos precios) de imponer las reglas de juego a su antojo.

Y quizá, en ello radicó su perdición, pues sin un bastón de mando del cual depender y obedecer, sin una voz superior que se hiciera escuchar y seguir, en un mundo sin centro y gobernando un país petrolero en época de alza de los precios del crudo, Chávez estrenó lo que podría bautizarse como la primera escuela de telesocialismo o socialismo farandulero y holywoodense, por cuanto, sus escenarios y campos de batalla, no fueron ya las calles, montañas, o sitios de estudio y trabajo, sino los estudios y eventos donde se encontraban las cámaras y micrófonos de estaciones de radio y los canales de televisión.

Fenómeno que no era nuevo y que en muchos sentidos Hitler, Mussolini y Fidel Castro fueron los primeros en aprovechar para difundir sus mensajes y masificar las potencialidades de su realización, pero que Chávez transfiguró en un simple y pintoresco show, donde el centro no es el mensaje sino él, no es el discurso sino el showman, el ancla que está ahí para que se sientan sus dotes de comunicador, de lo que es capaz de hacer en materia de gestualidad e histrionismo, y de mantener al público pegado hasta 8 horas de transmisión radial y televisiva.

Y por ahí se filtran los actitudes y andanadas gruesas, pues de lo que menos se trata, es de persuadir y educar al público en tales y cuales doctrinas, en estas u otras políticas, sino de mantener y subir el rating y con todo lo que entretiene y complace a la teleaudiencia.

Es así cómo, inventó las cadenas, un mecanismo que puede implementar de noche o de día y por el tiempo que se le antoje y que consiste en obligar al expectro radioléctrico venezolano, al público y privado, a seguirlo en sus peroratas que pueden ir, desde discursos incendiarios en los cuales le declara la guerra o embargos a países vecinos o distantes, hasta clases magistrales de marxismo o cualquier otra filosofía, pasando por lecciones de historia y recetas de cocina.

Pero con las cadenas, que también son una forma de desgobernar porque semejante speaker no encuentra tiempo para nada, siguieron los viajes y conquista del espacio exterior (léase: del planeta tierra), que se ha traducido en una catéquesis para convencer a más y más públicos de que Chávez es el heredero de Lenin, Stalin, Mao y Fidel Castro, el restaurador del comunismo y una especie de superhéroe que llegó para salvar a la humanidad.

Y como no cuenta con guerras revolucionarias, ni decenas de años en cárceles y exilios, ni insurrecciones y gestas populares que avalen la pretensión, pues nada como regalar petrodólares, como poner en manos de gobiernos, partidos e individualidades cualquier cantidad de petróleo en metálico que vía ayudas, regalos, donaciones y convenios, dejen claro que, al par de gran caudillo redentor y vengador, Chávez es generoso y bueno.

Por eso, no de cruces y tumbas, sino de bonches y rumbas está sembrada la ruta del chavismo por el mundo, de todo lo que significa buena vida, que siempre es deseable, pero no por el “buen corazón” del monarca que regala lo ajeno, sino del fruto del esfuerzo, del trabajo y la disciplina de los individuos y comunidades.

De ahí que el telesocialismo, o socialismo farandulero o hollywoodense de Chávez, sea también sinónimo de corrupción y despilfarro, de incompetencia y disfuncionalidad, como que, al socaire de las cadenas de ocho horas de radio y televisión, del autoritarismo y la desaparición del caudillo hasta por meses del territorio nacional, han surgido las fortunas personales y los enriquecimientos entre quienes ya pueden llamarse “los revolucionarios más ricos del mundo”.

Y por todo ello, Venezuela es un país que se ha ido desconyuntando, despedazando, destruyendo, devaluando, mucho más rápido de lo que hicieron los hermanos Castro con Cuba, y volando a situarse en el raro e indeseable ranking, de ser de ser el primer país devastado por una plaga que se creía desaparecida: el socialismo.

Por tanto, ya no hay luz eléctrica en Venezuela producto del colapso del sistema eléctrico nacional, escasea el agua como consecuencia del abandono de diques, represas y acueductos, ya casi no hay hospitales públicos y el deterioro de la escuelas, liceos y universidades es de tal magnitud, que se calcula en 10 años operaran al aire libre, si es que operan.

También nos quedamos sin autopistas, carreteras, puentes, caminos vecinales y ciudades limpias, y sin seguridad, como que nuestras principales centros urbanos son de los más violentas del mundo, y el numero semanal de asesinados en Venezuela supera con creces a los que mueren en Irak, Afganistán y Pakistán juntos.

Pero lo peor, al lado de tantas plagas, es que desapareció la Venezuela productiva, aquella que en el campo y los cinturones industriales, producía comida, hierro, aluminio, oro, diamantes, manufacturas y artículos del más diverso rango.

O sea, que ahora somos un país importador neto, con los ingresos que nos permite el único producto que producimos y exportamos, pero no porque PDVSA haya crecido y mejorado sus niveles de rendimiento, sino porque altos precios del crudo le permiten a una industria mediocre y en descenso, suministrar el 90 por ciento del ingreso nacional en divisas.

O sea, solo producimos y exportamos petróleo, y si bajan los precios, o el país al cual enviamos el 70 por ciento de la producción, los Estados Unidos de Norteamérica, decide no tenernos como clientes, entonces nuestro parecido con el agonizante socialismo cubano, es como el de una gota de agua, a otra.

Pero con una diferencia: allá el liderazgo que sustituye al vetusto y agónico, Fidel Castro, el de su hermano, Raúl, reconoce que el socialismo es un fracaso y que habrá que buscar algún otro modelo con que sustituirlo para no decretar que Cuba es un país en disolución.

En cambio aquí, Chávez, lleva su insania a extremos tales. que afirma que el socialismo cubano es exitoso, y por tanto, un modelo a imitar, destinado a salvar a la humanidad y que él hará lo que tenga que hacer para imponerlo en Venezuela.

O sea, que la tragedia venezolana es superior a la cubana, pues mientras en la patria de Martí, el socialismo está terminando con el reconocimiento de sus actuales líderes de que destruyó a Cuba, en Venezuela comienza, con el convencimiento de Chávez de que salvará a la patria de Bolívar y a la humanidad.

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