Opinión Internacional

Lágrimas de cocodrilo

La política no siempre responde a una lógica y menos aún la política
internacional. Un ejemplo patente y patético lo ofreció la Unión
Soviética en los años inmediatos al fin de la Segunda Guerra mundial.

Mientras su canciller Gromyko pronunciaba en la ONU encendidos
discursos de piedad por los judíos sobrevivientes del Holocausto, y
exigía que se hiciera justicia dotándolos de una patria en Palestina;
Stalin desataba en la URSS una persecución y matanza de judíos que
hubiese podido transformarse en un Holocausto parte II, si la muerte
no hubiese decidido llevarse antes al más sanguinario asesino que haya
conocido la historia universal. Inmediatamente después de creado el
Estado de Israel –por resolución de la ONU-éste debió enfrentar a
siete países árabes que le declararon la guerra. Fueron las armas
enviadas por Checoslovaquia (un país de la órbita soviética) las que
ayudaron a la victoria israelí. De pronto la URSS decidió dar un
vuelco a su política en el Medio Oriente y, conjuntamente con el apoyo
a los países árabes, inició una campaña antisemita de inmensas
proporciones.

Los partidos comunistas de todo el mundo se hicieron eco de ella y los
medios que controlaban se llenaron de caricaturas y acusaciones
idénticas a las de los Protocolos de los Sabios de Sion y de la
Alemania nazi. A pocos años del Holocausto no lucía bien ser antijudío
o antisemita, surgió entonces en ese reino del maquillaje y del
cinismo que era la URSS, el término «antisionista».

Hago este recuento porque ya no queda duda alguna del rumbo y cariz
ideológico de la revolución bolivariana y su socialismo del siglo XXI.

El gobernador del estado Lara, teniente coronel Reyes Reyes, realiza
un acto de masas del sector Educación y –en presencia del ministro
del ramo-dice que la educación venezolana debe transformarse para
servir al modelo comunista que la revolución aspira. Y hace ya algunos
días concluyó en Caracas un encuentro de cincuenta partidos comunistas
del mundo, auspiciado por el Gobierno nacional y pagado con dineros
públicos, como todos los ditirambos que se organizan en el país para
alabar a la reencarnación del dios Dionisio. Mientras partidos e
individualidades del mundo –incluso aquellos que aún lamentan la
muerte de Stalin-sienten vergüenza de llamarse comunistas y utilizan
el subterfugio de socialistas, los criollitos van con todo: comunistas
¿y qué? Muchos de esos comunistas vernáculos, fanáticos hoy del
proceso chavista como ayer del estalinista, fueron en los años 70
loros repetidores de las consignas antisemitas (antisionistas) de la
URSS y siguen en eso aunque ésta haya dejado de existir. Lo grave es
que ahora lo hacen desde el gobierno.

Si unimos a esto la desesperación del presidente Chávez por ingresar
al Consejo de Seguridad de la ONU (para lo que se necesitan votos) uno
puede entender el trasfondo real del sentimentalismo de utilería del
jefe del país y de sus subalternos, por la confrontación en el Medio
Oriente que ha causado muertes y destrucción tanto en el Líbano como
en Israel. Esas lamentaciones por las muertes de civiles viniendo de
un militar que debería saber cómo son las guerras, que vive hablando
de la suya propia, que acaba de importar miles de fusiles Kalashnikov
para armar a las milicias revolucionarias y que no tuvo reparo alguno
en comandar un golpe de Estado en el que murieron decenas de
inocentes; no pueden menos que causar sospechas. Si a eso agregamos
que en esta Venezuela revolucionaria, muere un promedio de ochenta
civiles todas las semanas, por ajustes entre bandas delictivas o
enfrentamientos con la policía, sin que se llegue a saber cómo se
llaman ni quiénes los asesinaron y sin que el primer mandatario se
haya referido una sola vez al tema; se hace más difícil creer que haya
una pizca de sinceridad en esos lamentos.

Las guerras son horribles, especialmente porque mueren civiles; las
normas internacionales aprobadas para aliviar esos males no logran
impedirlos, menos cuando esa guerra es provocada por una organización
terrorista que no respeta norma alguna. Es el caso de la que acaba de
provocar el grupo terrorista islámico Hezboláh, cuyo objetivo es la
destrucción de Israel, pero cuyos embates ha venido sufriendo desde
hace años la población libanesa. El gobierno venezolano ha hecho en
este caso lo que ningún país ni siquiera musulmán, salvo Siria e Irán:
solidarizarse con un movimiento terrorista en contra de un estado
soberano con el que mantiene relaciones diplomáticas. Esa solidaridad
no se ha limitado al discurso sino que se ha traducido en una campaña
de odio y calumnias contra Israel a la que se suman consignas
francamente antisemitas. Los venezolanos jamás imaginamos que algo así
podía provenir de un gobierno, los gobiernos normales intervienen para
impedir que esos hechos ocurran, éste los comete. Es tanta y tan grave
la andanada oficialista que quizá, en estos momentos, la única
comunidad judía más humillada y atropellada que la de Venezuela, sea
la que aún sobrevive en Irán.

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