Ladrones bolivarianos del siglo XXI
Siempre hubo bolivarianos amigos de lo ajeno. Altos mandos gubernamentales que, a la par de clérigos del credo bolivariano, metían ávidas manos en el tesoro público. Ladrones de levita y pumpá. Fariseos que afortunadamente, si así fuese admitido, robaban pero predicaban la honestidad.
Hoy, digamos a partir de 1999, los ladrones bolivarianos sin levita ni pumpá roban a manos llenas y sin pudor. Ofenden al colectivo con exhibición obscena de lo mal habido. El ascenso social es anhelado hasta por los propietarios de grandes fortunas. La fuerza laboral forma parte indivisible del capital. El ascenso, pues, debe darse mediante el esfuerzo creador de riquezas. El trabajo.
Robos descarados como los de Mercal, el Complejo Azucarero Ezequiel Zamora (Caez) y Pdval, sin referirnos a presuntas conexiones con el narcotráfico, reducen a la condición de rateros a todos los corruptos desde que Venezuela es República hasta que emergió la podredumbre del llamado Socialismo del Siglo XXI. Y no puede ser de otra manera. El día que el Bellaco en Jefe juró el cargo de Presidente de la República, declaró paladinamente que de no tener dinero para adquirir alimentos para su familia, saldría a robar. Es decir, otorgó carnet del despacho presidencial a la delincuencia para el desempeño de sus funciones.
La escandalosa declaración se concatena con la sustitución de los mandos profesionales de los organismos de seguridad por oficiales y agentes expulsados por deshonestos. La delincuencia de toda vestimenta y sector cogió la calle. Su acción devastadora se palpa en el número de magullados en asaltos y arrebatones, en las víctimas de secuestro exprés y de muertos en una semana, superior a los “dados de baja” en los frentes contra la narco-guerrilla colombiana.
El desmoronamiento físico del país, la quiebra de las empresas del Estado y el desmantelamiento del parque industrial privado, junto con el asalto a fincas agropecuarias, al sistema de distribución y comercialización de alimentos y la confiscación de viviendas en construcción o en proceso de venta, así como la transferencia de las reservas monetarias a las economías parasitarias de otros países, son daños reparables en un prudente mediano plazo. No así la quiebra de la moral ciudadana, la corrupción implantada como norma social.
Es el más grave daño infligido a Venezuela por el Comandante Bellaco en Jefe. Tanto así que es notorio el estremecimiento gubernamental y el asombro social por las amenazas de un narcotraficante, mientras la “desaparición” de 12 transportadoras de cabillas entre Puerto Ordaz y Ocumare del Tuy, así como que los trabajadores de una arepera bolivariana trajinaban irregularmente los dineros del negocio, pasen casi inadvertidos.
Pero todo no se ha perdido. Se olfatea la rebelión cívica. La transición será traumática. La derrota del Comandante Bellaco en Jefe y su cacocracia, no será gratis. Los comunistas, en su versión Castro-chavista, recurrirán a la violencia tratando saltar por sobre la derrota. Ese es el momento en el cual líderes y ciudadanía han de mostrar temple de tales y aplicar las rigurosas normas constitucionales a quienes pretenderán impedir que el país salga del lodazal donde lo han lanzado.