La venganza de la muchedumbre
I
La búsqueda de la felicidad, además del sustento y de la seguridad, ha marcado el paso del hombre sobre la tierra. Desde los tiempos más remotos hasta estos de Internet y de Nintendo, además del DVD, la felicidad nunca ha radicado en la simple distracción de salir de paseo ni en pasar un fin de semana en el campo, como lo creyó Ovidio, que con la alegría de sus versos olvidó cuán torturantes pueden ser los mosquitos. La felicidad es, fundamentalmente, una aspiración, pero muy compleja y difícil de definir, aunque todos la reconocen cuando se la encuentra. Es más, en tiempos de turbulencia y de confusión, alguno se puede confundir y creer que ya es feliz, definitivamente feliz, porque supuestamente AD y Copei desaparecieron del mapa político venezolano, y con ellos la cogollérica manera de hacer política que impusieron en no pocas zancadas de la historia democrática venezolana. Bájese de esa nube, que la entrada no es gratis.
II
Obviando la realidad y experiencia de la Unión Soviética, el periodista y socialista estadounidense Edward Bellamy alguna vez dijo que los sindicatos, y las recurrentes mafias que los controlaban, serían innecesarios cuando, como lo previó Carlos Marx, los medios de producción pasaran al control del Estado proletario, «entonces los obreros serán los dueños de sus propias factorías».
Se equivocaba, el origen de las élites no garantiza que sus miembros colocarán los intereses de la sociedad por encima de los suyos personales. Cuando Rusia privatizó «el emporio» industrial soviético, los compradores no fueron los trabajadores sino los antiguos jefes de las fábricas, pues se habían valido de sus altos cargos para hacerse de una riqueza personal a la que nunca tuvieron acceso los que sudaban en las líneas de producción.
III
El poder no es más eficiente en manos de una élite ilustrada y prejuiciosa, pero tampoco en manos del pueblo. Ceder a las presiones de la democracia directa es someter a las minorías a la tiranía de la mayoría. Si no fuera por la actuación de una élite judicial, en Estados Unidos todavía habría segregación racial y ya se habría impuesto la obligación de rezar en las escuelas públicas. En Argelia, Afganistán y otros países islámicos es la mayoría la que ha impuesto que la religión sea un apéndice del Estado. James Madison escribió que las democracias puras, en las que el pueblo gobierna en forma directa, siempre son formas de turbulencia y de enfrentamiento, aunque apoyaba el gran principio republicano según el cual el pueblo tendrá la virtud y la inteligencia de seleccionar hombres de virtud y de sabiduría. Pero no siempre se impone la inteligencia, y a la virtud se le ve como algo subsidiario.
Los fundadores de la democracia estadounidense previeron un sistema de gobierno en el cual los votantes seleccionarían líderes de talento superior, el cual mejorarían a través de la discusión y el proceso deliberativo de los cuerpos colegiados. Sin embargo, en los últimos 200 años ha sido casi sagrado suponer que el pueblo es la fuente de la sabiduría y que todo lo que interfiere con su gobierno directo es ilegítimo y antidemocrático. ¿Quién dijo que 5 millones de moscas no pueden equivocarse?
IV
El escritor albanés Ismaíl Kadaré ha dicho que la literatura en sus comienzos necesitó lo que pintor expresionista austríaco Egon Schiller llamó «el muro protector», una tapia que protegía al artista del espectador. Como el público griego hacía mucho ruido, interrumpía el espectáculo y asumía el papel de censor, la tragedia inventó entonces el coro, especie de parlamento que servía para aplacar a la audiencia y permitir que la obra no se interrumpiera. Para derrumbar esa pared, la Revolución Cultural de Mao, primero, y luego todos los comunistas intentaron destruir la literatura y el arte en general. Proclamaron que cualquiera podía escribir un poema o un cuento, pintar un cuadro o componer una sinfonía, que todos somos artistas. Bajo ese semblante democrático se destruía en nombre del pueblo la literatura, el arte. Cuando la pasión actúa sin control, la mayoría oprime a las minorías, al ciudadano que no quiere sobrevivir con una libreta de racionamiento.
V
Como si hubiera tenido la capacidad de ver lo que vendría, José Martí, el apóstol de la libertad, escribió hace más de cien años que «en pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con la mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella». Ay.
VI
Los gobernantes de los países más atrasados de Africa -por lo general ex colonias de naciones europeas muy avanzadas, modernas y cultas- lo primero que hacen es confiscar los automóviles Mercedes Benz, Volvos, y BMW, y con rabia los corren a toda velocidad hasta destruirlos. También expropian las mansiones y en pocos días las convierten en ranchos miserables. Solomon Anthony Joseph Musa, líder de uno de los golpes de Estado que ha sufrido Costa de Marfil en las últimas décadas, tan pronto llegó al poder mató a balazos a quienes le habían pagado su educación, como una manera de borrar la humillación de haber sido ayudado. Cuando los estudiantes universitarios de la Costa de marfil capturan a un ratero haciendo de las suyas en los dormitorios, lo ejecutan. La policía no interviene. Tampoco en los ajusticiamientos populares que son comunes en Guatemala y en Honduras, y desde no hace mucho en los barrios de Caracas.
VII
En muchos sitios, los referendos han sustituido el quehacer legislativo. Los gobernantes electos han quedado pintados en la pared mientras los votantes deciden directamente sobre los temas que más le preocupan. Los legisladores no sólo son obviados, «baipaseados», sino que se les considera usurpadores: una especie extraña que se ocupa, principalmente, de frustrar la voluntad popular. Saber lo que es el catastro no es un requisito para gobernar bien, pero no saberlo tampoco garantiza un mejor gobierno.
Con insistencia se repite que el pueblo nunca se equivoca -Caldera dixit-, no como una observación empírica, sino un precepto de filosofía política democrática. «No se debe ir contra la voluntad del pueblo. Si todos están equivocados, nadie está equivocado». La opción cínica sería que el principio democrático no es que «el pueblo siempre tiene razón», sino que «como el pueblo tendrá que aguantar las consecuencias de las políticas aplicadas, tiene el derecho a elegirlas, aunque se equivoque». La doctrina que se quiere imponer es que el pueblo puede equivocarse, pero nadie es quién para decírselo. Se critica el daño, pero no al autor. Salve César, y amén.
VIII
El referente «pueblo» no implica exclusivamente proletariado, obreros, pobres, chusma o plebe -y como opuestos a burguesía, patronos, ricos, oligarquía o aristocracia-, sino a todos los ciudadanos por igual. La idea de que el «gobierno del pueblo» implica la redistribución de riqueza, la preponderancia de los intereses de los más humildes, la igualación social o cualquier acción para acabar terminantemente con las diferencias de clase o desigualdades económicas es mera propaganda. La democracia real siempre decepcionará frente a la democracia ideal, pero eso también sucede cuando comparamos la vida que llevamos con la que quisiéramos tener.
La «democracia verdadera» es un ideal en el que los componentes liberal, republicano y democrático están presentes y equilibrados, lo cual no existe en ninguna parte del mundo. Es un modelo, una construcción intelectual para señalar los aspectos más relevantes de las democracias reales, y sus problemas y deficiencias, y no para hacer un juicio de valor sobre ellas.
IX
El diccionario define oclocracia como gobierno de la muchedumbre, pero es en realidad el gobierno de la turba y del griterío. La oclocracia no es sólo degeneración de la democracia, sino también su peor enemiga, pues facilita las reacciones de la plutocracia y del militarismo, que aparecen con las banderas del orden y de la salvación de la patria. La debilidad del poder y la tolerancia ante las audacias del populacho son las causas más frecuentes de inestabilidad social y antesala de dictaduras. La experiencia más frecuente es que a la oclocracia la suceda el despotismo derechista, que a veces conserva el halago verbal a la plebe y la cartilla de racionamiento. Vendo colirio para la visión histórica y terreno recién invadido.