La revolución importa mucho
El régimen del cuarto país mayor productor de petróleo en el mundo, que recibe el 80% de sus ingresos gracias a su exportación, lo cual le permitió durante décadas subsidiar la gasolina, comenzó hace meses a racionar este combustible.
El presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, anunció el embarazoso decreto que restringe el uso de 100 litros de gasolina por mes para vehículos particulares y 800 para los taxistas – manteniendo el precio de 11 centavos de dólar por litro – en una nación que importa el 40% de este carburante. Un cuarto de siglo después de la revolución islamista del Ayatola Khomeini que prometió, tras derrocar la dictadura del Shah Reza Phalevi, un régimen de libertad, prosperidad e independencia económica, el legado es el de un sistema totalitario sin el menor espacio para la disidencia, un 33% de declive en la extracción de petróleo y los mayores índices de pobreza en la historia de ese país.
Irán exporta petróleo que permite conducir a millones de “herejes” europeos – cuyos gobiernos la someten a sanciones económicas por la obstinación de Ahmadinejad y de la gerontocracia clerical de impedir la inspección de sus reactores nucleares, – mientras que sus propios ciudadanos no pueden disfrutar del mismo privilegio. Además, altos subsidios destinados a alimentos y otros productos de necesidad básica, han sido dramáticamente reducidos, la inversión para construir refinerías esta virtualmente paralizada, la inflación y el desempleo aumentan y la miseria se convierte en un problema crónico. Eso no impide que sus dirigentes utilicen los ingresos de petrodólares para un desproporcionado gasto en armamento, en propaganda estatal y en financiamiento de grupos islamistas chiítas como Hezbolá en El Líbano y la Yihad Islámica en varias naciones árabes y musulmanas.
El modelo “revolucionario” iraní, tan afín al ALBA, sí importa, y mucho, porque en su ambición imperialista, no tienen si quiera, como autoabastecerse.