Opinión Internacional

La retroizquierda contra Ingrid Betancourt

Mientras el gobierno francés se prepara a concederle a Ingrid Betancourt la Orden de la Legión de Honor durante la celebración del Día Nacional de Francia, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, anuncia que presentará su candidatura para el Premio Nóbel de la Paz  del 2008, Colombia la declara  heroína nacional y el mundo entero celebra alborozado el milagro de su liberación, pues la retroizquierda venezolana ha comenzado a cuestionarla, a tirarle piedras, poco menos que a decir que era preferible que permaneciera cautiva si su liberación iba a ocurrir de la forma y manera como ocurrió.

Y esa “forma y manera” no es otra que el hecho  que la llevara a cabo el gobierno y ejército colombianos, transfiriéndole, de paso, el mérito mayor, el crédito más importante y fundamental, al jefe de Estado neogranadino, Álvaro Uribe Vélez.

O sea, que según la retroizquierda vernácula, antes de ser liberados, la señora Betancourt y los 14 rehenes rescatados  con ella, debieron pedir la lista de los gobiernos, ONG, partidos,  organizaciones humanitarias, guerrillas e individuos interesados en su libertad, y solo después de meses de estudio y análisis minuciosos, decidir quiénes  merecían alzarse con los puntos que de manera indefectible les iba a significar la hazaña de romperles las cadenas y devolverlos a la sociedad.

Y por supuesto que para la retroizquierda arpa, cuatro y maracas los felices ganadores no eran otros que insignes defensores de los derechos humanos como Alfonso Cano, El Mono Jojoy, Grannobles, Timoleón Sánchez e Iván Márquez, que de nuevo darían muestras de su infinita ternura, amor y compasividad librando de una muerte segura a seres inocentes que dejaban en el infierno lo mejor de sus vidas.

Ah, pero claro que no en solitario, ya que el dispositivo que sin duda se llamaría “Operación Marulanda” en honor al recién fallecido comandante en jefe de las FARC, contaría con la aprobación y respaldo del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien pondrían los militares, expertos, helicópteros, avionetas, dólares y equipos para hacer posible el rescate y dejar claro que la organización guerrillera estaba ganando la guerra, derrotando a los ejércitos de Colombia y Estados Unidos, mientras, de puros buenos, rompían las cadenas   para que los rehenes que los habían “obligado” a secuestrar, regresaran a sus hogares.

Y para eso la “Operación Marulanda” estaría aderezada también con cámaras y micrófonos de radio y televisión, fotógrafos y reporteros de la prensa escrita, cineastas de Hollywood y el Tercer Mundo, embajadores de países amigos como Brasil y Argentina, y de todos cuantos pudieran dar fe del inmenso corazón que anida entre los padres e hijos de la guerrilla más vieja e irreductible del mundo.

Eso sí, sin olvidarse de destrozar a Álvaro Uribe y su gobierno, decir que fue de toda la vida el jefe de los paramilitares y de los carteles de la droga, y que ahora mismo hacía todo lo posible porque los secuestrados se pudrieran en la selva y no volvieran a ver jamás la santa luz del día.

Pero no sin antes demostrar que era capaz de ir a una guerra contra Chávez, Correa y Ortega, revolucionarios que habían desafiado su ira al revelar una preocupación, una obsesión casi por la suerte de los rehenes, como que, desde que asumieron el poder, no hacían otra cosa que trabajar desinteresadamente para que las FARC  los complacieran liberando a quienes jamás debieron merecer tal infamia.

Y así hasta el miércoles de la semana pasada, cuando, mientras Chávez, Correa y Ortega decían que no habrían más rehenes liberados en represalia por la muerte de Raúl Reyes y otras ofensas inferidas por Álvaro Uribe a las FARC, su gobierno y  Ejercito llevaban a cabo la operación que definitivamente es el comienzo del fin del grupo guerrillero.

Y esto es básicamente lo que le preocupa a la retroizquierda, que ha salido rápidamente a decir que fueron guerrilleros sobornados los autores de la hazaña, o cuerpos de inteligencia extranjeros como el Mosad y la CIA que salieron a competir con Chávez, Correa y Ortega en temas de generosidad, libertad, democracia y defensa de los derechos humanos.  
Expresiones estas últimas de un agudo descalabro mental, moral, cultural e intelectualidad que es posible hubiese amenazado con concretarse, si las FARC no estuvieran literalmente en desbandada, al borde del colapso, sin estructura ni coherencia en sus operaciones, sin capacidad de entender siquiera lo que les está pasando, y por  tanto, expuestas a ser humilladas con una derrota inevitable y catastrófica.

Pero que expresa cómo la retroizquierda es un segmento náufrago en el mundo democrático y globalizado, que se niega a admitir que la Guerra Fría terminó y los fenómenos no son más percibidos como abstracciones  cuyos valores no son derivados de la realidad, sino de las ideologías que los encubren, disfrazan y adulteran.

Camino asegurado hacia la caída del Muro de Berlín, del colapso de la Unión Soviética y del socialismo real, pero en el que la retroizquierda se siente más cómoda, aunque la lleve a decir que ni Ingrid Betancourt, ni la liberación de los rehenes por el gobierno y ejército colombianos, ni la popularidad de un 97 por ciento  que hoy disfruta Uribe, existen.

Cuestión de simple cobardía.  

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