Opinión Internacional

La política de riguroso luto

Alfonso López Michelsen acaba de morir en Bogotá. Como cualquier mortal, a los 94 años de edad podía sufrir cualquier cosa, especialmente la inevitable. No debía sorprendernos, pero la simple noticia del hecho nos golpeó profundamente a quienes tuvimos la suerte de tratarlo así fuera con la distancia y el respeto que imponían tanto la diferencia de edad como la jerarquía intelectual y política. Su muerte es una auténtica baja para la política tan necesitada del ejemplo de quienes han sido verdaderos hacedores en el mejor sentido de la expresión. El presidente López lo fue. Se pudo haber estado de acuerdo o no con muchas de sus actuaciones, pero él nunca pretendió ser un hombre corcho para flotar en todas las aguas en busca de consensos artificiales, como suele acontecer con tantos políticos de este tiempo menguado.

Fue Presidente de Colombia en el período 1974-1978, coincidió con el primer ejercicio de Carlos Andrés Pérez en Venezuela. Para esa época yo era presidente de la Cámara de Diputados del Congreso. Esta condición me permitió profundizar en el conocimiento de Colombia y su política, de las particulares circunstancias económicas, sociales y militares que en un clima exacerbado de violencia han condicionado el temple del liderazgo. Entonces lo conocí. Procuré siempre visitarlo en su país o tener la oportunidad de conversar con él en sus cada vez menos frecuentes viajes a Venezuela, país por el cual sentía particular devoción y honda preocupación. Ejerció la presidencia con claridad de propósitos y notable firmeza en el ejercicio del mando. Sin embargo, cuando pretendió volver en 1982 fue derrotado por Belisario Betancour, su viejo amigo y permanente adversario en las luchas políticas y en otras facetas de la vida intelectual y cultural. Por cierto, del segundo conservo intacto también el recuerdo de no pocas conversaciones que terminaban siendo verdaderas lecciones pedagógicas con relación a la vida de nuestros pueblos y sus circunstancias.

Alfonso López Pumarejo, su padre, fue igualmente Presidente de Colombia en dos oportunidades. Su hijo fue heredero de casta bravía, un verdadero rebelde con causa en una de las épocas de mayor fuerza y poder del Partido Liberal, convirtiéndose en uno de los primeros grandes disidentes de ese partido, hoy atomizado y con el futuro peligrosamente comprometido desde el presente.

La vida ha sido generosa al permitirme compartir con varios expresidentes colombianos. También con otros, como Álvaro y Enrique Gómez Hurtado y tantos más a los que bastante debo. Inolvidables las conversaciones con López allá en Valle de Upar, Departamento del Cesar, vecino de Machiques de Perijá. Al compás de los vallenatos de su famoso Festival anual, siendo Gobernador del Zulia, aprendí mucho de su sencillez y hombría. Este “lúcido discrepante”, como lo calificó el Presidente Uribe, hace falta. Liberales, conservadores, terceristas… ¡Todos son Colombia! Nosotros también.

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