La patada histórica al felipismo socialista
Este lunes trece de marzo de 2000, finalizando un invierno seco y un febrero inusitadamente caluroso, algunos grupos y personalidades de primera importancia en España deberían estar poniendo sus barbas en remojo y empezando a revisar a fondo estrategias de acción.
Porque este domingo doce de marzo la sociedad española, totalmente renovada, no sólo echó al cesto de la basura política al PSOE de Felipe González, sino que le dio una muestra de extraordinaria confianza al Partido Popular de José María Aznar al ratificarlo en el poder dándole, además, la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados.
Algo así jamás había sucedido en una España que le ha dado emoción y preferencias, desde finales del siglo pasado, a la izquierda liderizada principalmente por el veterano Partido Socialista Obrero Español, cuya vigencia y protagonismo no pudo ser disminuida ni siquiera por la aplastante permanencia del franquismo a lo largo de cuarenta años.
Tras una rotunda victoria sobre el centrismo de Adolfo Suárez y la derecha de Manuel Fraga, un PSOE rediseñado por el liderazgo entonces fascinante e innovador del abogado laboralista sevillano Felipe González, se mantuvo catorce años al frente de una España que se transformaba aceleradamente desatando día tras día todo lo que Franco había afirmado, petulantemente, que había dejado “atado y bien atado”.
Con espíritu pragmático Felipe González y el PSOE dieron marcha atrás a unas cuantas banderas que, como la oposición al ingreso de España a la OTAN, habían sido puntos de honor, y marcharon adelante en la europeización española, proceso en el cual, sin duda, tuvieron éxito.
Pero, al mismo tiempo, el PSOE de Felipe González no pudo evitar el crecimiento incontrolable del desempleo y que se desatara la corrupción entre muchos de sus dirigentes al establecer además vínculos poco santos con determinado empresariado que lucró enormemente a cuenta de su relación con la cúpula encabezada por González.
Mientras el PSOE se desgastaba en el poder, la Alianza Popular se refundía en un Partido Popular que sumaba la derecha democrática, el centro que la muerte de la incolora alianza alrededor de Adolfo Suárez había dejado sin expresión política y una tímida democracia cristiana que en España nunca ha tenido mayor relevancia.
Manuel Fraga se refugiaba en Galicia y surgía un nuevo líder, joven, moderno, muy bien preparado, poco afecto a la codicia, poco carismático en el sentido tradicional de los políticos y de una frialdad extraordinaria que hace de él un excelente estratega.
José María Aznar y toda una nueva generación de políticos jóvenes y de excelente preparación fueron creciendo hasta derrotar al PSOE por muy escasa diferencia de votos. Impresionados por la fuerza profunda del PSOE, muchos pensaron que Aznar y el PP fueron una simple casualidad y que durarían muy poco. Sin embargo, la eficiencia en el manejo de la economía resultó en todo lo contrario, una lección importante que deberían aprender líderes de nuevo cuño como Hugo Chávez, más rimbombantes que eficaces, porque en la España de Aznar la privatización ha sido casi total y en corto tiempo, la economía es libre y la seguridad social es sólida, eficaz, confiable y respetuosa de la dignidad del ser humano.
Aznar y el PP no sólo se mantuvieron y volvieron a vencer en su primer compromiso electoral a pesar de una feroz, constante e implacable campaña negativa por parte de medios de comunicación tan importantes como los diarios El País y La Vanguardia, y la cadena SER, líder en la radio española, todos ellos comprometidos con Felipe González, sino que ahora obtienen una victoria contundente generadora de una mayoría absoluta que les permite gobernar incluso sin las exigentes alianzas de partidos nacionalistas como la Covergencia i Unió catalana o el Partido Nacionalista Vasco, si así lo desea Aznar –aunque lo más probable es que busque pactos políticos en aras de una labor de gobierno más fluida, no se olvide que Aznar es un extraordinario y práctico estratega.
La derrota de la izquierda española ha sido apabullante, y el Partido Popular no sólo gana la mayoría parlamentaria con más de dos millones de votos de ventaja, sino que el PSOE cae estrepitosamente 58 diputados por debajo del PP y pierde 16 puestos en el Congreso, mientras su aliado, la comunista Izquierda Unida pierde la mitad de los diputados que logró en las elecciones anteriores. Es de recordar que el PSOE e IU habían acordado un pacto de convergencia postelectoral, con lo cual la derrota izquierdista es aún más dramática y contundente.
La conclusión es clara. El pueblo español reconoce el éxito en el manejo de la economía por parte de Aznar y su PP, que supieron llevar a España a ser país líder en el cumplimiento de los estrictos requisitos económicos de Maastrich, líder mundial en inversiones privadas en Latinoamérica, a tener una moneda sólida y mundialmente competitiva, a estar absolutamente preparada para el pase al euro y, lo más importante para la sociedad española, a un éxito envidiable por buena parte de Europa y del resto del mundo: haber cambiado el crecimiento del desempleo, heredado de los socialistas, por el crecimiento del empleo. En los últimos cuatro años de gobierno de José María Aznar, el desempleo ha bajado del 23 al 15 %; y sigue bajando.
El triunfo rotundo desata las manos de Aznar y pone a sus rivales a revisar estrategias. El todopoderoso Grupo Prisa, por ejemplo, dueño de El País, la cadena radial SER, la televisora Antena 3, el canal de televisión por cable Canal Plus entre una impresionante etcétera empresarial, deberá decidir si continua su brutal ataque al gobierno en apoyo al felipismo o si busca un acercamiento con Aznar, e igualmente deberán hacer revisiones los poderosos grupos bancarios, que han venido fluctuando entre relaciones necesarias con el gobierno pero sin abandonar su amistad con el PSOE.
No serían de extrañar cambios políticos del nuevo gobierno con los bancos líderes, no tanto por su crecimiento bancario, sino por su excesiva participación en todo tipo de empresas. La alianza accionaria entre el Banco Bilbao Vizcaya Argentaria con Telefónica de España, no ha llegado todavía a su plena consolidación.
El rey, Juan Carlos I, mucho más afecto a Felipe González que a José María Aznar, quizás deberá revisar sus relaciones y antipatías con el ratificado Presidente, y no estaría demás que hasta llegase a pensar en una abdicación para dedicarse a un merecido descanso y dejar el trono –simbólico pero de gran influencia- en manos del muy popular heredero Felipe.
La revisión más importante, y la que realmente cuenta para los españoles, debería producirse en el Partido Socialista Obrero Español. Bien lo dice su derrotado candidato a Presidente del Gobierno, Joaquín Almunia, hombre de absoluta confianza de Felipe González, cuando afirmó al reconocer el fracaso socialista, que hay que “…iniciar el nuevo siglo con un nuevo proyecto”.
Almunia tuvo la decencia política de anunciar su renuncia irrevocable a la Secretaría General del PSOE, un anuncio claro de que con él cambia también la dirigencia socialista. Se abre un proceso de profundo análisis que, si barre con la desgastada dirigencia encabezada por Felipe González y da paso a nuevas generaciones sin rabos de paja, podría renovar a fondo al PSOE, darle nuevas fuerzas y llevarlo nuevamente a posiciones de competencia.