La insurrección en Honduras
En honduras, en minúscula, pero, desde luego, en Honduras, el País centroamericano en crisis, se cuece una “insurrección” promovida, desesperadamente, por Mel Zelaya, con el apoyo de varios líderes del área, entre ellos, preferentemente, Hugo Chávez, de Venezuela. La Insurrección, en el lenguaje político convencional latinoamericano, es siempre Popular y constituye un instrumento de acción revolucionaria, ideal para romper la estabilidad de regímenes autocráticos o totalitarios, militares, dictatoriales, despóticos, carentes de sujeción a los valores e instituciones propias de la democracia. La Insurrección, invocada para Honduras, ratifica, esencialmente, la condena generalizada que la comunidad internacional hizo del llamado “golpe de estado” del 28 de Junio, mediante el cual se depuso al expresidentes que ahora propicia la insurgencia.
Pero, ¿puede llamarse “insurrección” a la propuesta de Zelaya, mientras se refugia en las fronteras de un País vecino y espera, en medio de un clima tragicómico, en un “campamento” protegido y asistido por aliados muy bien apertrechados (PEDEVESA) en tanto desprecia las legítimas características precursoras del fenómeno –la Insurrección como tal– a la luz de la teoría revolucionaria? ¿Cuenta el líder hondureño con una organización capaz de canalizar la violencia, con fines insurreccionales? Su ascenso original al poder lo logró mediante el apoyo electoral de su Partido –el Partido Liberal— el cual, ahora, le ha abandonado a su suerte. ¿Existen, en Honduras, las “condiciones objetivas” de las que habla el materialismo histórico, para promover una estrategia insurreccional que garantice el éxito de la “revolución”? Lo más probable es que todo cuanto espera Zelaya, en su cálido rincón fronterizo, es, más bien, un “tercer golpe de estado”, neta o exclusivamente militar, que le devuelva el poder que sus propios uniformados le arrebataron y no para ejercerlo por ellos mismos, sino para otorgarlo a terceros, siempre respondiendo órdenes de la jurisdicción civil y en consonancia con la Constitución y las Leyes competentes hondureñas para el caso. Zelaya, entonces, “mete en honduras” a la llamada insurrección y se burla de todas las revoluciones, tanto la muy altisonante del socialismo del nuevo siglo, como de la tradicional Revolución Democrática, invocada por muchos y muy legítimos movimientos populares en Latinoamérica.
¿En verdad, para que sirve la temeridad zelayista (eso es lo que es, una temeridad y no una insurrección) y que es lo que puede lograr, teniendo en cuenta que los factores decisivos de la política hondureña no le van a favorecer en sus propósitos? Constituye un último esfuerzo del “chavismo” en América Central, para expandir a esa sub-región su ánimo expansionista, disfrazado de propuesta ideológica y que, a juicio de la gran mayoría de los analistas, de izquierda y de derecha, comienza ya a decaer, descubierta la identidad personalista del fenómeno y contrastada su ausencia de respuestas a los problemas más álgidos que padecen los jóvenes pueblos del continente. ¿Qué puede lograr?. Un minuto, horas, días, ….años muy difícilmente, de pervivencia, mientras en el ocaso, el sol termina de ocultarse y tras la noche inevitable, surge otra vez el amanecer. Instantes, pues, de recurrencia del pintoresco Socialismo del Siglo XXI, cuya autoría (véase y léase a Heinz Dieterich) ya comienzan a negarle al bufón criollo, quien tendrá, seguramente, que apelar a distinto contexto teórico, en su empeño enfermizo de perpetuarse en el Poder entre nosotros y prolongar su pretensión de dominación hemisférica. Una vez más, pues, la “Insurrección Popular” fue metida en honduras. La negociación, el arreglo o el pacto, que salvará a Zelaya y que llegará en breve, dejará al descubierto la necedad histórica a la cual quiso pertenecer el “vaquero” centroamericano. Y descubrirá, igualmente, la otra necedad en la cual estamos envueltos los venezolanos, quienes bien pronto, también, tendremos que reaccionar como lo han hecho los buenos hondureños.
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