La identidad de Israel como estado judío y democrático
En su libro De Beirut a Jerusalén, Thomas Friedman, columnista y ex corresponsal de The New York Times en el Líbano e Israel, plantea que el desproporcionado interés mediático sobre lo que ocurre en Israel, comparado a otros países del mundo, sugiere una posible percepción inconsciente en Occidente de que el actual Estado Judío es la extensión de la antigua nación bíblica.
Para la inmensa mayoría de los judíos israelíes y de la diáspora, no hay cuestionamiento del derecho de su pueblo a tener un estado en Palestina, nombre que le impuso el emperador romano Adriano a Judea para enfatizar el fin de la soberanía judía en lo que pasó a ser una colonia de su imperio. La generación de pioneros, mayoritariamente judíos seculares, que emigraron a la Palestina turca y británica y los que fundaron al Estado de Israel en 1948, respondía a la vinculación histórica de su pueblo con esa tierra ancestral.
El pueblo judío se identifica emocionalmente con Israel según el fundamento del Antiguo Testamento, y ante el conflicto con los palestinos son variadas las opiniones sobre cuál debe ser la extensión de su territorio y el del futuro Estado Palestino en Cisjordania y Gaza.
Para los musulmanes, la idea de un estado judío en cualquier milímetro del Medio Oriente fue por mucho tiempo un tabú, pero hoy, gran parte de las naciones árabes con regímenes modernos, no teocráticos, se van reconciliando con la existencia de Israel como fait accompli, reconociéndola a nivel diplomático — Egipto y Jordania — o comercial, como Marruecos, Argelia y algunos países del Golfo Pérsico.
Para occidente, Israel es tratado como la democracia moderna y secular que es, y la vinculación a la tierra donde predicó Jesús ha quedado bajo la jurisdicción de las iglesias que manejan autónomamente las zonas sagradas para los cristianos tanto en Jerusalén, como en ciudades como Nazaret y Belén, actualmente bajo soberanía palestina.
La declaración de independencia de Israel establece que el país «permanecerá abierto a la inmigración judía y el crisol de las diásporas [. . .] asegurará la completa igualdad de derechos políticos y sociales a todos sus habitantes sin diferencia de credo, raza o sexo; garantizará libertad de culto, conciencia, idioma, educación y cultura».
Esta simbiosis sui géneris que combina fundamentos históricos del pueblo judío, referencias a sus profetas, consideraciones jurídicas del mundo contemporáneo, así como el acato a los principios de la Organización de Naciones Unidas, son la base que permite definir a Israel como un estado judío y democrático. Israel disfruta de una clara separación de poderes y sus ciudadanos tienen pleno derecho al ejercicio de la política — desde el voto hasta la conformación de partidos — incluyendo al 20 por ciento de sus habitantes árabes musulmanes y cristianos que mayoritariamente votan por tres partidos que hoy los representan en el Parlamento.
La polémica sobre la definición de Israel como estado judío y democrático se agudiza con el paso de los años y hoy una pequeña minoría de israelíes plantea un serio debate al respecto. Algunos académicos conceden que en una democracia contemporánea no le corresponde al Estado identificarse con una religión específica, pero la mayoría de ellos consideran que Israel tiene el derecho de identificarse con el judaísmo al igual que Inglaterra con el anglicanismo o España con el cristianismo, entre otros, no sólo por haber sido fundada como el único hogar del pueblo judío, sino porque lo esencial para la democracia es que mantenga su naturaleza laica e instituciones que sigan tratando a todos sus ciudadanos, sin importar su credo, con igualdad y equidad. Este debate ha sido por años el eje de una tirantez importante entre su población religiosa y secular. Tal como lo demuestra el desalojo de todos los colonos judíos, en su mayoría religiosos, de la franja de Gaza, el secularismo se va imponiendo como lo plantea el novelista Amos Oz cuando describió este evento histórico como «el primer combate entre Sinagoga y Estado en Israel, el primer enfrentamiento sobre la naturaleza del judaísmo del único Estado judío».
»¿Somos principalmente una religión o una nación?», se pregunta Oz. «En este primer round parece que el Israel secular, racional, pragmático prevalece sobre el Israel fanático».
A la madura edad de 60 años le corresponde a Israel confrontar más rounds en la búsqueda de la paz y de su identidad.