La historia no los absolverá
El Tercer Reich nació a partir de esta traición practicada por los adversarios políticos de Hitler, así como de la sensación de impotencia, debilidad y repugnancia que aquélla generó. El factor decisivo fue que en aquel momento la ira y la repugnancia vertidas contra los propios dirigentes cobardes y traidores fueron mucho más fuertes que la ira y el odio de los que era objeto el auténtico enemigo.”
Sebastian Haffner, Historia de un alemán.
Sebastian Haffner, el gran publicista e historiador alemán, escribió con su acostumbrada lucidez que Adolf Hitler jamás hubiera llegado al Poder el 30 de enero de 1933 si no hubiera contado con el inestimable auxilio de la decadencia, la claudicación y la traición de la oposición democrática alemana. Se refería, desde luego, al centrismo católico de von Papen y a la derecha conservadora de Schleicher y Hindenburg, que solícitos le pavimentaran el camino a la Cancillería. Pero también al Partido Comunista y al Partido Socialista Alemán, aquel la principal agrupación de la izquierda marxista europea y éste el más grande partido socialdemócrata del mundo. Ambos surgidos de la misma matriz: Hegel, Marx y el pensamiento alemán del siglo XIX. Quienes, luego de enzarzarse en un verdadero festín de canibalismo fratricida, surtirían de las primeras víctimas a los campos de concentración hitlerianos, inmediatamente después del sospechoso incendio del Reichstag, en Abril de 1933.
Seis meses después, todos ellos estaban aniquilados y el Führer ostentaba, sin fraudes ni trampas electorales de ninguna especie, el 90% de respaldo popular, incluido el de ex comunistas y ex socialdemócratas. Había llegado al Poder mediante impecables elecciones democráticas y se mantuvo en su cargo de plebiscito en plebiscito sin haber perdido jamás la hoy tan cacareada “legitimidad de orígen”. Es el epitome del dictador absoluto con legitimidad de orígen. Aunque las democracias hemisféricas seducidas por el “legítimo” gobierno de Hugo Chávez pretendan olvidarlo. Al extremo que días antes de su suicidio llamaría a la población berlinesa de entre 13 y 15 años a alistarse para defender la capital del Reich de la invasión soviética. Le obedeció el 95% de la población de dicha edad. Sin la derrota que le inflingieran los aliados o con una dosis menor de megalomanía, hubiera dejado el cargo de muerte natural y hubiera sido el Führer del imperio ario germánico tanto como le aguantara el cuerpo.
La razones para una adhesión tan insólita que bordeara la inmolación, son de distinto orden. Van desde causas de profunda sicopatología social hasta el simple agradecimiento. Hitler heredó una nación dividida, derrotada, humillada y al borde de la ruina. Seis años después la había convertido en la primera potencia económica y militar europea y a sus ciudadanos en una masa unida, compacta y sólida, satisfecha de sus logros socio-económicos y feliz del destino expansionista e imperial que Hitler le impusiera y al que se entregara con verdadera pasión. Para comprender la proeza de este terrible Prometeo moderno basta con señalar que obtuvo todos dichos logros, recuperando además la Renania, anexándose Austria y los Sudetes e invadiendo Polonia, como vía para el gran zarpazo a la Europa Occidental que se la trago de una sola zampada y a la Unión Soviética, causa de su ruina, en el mismo lapso durante el cual el presidente Hugo Chávez no puede exhibir un solo éxito material: ha acrecentado la pobreza crítica, ha incrementado el desempleo, ha desatado los índices de criminalidad, ha quebrado al empresariado y ha dividido irreparablemente a la nación. ¿Amarlo? Sólo quienes alientan sus delirios por estricta conveniencia: el entorno por razones obvias y sus masas aclamatorias a cambio de un pollo o una aspirina made in Habana.
De modo que si el paralelo sirve de ilustración a la decadencia de la clase política venezolana, sin cuyo entusiasta auxilio nuestro teniente coronel aún no hubiera salido de la cárcel y cuya claudicación y traición le otorgara patente de corso para atropellar todas las instancias institucionales y acumular el mayor poder político jamás detentado por gobernante alguno de la república – salvo el del dictador Juan Vicente Gómez -, el estrepitoso fracaso económico y social de su miserable gestión hubieran debido aventarlo hace ya mucho tiempo. ¿Sobre qué bases se sustenta tan escalofriante balance?
Sin ninguna duda: sobre la fortuna petrolera en la que chapotea y la práctica inexistencia de una organizada, lúcida, consciente y corajuda oposición política. De lo primero pueda que se encargue el mercado petrolero, que más temprano que tarde terminará por traer los precios a la conveniencia de la reproducción de las sociedades más industrializadas del planeta. Y mientras un Irak democratizado se convertirá pronto en un confiable y abundante surtidor, una Venezuela socialista y dictatorial verá encogerse dramáticamente su capacidad extractora y la rápida pérdida de sus suculentos ingresos.
De la oposición deberemos encargarnos nosotros mismos. Algo está ayudando ya el teniente coronel: al declarar constitucionalmente la naturaleza socialista de este estado autocrático – en eso anda el doctor Carlos Escarrá – y dejar expuestas hasta sus vísceras con qué brutalidad se come eso, habrá empujado a nuestra zarandeada izquierda socialista – desde Bandera Roja hasta Unión, desde el Teodorismo hasta Podemos, desde la confusión anticapitalista de algunos líderes históricos de AD hasta el delirio antiglobalizador del claudismo socialdemócrata – a caer en la cuenta de la urgente necesidad de comprender en qué mundo están parados. Pues hoy, oponerse a la dictadura chavista es oponerse frontalmente a todas las veleidades de un socialismo espurio, añejo y trasnochado. La democracia no admite dobles discursos: libre mercado y prosperidad o estatismo y ruindad. Todo lo demás es cuento. Tanto lo sabe la izquierda socialista europea, que sólo se permite veleidades con dictaduras socialistas de ultramar, como la castrista y la chavista. En casa es capitalista hasta el tuétano. También lo saben Lula y Kichner, que sólo satisfacen su nostalgia socialista respaldando a sus engendros caribeños.
En cuanto a las fuerzas naturalmente llamadas a jugarse la vida por la democracia y el único régimen que permite su supervivencia – el capitalismo de libre mercado y la propiedad privada, su raíz estructural – deberán comprender que están ante una dramática disyuntiva: o reconocen su auténtica identidad y asumen la defensa a ultranza del sistema democrático, al precio de cualquier sacrificio. O pasarán al anecdotario enriquecido por los von Papen y los Hindenburg: constituir una clase política decadente, inmoral y cobarde. Primero Justicia, Proyecto Venezuela, COPEI y todas las organizaciones sociales, vecinales y ONG’s que se reconocen en la búsqueda de una Venezuela moderna, justa, solidaria, próspera y democrática deberán encontrar un mínimo consenso, agruparse bajo una gran tienda y prepararse para el combate final.
La construcción de una izquierda democrática, modernizadora y consciente de su responsabilidad social es una tarea de extrema urgencia. Deslindada de cualquier veleidad marxista y revolucionaria y liberada de las marrullerías, trampas y marramucias del pasado. La primera responsabilidad en esta tarea de renovación y modernización recae en Acción Democrática. Y en ningún otro partido, que los restantes grupos de izquierda, triturados por la densa gravitación chavista, son sombras de la sombra que algún día fueran.
La construcción de una derecha del mismo signo, sin complejos absurdos ni cuentas a rendirle a nadie, salvo al hecho palmario de que el socialismo sólo ha conducido a la catástrofe, la ruina y el matadero mientras todos los logros de la civilización vigente corren de parte de un capitalismo pujante y liberador que ella debiera propiciar – trátese de los Estados Unidos o de España, de Chile o de Alemania, de Suecia, Taiwan, China o Singapur – es la otra gran tarea del momento. El privilegio de su construcción recae principalmente en Primero Justicia y las ONG’s que se reconocen en la corriente de pensamiento democrático, liberal y modernizador.
De esas dos grandes constelaciones de fuerzas reagrupadas en un solo bloque antidictatorial depende el futuro: la Concertación Democrática de Venezuela. Sólo pigmeos políticos pueden creer que ganando algunas curules en consejos y alcaldías le aseguran a nuestro pueblo el camino hacia el porvenir. Ya los veo quejándose y con la cola entre las piernas después de haber logrado la proeza de un 10% de representación comunal, haber conseguido el desprecio de una población opositora mayoritaria a la que no han sabido representar y haber sido atropellados hasta el escarnio por el socialismo reinante. Será el pago que se merecen si no son capaces de quitarse la telaraña de sus ojos.
La historia no los absolverá.