Opinión Internacional

La golilla de un mundo multipolar

Si hay algo que se le debe reconocer a nuestra revolución, sin mezquindades, es su capacidad para enseñar. No lo digo sólo por haber sido capaz de alfabetizar a millón y medio de nuestros compatriotas, ni por haber logrado que terminaran su bachillerato otros centenares de miles que no habían tenido la oportunidad de hacerlo a temprana edad. No es sólo por ello, que ya es bastante meritorio, sino porque además, a fuerza de repetición, han logrado transmitir los conceptos valiosos de la revolución y hacerlos llegar a los oligarcas más recalcitrantes. Conceptos de gran profundidad que han terminado por calar en el alma y las mentes de nuestros ciudadanos. Así, todos sabemos que Jesucristo, el Quijote y Bolívar fueron los grandes imbéciles de la historia y que el brasileño Abreu de Lima fue un gran prócer que se reventó el pecho por nuestra independencia, ¡Quién carajo sabía quién era Abreu de Lima antes que llegara nuestra revolución!

Pero los éxitos van mucho más allá. Aun mentalidades tan obtusas y tan duras para aprender como la mía, han llegado a internalizar los nobles conceptos de nuestra revolución. Así, yo he podido aprender que nuestro proyecto bolivariano tiene cinco ejes: político, económico, social, territorial e internacional. Y puedo recitar los objetivos estratégicos de cada uno. Como ejemplo vean: En lo político, democracia participativa y protagónica, y quién podrá negar que ahora manda el pueblo, lo último que le ordenamos a nuestro líder fue poner en su sitio a Vicente Fox y el líder obedeció.

Pero al eje que quiero referirme en esta nota es al internacional. Sus objetivos son fortalecer la soberanía y lograr un mundo multipolar. ¿Quién puede negar, aquí o en Pinar del Río, que ahora Venezuela es soberana? ¿Quién será tan bellaco para negar que el país tiene un presidente reconocido y mentado en todos los medios de comunicación a lo largo y ancho del planeta? Nadie, son hechos incontrastables y están ahí como evidencia ante cualquier discusión.

Pero lo que es notable y destacable es el papel de la multipolaridad. El mundo no puede basarse en un solo centro, tiene que ser diverso, respetando todas las culturas y todas las posiciones. Por eso es que en vez de negociar con transnacionales y someterlas a procesos licitatorios largos y complejos, como en tiempos de la nefasta cuarta república, la revolución prefiere asignar los proyectos a dedo. Y no a empresas sino directamente a países, para que ellos seleccionen sus empresas privadas que nos atenderán.

Así tenemos nuestra multipolaridad perfectamente definida. Por ejemplo, si se habla de puentes el polo corresponde a Brasil, país que selecciona a Oderbrech, evitando licitaciones innecesarias. Como evidencia tenemos las dos obras que está haciendo esta empresa en el Orinoco. La semana pasada nuestro máximo líder ofreció un segundo puente, con túnel incluido, sobre el lago de Maracaibo, proyecto que ha meditado profundamente durante siete años de gobierno, para los que lo acusan de impulsivo. Pues bien, yo apuesto fuerte contra mediecito a que adivino cuál será el polo que va a construir ese puente.

Si queremos construir un desarrollo nuclear, no vamos a caer en el pérfido vicio de las licitaciones, que ganarían grandes empresas francesas y norteamericanas que han construido decenas de centrales. No, para eso tenemos el polo iraní o el argentino. Si se trata de armas, tenemos los polos ruso y español. Para la caña de azúcar tenemos el polo cubano, que nos enseña que en la isla todo el azúcar se lo llevó Celia Cruz.

Y así, vamos saltando de polo a polo, mientras estas empresas y países se ríen con satisfacción y disfrutan con tanta golilla.

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