Opinión Internacional

La fragilidad ”desestabilizante” del régimen saudita

Uno de los objetivos básicos del terrorismo fundamentalista de Osama Bin Laden es la desestabilización y derrocamiento de los gobiernos pro occidentales en el mundo islámico como Arabia Saudita, Egipto, Jordania, Kuwait, Pakistán, Omán y los Emiratos del Golfo Pérsico. Los atentados del 11S estaban diseñados para provocar una reacción norteamericana indiscriminada en Afganistán y en otros países islámicos, con muchas víctimas civiles, que fomentase la imagen de una guerra de civilizaciones entre Occidente y el Islam. En efecto, el llamado de Bin Laden a la “jihad “contra los infieles pone en dificultades a los gobiernos de la región, aliados de los EEUU. El eslabón más débil y más preciado es Arabia Saudita. La monarquía de la Casa de los Saud basa su legitimidad en el mantenimiento estricto de la ley islámica (Sharia), de acuerdo a las enseñanzas de Muhammad ibn Abd al-Wahhab, quien fundó, en el siglo XVIII, la secta de los Wahabitas en el Nejd, la región central de Arabia Saudita y “patria chica” de los Saud. El wahabismo es una de las interpretaciones más fundamentalistas del Islam sunita. Sin embargo, la clase dirigente de Arabia Saudita, empezando por buena parte de los miembros de la Casa Real, es ampliamente conocida por su corrupción e hipocresía, particularmente en los bares y hoteles de París, Londres y Nueva York. A partir de la Guerra del Golfo, en 1991, un contingente militar norteamericano ha permanecido en territorio saudita para prevenir una potencial agresión proveniente de Iraq e/o Irán. Pero, esa misma presencia fomenta y favorece la formación de una explosiva coalición antimonárquica integrada por los sectores nacionalistas, que resienten la dominante “protección” de los “aliados” y el fundamentalismo islámico opuesto a la “occidentalización” cultural y a la presencia de tropas de infieles en el territorio “sagrado” del Islam: la patria del Profeta y las ciudades santas de la Meca y Medina. La estabilidad de la monarquía saudita también ha sido favorecida (las malas lenguas dirían “comprada”) por la enorme riqueza petrolera, que ha permitido “malcriar” al pueblo saudita. Sin embargo, el precio del barril de petróleo debería estar entre 90 y 100 dólares para recuperar el mismo poder adquisitivo real que tuvo en 1980, y en estas dos décadas la población del reino ha aumentado considerablemente. Por tanto, ha habido un relevante empobrecimiento relativo del país.

La crisis económica mundial, acelerada a partir del 11S, hace prever una época con precios del petróleo todavía más bajos. Los atentados explosivos en la base militar Rey Abdul Aziz, cerca de Dharam, donde murieron 24 soldados norteamericanos y en la propia capital Riyad, a mediados de los `90 y recientemente en Al Khobar, con dos víctimas norteamericanas, demuestran la fuerte presencia del terrorismo fundamentalista en el reino, “curiosamente” la mayoría de los secuestradores del 11S tenían la ciudadanía saudita. Para colmo, en estos días, un grupo clérigos de la secta wahabita, liderizados por el influyente Sheik Hamoud bin Oqla al-Shuabi, están propagando la tesis de que los musulmanes tienen el deber de participar en la “jihad” contra los infieles que atacan a Estados islámicos. Sheik Hamoud ha ido más allá afirmando que: “ Quien apoya al infiel que ataca musulmanes es considerado un infiel.” Lo cual podría interpretarse como una “excomunión” de la Casa Real. La fragilidad del régimen saudita se hace cada día más evidente. Osama bin Laden y su al-Qaeda, han logrado hacer lo que han hecho, apoyándose fundamentalmente en la protección del gobierno de Afganistán, un país relativamente poco significativo en la geopolítica mundial. Los efectos en el sistena internacional del potencial advenimiento de un régimen radicalmente antioccidental en Arabia Saudita, harían palidecer las enormes consecuencias que tuvo la caída del último Sha de Persia.

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