La doble lección de Yamaguchi
Tsotomu Yamaguchi era un joven ingeniero a quien su compañía envió de Nagasaki a Hiroshima en misión de trabajo. La guerra había recrudecido entre Estados Unidos y Japón, luego de la derrota del Nazismo en Europa, y el presidente de país enemigo había hecho un ultimátum de rendición incondicional al Emperador Hirohito.
Yamaguchi no entendió qué sucedió aquel 2 de agosto de 1945 cuando escuchó un estruendo indescriptible, y voló por los aires sintiendo un calor insoportable. Horas después, con quemaduras graves en ambos brazos, vio a toda la ciudad en ruinas, y a centenares de personas despavoridas con sus rostros y miembros calcinados. Desde arriba, los pilotos que habían lanzado la primera bomba atómica solo vieron una llamarada en forma de hongo.
El ingeniero partió a Nagasaki apenas pudo obtener primeros auxilios y siete días después de haber sobrevivido en Hiroshima, mientras contaba a sus colegas de trabajo su terrible experiencia, fue víctima de otra bomba atómica. Esta vez tuvo que ser hospitalizado por varios días.
¿Soy un hombre con suerte, por haber sobrevivido a las 140 mil víctimas en Hiroshima y las más de 75 mil de mi ciudad, o soy un hombre de mala suerte por haber estado dos veces en el lugar y en el momento equivocado? Esa pregunta perturbó a Yamaguchi por el resto de su vida.
En 2005, después de la muerte por cáncer de su segundo hijo, también sobreviviente, Yamaguchi contó su historia y al año siguiente fue protagonista de un documental, pero fue recién en 2009 cuando el gobierno japonés lo reconoció oficialmente como “doble víctima” de las bombas nucleares (extraoficialmente se calcula que quizá poco más de 100 personas también estuvieron en Hiroshima y Nagasaki).
“La razón por la que odio la bomba atómica es por lo que le hace a la dignidad de los seres humanos” – expresó en una entrevista Yamaguchi – “No puedo entender por qué el mundo no puede comprender la agonía de estas bombas. ¿Cómo pueden seguir desarrollando este tipo de armas?” Estas palabras las dice un hombre que tuvo la fortuna de vivir hasta los 93 años, pero la desgracia de lidiar, en su propio cuerpo (un prolongado cáncer de estomago) y de ser testigo de las secuelas de la radiación de familiares y amigos.
En 2009 Yamaguchi fue invitado de honor en la conmemoración de la tragedia nuclear en Nagasaki, pero en enero de este año falleció víctima del ataque nuclear prolongado en sus entrañas. Su historia nos lega lo obvio; su incomprensión a la inhumanidad de la humanidad, pero también, el ejemplo de su resilencia (la capacidad que puede tener un ser humano de sobreponerse al dolor y a los traumas).