La dependencia y sus mitos
Entre algunos de los mitos que han resurgido en Venezuela, como perniciosos instrumentos de manipulación, está el mito de la dependencia; somos pobres porque el sistema internacional diseñado por las potencias han decidido condenarnos al atraso como operación necesaria de la expansión y prosperidad de sus economías y del bienestar de sus ciudadanos; hoy la teoría de la dependencia ha cambiado el nombre por globalización. Ante esta visión apocalíptica, el Tercer Mundo está condenado a una condición regresiva y de estancamiento. Somos pobres porque estamos explotados, de modo que ante esa opresión no cabe otra en mano de los nuevos demagogos, que emprender una nueva y definitiva lucha por la liberación política. Chávez es uno de ellos, indigestado de lecturas patrióticas le ha dado tal visión heroica a su vida que la realidad de hoy aunque no se ajuste al modelo arquetípico que ha predominado en sus axiomas, puja por tornar compresible lo real hacia lo intemporal acoplado a su acontecer psíquico de creerse un hombre de destino.
La teoría de la dependencia, que culpa a otros pueblos de nuestras miserias, tiene su origen en el colonialismo, fenómeno complejo que afectó a distintas sociedades. Sus efectos, muchos de ellos negativos como dudarlo, pero lo cierto es que, distintos países pobres del Tercer Mundo nunca fueron colonias, ejemplos: Nepal, Liberia, Tibet. Otras regiones asiáticas y africanas bajo el dominio colonial progresaron y más que otros de la misma región que ya eran independientes: el sudeste asiático.
Otra realidad que aunque queramos negar es un hecho que desafía nuestros mitos, es que muchos de los países del Tercer Mundo sólo hasta hace relativamente poco es que comenzaron a tener relaciones económicas con el exterior. En algunos no existían empresas extrajeras como son el caso de Chad, Burundi, Bhután. Sólo un dogmático podría atribuirle sus atrasos a la dependencia.
Por oro lado, países avanzados de Europa como los escandinavos, o Suiza nunca poseyeron colonias. EEUU, Nueva Zelanda, Australia prosperaron como colonias y lo siguieron haciendo como países libres. Afirmar que estas naciones han alcanzado su desarrollo a costa de otros es en rigor una falsificación.
Es la exageración de los factores externos para indicar los motivos de nuestro atraso una causa perversa que debemos combatir con consistencia, pues la sobrevivencia política de muchos líderes del Tercer mundo e incluso de la mayoría de los movimientos armados en América Latina, depende de su habilidad de explicar la frustración de las expectativas por ellos creadas el de invocar responsabilidades foráneas.
Tales alegatos no son más que un miserable chantaje cuyo propósito es desviar nuestra atención de los factores reales que determinan las verdaderas causas de la pobreza material, que se sitúa básicamente en nosotros mismos y obstaculizan los genuinos remedios para confrontarlos eficazmente.