Opinión Internacional

La cumbre y el narcotráfico

Desde hace algunos años se vienen dando procesos en Latinoamérica y el Caribe que poco a poco han ido estableciendo un nuevo patrón para esas relaciones y para lo que el continente piensa de sí mismo. Ya en Cartagena quedó claro que los tiempos que en las reuniones interamericanas se aprobaba por consenso un documento redactado en Washington, han quedado atrás.

Que no haya habido declaración final por falta de consenso sobre algunos temas tiene un aspecto que a la larga va a darle mayor fertilidad a esas cumbres del continente y es que Cartagena tal vez ha inaugurado una nueva era, en la cual las cumbres no serán más esas reuniones cuyos resultados siempre eran calificados como «decepcionantes» por los propios participantes… precisamente porque ya todo estaba bien amarrado por los gringos y Latinoamérica apenas ratificaba con las impotentes firmas de sus mandatarios. 

La Cumbre también evidenció la intención de América Latina y el Caribe de fortalecer los mecanismos de integración, con o sin Estados Unidos, pero en procura de hacerlos funcionales y operativos. 

A pesar de los tropiezos y las dificultades, surgen y se articulan mecanismos de integración cada vez más firmes e institucionalizados. Por otra parte quedó demostrado que los países del continente son alérgicos a los radicalismos de opereta. La tentativa de la ALBA de imponer sus condiciones de no participación, mediante el chantaje de su propia ausencia, no encontró acuerdo ni siquiera en el seno de la propia organización. Sólo Ecuador se ausentó completamente, pero los demás integrantes del club, para todo efecto práctico, se hicieron presentes. Además del tema de Cuba, que parece haber sido discutido en profundidad, pareciendo quedar claro que esta es la última reunión de este tipo donde no será admitido el boicot a la isla. 

Pero desde nuestro punto de vista, lo más significativo que ocurrió en Cartagena es que ¡al fin! una organización de naciones se atrevió a plantearse el problema del narcotráfico desde la perspectiva de la búsqueda de alternativas a la fracasada «guerra» al narcotráfico. Aparentemente todos convinieron en que la «guerra», como opción policíaco-militar, no ha hecho otra cosa que fortalecer el «negocio» y facilitar la corrupción y la penetración del narcotráfico en los propios Estados que lo combaten exclusivamente a plomo. Pero, como es natural, no pudo responderse, todavía, la pregunta: ¿entonces, qué hacer? Pero el mero hecho de plantear el problema y designar una comisión para que estudie las alternativas constituye un paso importante en el camino de derrotar el narcotráfico. 

Desde luego la solución pasa por un acuerdo mundial. Ningún país aislado puede llevar adelante la despenalización. Esa es la importancia de Cartagena: abrió el camino para la discusión mundial. 

Desde estos editoriales hemos respaldado la idea de despenalizar el consumo, seguros de que ello conducirá a la quiebra del tráfico como negocio criminal y sangriento, que es el peor aspecto del tema. 

Los miles de millones de dólares que se gastan en la «guerra» podrán ser empleados en campañas masivas contra el consumo y al tratamiento rehabilitatorio de los adictos. Cartagena prendió una luz al fondo de este trágico túnel donde está metida la humanidad con el consumo de drogas y las redes criminales que lo rodean.

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