Opinión Internacional

La ciudad de nadie

(%=Image(5651519,»r»)%)Son tantas las ideas urgentes que fluyen sobre este 11 de setiembre: cómo va a quedar la calificación de riesgo-país de los Estados Unidos; a dónde emigrarán los venezolanos; de ahora en adelante nada es imposible; los terroristas no tienen la responsabilidad de un estado al que se puede castigar; el estilo hollywoodense de los hechos; la formidable capacidad militar y la densa familiaridad de los terroristas con el funcionamiento de una sociedad industrial avanzada; el simbolismo de los blancos, etc.

Ese torrente de especulaciones contrasta con el estruendoso silencio de los terroristas. Hasta el momento de escribir esto no ha habido declaración de los autores de este acto de guerra. Normalmente los terroristas hablan, es más, hacen las cosas que hacen para tener acceso a los medios. En este caso solo hablan los hechos. Hay silencio como en Columbine, como en Oklahoma, como en los desaparecidos del terrorismo de estado. Roland Barthes decía que las palabras anclan las imágenes. Una figura produce una deriva de sentidos hasta que aparece un texto que la desambigüiza: Miranda en la Carraca, dice al pie del famoso cuadro. Entonces uno se entera de que ese señor canoso recostado y de semblante dolido es Francisco de Miranda preso.

Pero en esta acción, fuera del horror (sí, ya sé que horror es término débil), ¿qué palabras hay? Solo derivas de sentido como las del primer párrafo. Para no hablar de estupideces como que la culpa es del Islam, por un lado, y cuatro niños palestinos bailando al son de las explosiones, por el otro (que luego resultaron ser una patraña de CNN). La guerra no solo es horrible por las matanzas y destrucciones, sino por la estupidez que infunde.

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Portada de 1982

Pero hay algunas consideraciones preliminares, necesariamente improvisadas, que habría que hacerse. En primer lugar el trauma simbólico. Había gente que se abrumaba porque miraba hacia arriba y no veía las esperadas torres sino un bello cielo de verano. Pero este drama monumental no solo ocurre a los vecinos del World Trade Center. Ahora hay que pasar por un Photoshop mental la memoria que tenemos de Nueva York para borrar las dos torres. El WTC era una de esas memorias emblemáticas del mundo: el Machu Picchu, la Torre Eiffel, la Torre de Pisa, el Kremlin (también vulnerable, como demostró el aviador que aterrizó en la Plaza Roja). Esta mañana me encontré un paquete de postales de Nueva York en una gaveta. En su cubierta están las dos torres. La agresión, pues, fue también contra ti y contra mí.

Un amigo sicoanalista sostiene que cada vez que Atila derriba algún edificio emblemático de Caracas salen 50 000 nuevos pacientes para el siquiatra. Ahora es la humanidad entera la que está de siquiatra.

Arturo Úslar Pietri escribió un texto memorable sobre Nueva York, cuyo título estoy plagiando para esta nota: La ciudad de nadie. Esa villa “en donde todo el mundo está de paso”, decía Úslar. Luego aparecieron Woody Allen, “I© NY”, la canción de Sinatra y leemos en The New Yorker, la mejor revista del mundo, un bello orgullo municipal. Nueva York llegó a ser la ciudad de todos. “No es una ciudad norteamericana”, decía un hotelero de Manhattan, “Nueva York es una isla en el medio del mundo”. Pero ahora pocos querrán andar por ahí ni siquiera de paso. Ha vuelto a ser la ciudad de nadie.

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