La cacareada crisis
El Presidente Chávez anuncia constantemente la crisis y debacle de Estados Unidos, con una obstinación semejante a la exhibida por Castro en los años sesenta. Prácticamente, somos una excepción al adoptar un modelo socialista (claro está, según su leal entender), sobreviviendo a la catástrofe universal de la que es exclusivo creador el imperio y sus secuaces (¿es lo mismo que lacayo, no?).
El problema no reside en las flaquezas del capitalismo estadounidense que lo llevará a la fosa natural de sus abusos, a sabiendas que no es precisamente socialismo científico lo que ha colocado en el tapete a La India, China y demás tigres asiático. En realidad, el asunto estriba en los pronósticos que se convierten en enfermizas consignas propagandísticas para legitimar o buscar legitimar un determinado modelo o régimen.
Pronósticos que cazaron a más de un bobo en medio del crack de 1929 y la consiguiente depresión en el norte del continente que, en lugar de actualizar las herramientas del análisis y trazar otra estrategia política, esperaron a que llegara el apocalipsis inminente, anunciado por los profetas de ocasión. Nos imaginamos al ciudadano común de entonces, indignado por tantas injusticias, convencido y quizá distendido en una promesa de la crisis que jamás se cumplió, mientras que Romain Rolland no se atrevía a ventilar públicamente las calamidades estalinistas por creer que favorecerían al fascismo.
El derrumbe inmediato de la economía estadounidense y, suponemos, el colapso político correspondiente, ocupará por largo tiempo a un chavezato que necesita urgentemente de imaginación. Nada de original tiene el latiguillo del fin de los tiempos, mientras empeora cada vez más nuestras más elementales condiciones de vida en los tiempos que corren.