¿La bota del barrio?

En el ingenioso artículo La Grandeza de Italia, el filósofo hispano venezolano Juan Nuño escribió hace años que ese país tenía el envidiable récord europeo de cambios de gobierno –más de cuarenta desde el fin de la II Guerra Mundial hasta los noventa– logrando, a pesar de eso, altos índices de crecimiento y una estabilidad envidiable.

“En todas partes, menos en Italia, el gobierno gobierna, es decir, molesta a sus ciudadanos, con leyes, con impuestos, hasta con guerras” –señala Nuño con ironía, mientras que en la bota europea, el gobierno “hace que gobierna”: emite leyes que nadie cumple, establece impuestos que nadie paga y le presta más atención al fútbol que a la política.

Guardando distancias entre Italia y Perú –sobre todo en el fútbol- y observando con perspectiva comparativa, para muchos analistas extranjeros, el Perú de la gestión Toledo se asemeja al del caso italiano, marchando con piloto automático ante la sensación de ausencia de gobierno, bien porque no ejerció su poder y jurisdicción o porque cada tanto se descabezaron los gabinetes y, aunque permaneció el presidente, cambiaron con frecuencia los integrantes del gobierno. A diferencia de los periodistas, siempre atentos a las intrigas de la política, en el Perú la mayoría de la gente está ocupada en su supervivencia diaria y, en todo caso, la política se ha convertido en una comidilla para entretenerse o indignarse mientras se lucha por llegar al fin del día o del mes. La autoridad sería entonces, como diría Nuño sobre Italia, “como el repartidor de periódico que cambia cada tantos meses, pero sigue trayendo las noticias, siempre las mismas”, porque los italianos –¿y quizás los peruanos?, me pregunto- “han colocado al gobierno en su lugar: a la altura de la Cicciolina”.

Con vedette de cabaret en el congreso y personajes comparados con payasos y brujas, los peruanos parecen vivir “a la italiana”. ¡Si es así, a rogar que el Perú se encuentre más a la altura de la bota europea y no, en un futuro, bajo una militar!