Kirchner
Como ocurre con todo político, más si ejerce la presidencia y todavía más si se llama Nestor Kirchner, las sonrisas y las palabras no tienen un solo significado ni se proponen un único objetivo. La polisemia es la regla. Pero en el caso de la Argentina actual las miradas deben ser de soslayo. Kirchner puso a crecer la economía en 10%, la sacó de la cesación de pagos, canjea bonos basura por deuda nueva y pagó completamente la deuda con el FMI. Las reservas internacionales treparon a más de $ 30 mil millones. La desocupación bajó hasta 10%. La pobreza, cierto, se mantuvo en 23%.
Kirchner conserva una alta popularidad. No ha reunificado totalmente el peronismo, pero sí lo suficiente como para que sus tradicionales adversarios, Menem y Dualde, estén fuera de juego. El presidente busca ahora adeptos más allá de su partido, entre aquellos que aprueban su independencia de criterio. Como la manifestó tras la orden de captura de María Estela Perón (Isabelita), la esposa del ícono del partido, Juan Domingo. Dicen viejos peronistas que Isabelita ha sido inmisericordemente humillada y agredida. Kirchner se ha lavado las manos, refugiándose en un principio impecable: si los tribunales aprecian que hay corrupción, deben ser apoyados.
Con lo que no juega el hombre es con la economía. Argentina ha salido del foso en que se encontraba porque ha apostado por la ortodoxia y la apertura. Quiere inversionistas y les sirve la mesa. En la XVI Asamblea de la ONU despuntaron dos conductas absolutamente excluyentes: la de Chávez, llamando a una confrontación terminal con EEUU y condenando la globalización, en el podium y en Harlem; y la de Kirchner, reuniéndose afectuosamente con decenas de empresarios en la bolsa de valores de Nueva York, en un acercamiento desembozado. Desde semejante atalaya, se esmeró en demostrar que Argentina era un país capitalista (“en nada socialista”, subrayó) que cree en el mercado y en la inversión privada foránea y nativa. Los hechos mandan, y por eso, en nombre de los revolucionarios que siguen a Chávez y Castro, Heinz Dieterich rechazó a Kirchner. “Es un caso perdido” –advirtió- que ha caído en las garras de la oligarquía. Argentina, con él o sin él, va hacia la centro-derecha”.
¿Cómo explicar entonces el torneo de amabilidades y gestos recíprocos entre los presidentes de Venezuela y Argentina en la guayanesa ciudad de Puerto Ordaz? ¿Cuál es el verdadero Kirchner? ¿El que parece fortalecer su alianza con Chávez o el que defiende el “carácter comercial” de MERCOSUR?. Kirchner no asistió a la tomas de posesión de Ortega y Rafael Correa, ni a la II Cumbre Suramericana en Cochabamba, donde Chávez, en la onda de los líderes y diputados indígenas de la cumbre de Quito, marcó cual Pizarro una raya delimitadora. La unión suramericana –exclamó- no puede utilizar las infraestructuras de MERCOSUR y la CAN. “Todo eso debe morir porque no va con la nueva realidad revolucionaria”. Era como para responderle: Tú, Chávez, allá, y nosotros acá. ¿Dijeron tal cosa Lula y Kirchner? No, pero lo están haciendo y para peor: con George W. Bush.
Kirchner no ahorró elogios en Venezuela. Colocó una nueva emisión de bonos del Sur por US $ 2 000 millones, obtuvo financiamiento para su empresa láctea Sancor, vendió 5 000 toneladas de carne de res y 5 000 de pollo, además de 40 autobuses y maquinaria agrícola. ¿A cambio de qué? De nada. Exportar sí, importar no.
¿Así quién no sonríe?