Opinión Internacional

Julian Assange alias Mikael Blomkvist

“…es impresionante la medida en que los gobiernos dependen de los reportes de sus agentes diplomáticos para formarse un juicio sobre el carácter del liderazgo político en otros países. Ello es particularmente importante a la hora de las negociaciones.” G.R. Berridge

Decir que Stieg Larsson volvió a ser noticia sería impreciso; no ha dejado de estar en el candelero literario mundial desde que se publicaron las novelas de su serie Millennium, siendo traducidas a numerosas lenguas y casi de inmediato adaptadas para el cine, filmadas, proyectadas con éxito. Paralelamente, el pleito por los derechos de su obra entre su viuda, su compañera de toda la vida –pero sin papeles- y un padre y un hermano distantes, sin vínculos afectivos con Larsson, ha seguido alimentando la saga. Luego aparecieron libros de memorias de amigos del “alma”, revelando entretelones varios y ahora se anuncia que el autor sueco habría dejado casi concluida la parte cuatro de Millennium y que su viuda, Eva Gabrielsson, la habría terminado de redactar y estaría pronta para publicarla.

Fuera de discusiones sobre la pertinencia de mezclar material ajeno con el propio, de ser verdad esta “colaboración” post mortem nos permitiría dilucidar sobre los rumores del trabajo al alimón entre la pareja, lo que ya se había deslizado a la prensa. Desde mi punto de vista lo veo improbable. Lo más seguro es que Larsson tuviera una relación tan estrecha con su mujer que le requería sugerencias y palpites para su obra, de tal manera que su “coautoría” podría haberse dado en esa vertiente. Además, la propia naturaleza de un  trabajo que denuncia graves maltratos y defiende los derechos de las mujeres explicaría el sano contubernio del periodista con los puntos de vista de su mujer, como referente imprescindible.

Todo esto viene a cuento porque en estos días he vuelto a pensar mucho en el malogrado periodista sueco. A raíz del escándalo sideral de las filtraciones de Wikileaks –ya editadas por 5 periódicos de prestigio- lo he tenido más presente que nunca. Pienso en lo feliz que estaría un autor que transitó en la vida real y en su dimensión fantástica por caminos paralelos de la denuncia de la secrecía gubernamental o privada y reveló, corriendo riesgos de vida, él y su mujer, el trasfondo opaco de las tendencias ultraconservadoras, para no llamarlas neonazis, de un segmento significativo de la sociedad nórdica.

El lugar común de que la realidad imita al arte –toda proporción guardada- tendría un modelo actual en la figura del periodista australiano Julian Assange, casi clon del periodista de carne hueso Stieg Larsson y de un personaje de novela que ha producido uno de los fenómenos universales de ventas más clamoroso. Sin embargo, las coincidencias del trabajo de investigación que no respeta confines legales y busca fundamentos en la supuesta transparencia informativa a ultranza,  termina precisamente con la presunta actitud machista del fundador de Wikileaks. En estos momentos estaría siendo acusado de coacción, violación, y acoso sexual, precisamente en el país donde se desarrolla Millennium, por dos mujeres que lo califican como un varón que no acepta negativas en el cortejo. No sé cómo reaccionaría Larsson y lo que haría decir a su alter ego Mikael Blomkvist en situaciones tan extremas como ésta, pero hay indicios que permiten suponer que las acusaciones contra el nuevo enemigo número uno a escala sideral podrían ser forjadas y formar parte de una estrategia contra el australiano para neutralizarlo (a última hora surge la especie de que una de las dos damas involucradas, de origen cubano, trabajaba para la CIA).

CUÑA QUE SE IMPONE BAJO PROTESTA DE DECIR VERDAD: ya redactado este texto a mitad de semana para publicarse como siempre los domingos, descubro en la edición de “El País” del viernes 10 de diciembre que  se me adelanta Fernando Vallespín con una especie de respuesta al planteamiento de mi párrafo anterior, encarnándose en Larsson para enviar una misiva a Assange.

Ya lejos de la entretela ficción-realidad, el daño a las estructuras de la diplomacia norteamericana está hecho y los trapitos al sol colgados por Internet, más allá de los rocambolescos conflictos que causan los dichos que difunden, pone en evidencia el lenguaje con que se expresan quienes están obligados a “guardar las formas”, es decir, los propios diplomáticos autores de unos informes “confidenciales” y reservados que ya conoce media humanidad.

Una de las discusiones primordiales en este momento es la práctica de una función inherente a todo enviado oficial de embajadas, como lo es la observación diplomática y la confusión lamentable con el trabajo que le toca realizar a las agencias de espionaje. Sobre el quehacer predomina una óptica frívola y abundan los falsos lugares comunes. Por ejemplo, los que definen como hipocresía y mentira lo que tendría que pronunciarse para preservar formas e introducir matices que consolidan los diálogos en una negociación. Dada la actualidad del tema recomiendo leer un texto reciente de uno de los más brillantes diplomáticos venezolanos (pre-Chávez), el embajador Oscar Hernández, publicado en “El Universal” de Caracas del 3 de diciembre y localizable en el sitio: http://opinion.eluniversal.com/2010/12/03/opi_art_los-secretos-de-la-_03A4806013.shtml y a la vez no resisto tomarme la libertad de reproducir por entero varios párrafos de un manual sobre la diplomacia contemporánea de nuestro distinguido embajador en Francia, don Carlos Icaza, que puntualiza la cuestión con extrema pertinencia:

“…La tarea de observación diplomática constituye una de las responsabilidades más importantes de una embajada. Todo jefe de misión tiene la obligación de informar oportuna y periódicamente a su gobierno acerca de los principales aspectos de la vida política, económica y cultural del país en el que está acreditado, sobre todo en lo que concierne a sus relaciones internacionales. Con el fin de prevenir eventuales malentendidos o fricciones innecesarias, el diplomático debe esforzarse para que su propio gobierno comprenda las políticas y peculiaridades del país de adscripción. Hoy en día, no se espera de un diplomático que compita con los servicios internacionales de prensa, mismos que son capaces, en cuestión de minutos, de difundir con toda amplitud noticias provenientes de los lugares más remotos. Es en la interpretación de los acontecimientos donde puede resultar útil su oficio de observador diplomático El objetivo es que obtenga, por todos los medios lícitos, información útil para la identificación de oportunidades de cooperación e intercambio bilateral, así como para reconocer tendencias, grupos o líderes que puedan afectar los intereses nacionales o ser fuente potencial de conflictos. De ahí que en el caso de nuestro país, la ley establezca la obligación del agente diplomático de recabar en el extranjero la información que pueda ser de interés para México, y difundir toda la que contribuya a un mejor conocimiento de la realidad nacional Es obvio que las tareas de observación definidas por la Convención de Viena no incluyen las de inteligencia o espionaje. En realidad, los juegos de poder y los enfrentamientos entre las potencias a veces se han significado por desestimar la frontera que separa la función diplomática de las actividades de inteligencia. En el caso de México, se ha buscado que las tareas de observación sean congruentes con los objetivos de política exterior y con los postulados constitucionales. En consecuencia, la ley respectiva prohíbe expresamente a los miembros del Servicio Exterior Mexicano intervenir en asuntos internos y de carácter político del Estado donde se encuentran comisionados o en los asuntos internacionales del mismo que sean ajenos a los intereses de México. Esta prohibición de intervenir en asuntos internos, de conformidad con el derecho internacional, es exigible a todos los agentes diplomáticos.” (Fin de citación)

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