Opinión Internacional

Irán y los Revolucionarios Jubilados

En “¡Tierra, Tierra!”, el escritor Sándor Márai relata la conversación que sostuvo con un poeta de edad avanzada que había retornado de la Unión Soviética a Hungría luego de haber presenciado cómo varios de sus amigos fueron enviados a campos de trabajo o fusilados en tiempos de las purgas de Stalin.  Familiarizado con la “lógica” a la cual pueden conducir los totalitarismos, Márai no se asombró que el poeta siguiera apoyando al comunismo “como si fuese un sacerdote ateo defendiendo a la congregación a la que ha jurado fidelidad”.

Ante la incapacidad de su interlocutor de mantener un dialogo lúcido, sin retórica ideológica ni lugares comunes dialécticos, Márai lamenta que “en aquel hombre había muerto el poeta y solo quedaba el revolucionario jubilado”, es decir, una especie de “sacerdote ateo” que se desvive por revoluciones reales o ficticias, aunque éstas sean proclamadas con una retórica redentora por predicadores del odio.

En Irán, durante la primera gestión de Mahmud Ahmadineyad, aliado del ala más radical del Consejo de los Ayatolás, el presidente persa no cesaba en negar el Holocausto ni en amenazar con borrar a Israel del  mapa, juramentando a miles de adolescentes – los Basiji – para el martirio de “guerras santas”, y negándose a la inspección internacional de instalaciones nucleares. Entonces, muchos “revolucionarios jubilados” intentaron convencernos de que no había que tomar tan en serio el estilo grandilocuente de Ahmadineyad puesto que sus intenciones eran solo las de defender a su país contra una supuesta agresión de los malvados estadounidenses y de occidente en general.

            ¿Y por qué callan, ahora, estos “sacerdotes ateos” cuando la protesta contra los líderes iraníes proviene de las mismas entrañas del régimen? Las actuales manifestaciones en Irán están lideradas por disidentes políticos y religiosos, que junto a una masiva presencia civil exigen la renuncia de un presidente a quien  consideran ilegitimo. Esto, y el debate sobre la democratización del islamismo chiíta es el fundamento del actual conflicto interno iraní, y no, como quiere hacer creer Ahmadineyad, un complot imperialista contra su país.

Lo que ocurre en Irán es que su revolución entró en una “fase de terror” porque el movimiento de oposición, al ser calificado como “enemigo de Dios, es víctima de una represión brutal, arrestos, torturas, e inclusive, amenazas de muerte.

Mientras las balas y la horca se convierten en el argumento del poder iraní,  “revolucionarios jubilados” como el impenitente poeta que conversó con Márai,  justifican a los victimarios o callan, desde su cómoda distancia, ante estas atrocidades.  

 

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