Irán no tiene gran elección
En Irán hay elecciones presidenciales y parlamentarias, pero no hay democracia, sino una teocracia impuesta desde la revolución islamista de la rama chiíta del Islam del Ayatolá Khomeini, quien gobernó a su pueblo como un rey hasta 1989 cuando falleció, y el poder pasó a ser compartido entre su sucesor, el ayatolá principal, y el Consejo de Guardianes de la Revolución. Estos clérigos islámicos tienen la potestad de anular leyes y decretos emitidos por la rama legislativa y ejecutiva del país.
En Irán hay elecciones, pero no democracia – un sistema esperpéntico, hoy abundante y con diversos modelos que algunos califican como neo-dictaduras, “democraturas” o “revoluciones” – y por lo tanto, no hay separación real de poderes ni una constitución que consagre a la libertad como un valor supremo. Y sin embargo, aunque el poder de un presidente en Irán es muy limitado (como bien lo explicó Obama en un debate con McCain durante la pasada campaña electoral de Estados Unidos cuando dijo que “la última palabra la tienen los ayatolas”), no deja de tener cierta importancia quién gana las elecciones presidenciales de ese país, puesto que el jefe de gobierno persa tiene influencia en decisiones económicas, en política exterior, y en los problemas cotidianos del país. Además, la población iraní siente que un presidente puede servir como válvula de escape que “oxigene” un poco las rigurosas y represivas imposiciones de sus clérigos.
A sabiendas de la importancia real y simbólica de un presidente en iraní, vale la pena preguntarse: ¿por qué Ahmadineyad tiene opciones de ser reelecto cuando desde un punto de vista objetivo Irán se encuentra en una situación económica y política mucho peor que la que había cuando su antecesor, el muy popular clérigo de tendencia reformista, Jatami, administró con éxito sus dos gestiones de gobierno?, ¿por qué si la inflación de este año se acerca al 30%, los precios de alimentos y de la vivienda están por los cielos de Alá y se ha comenzado a racionar gasolina en un país productor de petróleo, el actual presidente tiene opción de ganar de nuevo?
La respuesta es la misma que se aplica para caudillos y dictadores de sistemas despóticos con elecciones y tantas otros regimenes con maquillaje democrático: Hay suficiente dinero para tomar alguna medidas demagógicas, que, con mucha propaganda; control de todos, o la mayoría de los medios de comunicación; amenazas a empleados públicos y represión a la disidencia – sobre todo la estudiantil – y la liquidación política de los candidatos más importantes de oposición, hacen fácil el camino a los gobernantes para perpetuarse en el poder.
En el caso de Irán, Ahmadineyad fue elegido en 2005 en segunda vuelta luego con 40% de abstención electoral, luego de haber sacado solo 20% en la primera vuelta contra candidatos “bendecidos” por los clérigos. El ex alcalde de Teherán ganó gracias a la inhabilitación de los candidatos del partido de Jatami quien fue electo dos veces en primera vuelta y con escasa abstención.
Ante el aislamiento que la política exterior de Ahmadineyad le ha causado a Irán, los ayatolás y el presidente han exacerbado el fervor nacionalista, se han victimizado cuando son los responsables de hacer de su país un paria, y han convertido a la abstención – por miedo a represalias – en los elementos claves que hacen posible que el presidente populista pueda derrotar al candidato opositor reformista, Mousavi.
Si bien Irán no tiene gran elección por las razones mencionadas, habría un cierto aire fresco si sus mayorías se envalentonan para sustituir del publicitado cargo de la presidencia a un promotor de odio, negacionista del Holocausto, provocador de oficio y mal administrador, que no le hace honor a la tradición de tolerancia de la antigua Persia.