Hugo Chávez y Raúl Castro
1.- Cincuenta años aguardó en silencio y tras bambalinas que su todopoderoso hermano, no por azar llamado en los corrillos políticos habaneros “El caballo”, dejara la escena. Mientras el mayor copaba todos los escenarios de la política mundial y hacía y deshacía en su desamparada isla como un capataz de los más feroces tiempos coloniales, él, el menor, se dedicó a lo que mejor sabe hacer: no hablar, como el cruento fabulador que es su hermano, sino hacer, que es lo suyo. Se ocupó durante medio siglo de las fuerzas armadas cubanas, cubriéndole las espaldas al mítico sabelotodo de la familia. Y al Partido Comunista, ordenado monasterio que resguarda la ideología y la burocracia como una Santa Inquisición caribeña. Dos potentes ejércitos de los que depende la vida de una familia que se montó en el macho, y no lo suelta ni ante el poder demoledor de la principal potencia mundial.
Raúl Castro ha dejado hacer a su hermano Fidel hasta en los más mínimos detalles. Melancólico y nostálgico, como un bolero, ha visto el brillo desenfrenado del guaguancó fidelista. Rumba y danzón, mientras diera el cuero. Lo que los otros no veían, ya lo sabía Fidel: el Poder real, material y concreto en Cuba, se llamaba Raúl. Razón que le permitió construir lo que es hoy la sociedad cubana: un aparato militar, dirigido por militares de Raúl Castro y compartido con la nomenclatura que se aviene a comprender que la muerte de Castro ya aconteció y que la única salvación que resta es arrimarse a los Estados Unidos mediante el único nexo que se lo garantiza: Lula da Silva. Un bolchevique trotskista suficientemente hábil como para haberse hecho del poder político de una potencia intermedia desde la que cautela los intereses de la burguesía brasileña a la cabeza de una región convulsionada. Tiene por sobre ella a la primera potencia y por debajo un continente en trámite de acomodos.
Es donde entra Hugo Rafael Chávez Frías en acción. Un agitador de profesión armado con el garrote petrolero, capaz de asumir el trabajo sucio de alebrestar el continente, impedir que se normalice siguiendo las pautas dictadas por la globalización – como ya lo hicieran Chile y Perú – y enfrentársele a los Estados Unidos. Con un guión calcado de los tiempos de la guerra fría, adecuado a los anhelos otoñales de Fidel Castro y porfiadamente opuesto a los propósitos de sobrevivencia diseñados pacientemente por Raúl Castro desde las sombras del Palacio de la Revolución y el Ministerio de Defensa. El socio y aliado más oportuno, pero eventualmente más incómodo para el futuro cubano. En esa estamos.
2.- Nadie, ni siquiera el Ché Guevara, tuvo el desenfado de adoptar a Fidel Castro como hermano, padre putativo, mentor, consejero y guía para la acción. Que la izquierda venezolana, de viejo y nuevo cuño, se arrodillara ante los Castro y escupiera sobre el gentilicio, no debe sorprender a nadie. La cosa cambia frontal y dramáticamente con las fuerzas armadas venezolanas. La historia se encargará de desvelarnos cómo fue posible que unas fuerzas armadas heredadas del gomecismo y del perezjimenismo, reconstituidas al fragor de la guerra contra la invasión castrista y la fidelidad a la democracia puntofijista se arrodillara a comienzos de los 21 ante un traidor a sus más hondos anhelos políticos y se pusiera al servicio del invasor de los sesenta del siglo XX. Esa abyección es una deuda que algún día, posiblemente antes de lo que ellos – todos los miembros de la FAN, incluidos los que han pasado a retiro y se creen a resguardo de tamaño juicio de responsabilidad histórica – esperan pero más tarde de lo que muchos quisiéramos, deberá ser resuelta. Una traición como la que ha cometido y están cometiendo las fuerzas armadas venezolanas contra la nacionalidad no pasa así como así por debajo de la mesa. Que un ejército obligado moral, política y constitucionalmente a resguardar la integridad de la república se hubiera arrodillado ante uno de sus peores elementos con la misión de ofrendarla a una nación extranjera, inferior a ella en todos los rangos de la vida espiritual y material, no había sucedido en dos siglos de historia republicana. De la respuesta que hoy den estas fuerzas armadas ante la grave crisis que vive la república, depende su sobrevivencia. O su desaparición. No hay duda de que la decisión de cortar por lo sano y entregarle la caución de Venezuela a Fidel Castro la tomó Hugo Chávez arrinconado por los sucesos del 11 de abril. Desde entonces, su seguridad y la seguridad de su proyecto político y geoestratégico quedaron entregadas a los hermanos Castro. Chávez, las fuerzas armadas y el Estado venezolano pasaron a ser prisioneros de las decisiones tomadas en La Habana. Las personas claves del aparato cubano para manejar esas relaciones, por decisión de Fidel Castro, fueron sus dos delfines: Felipe Pérez Roque y Carlos Lage. Chávez, y es bueno que se sepa, no superó la crisis del 2003-2004 con el Referéndum Revocatorio y las elecciones presidenciales de diciembre de 2006 gracias a su pericia y habilidad geoestratégica. Quienes se encargaron del montaje electoral del fraude continuado que le permitió ganar el RR y las presidenciales fueron el G-2 y el aparato de ingeniera social y política del Estado cubano. De allí la entrega de la identidad de los venezolanos a los cubanos, y el control de la seguridad presidencial a anillos conformados por miembros del G-2. El precio ha sido altísimo y ya debe suiperar los diez mil millones de dólares. En esa danza de los millones, triangulados con los aparatos cubanos, Cuba logró sobrevivir con muchísimo mayor respaldo del que le diera la Unión Soviética entre los sesenta y los noventa. De allí al delirio no había más que un paso: Fidel, Lage y Pérez Roque comenzaron a pensar seriamente en la posibilidad de constituir la llamada República Federativa de Vene-Cuba y en entregarle la presidencia de ambas repúblicas a Hugo Chávez. Digno de una novela de política ficción, pero dramáticamente cierto. Los intestinos de Fidel se encargaron de liquidar el proyecto federativo, al obligarlo a alejarse del Poder y precipitar el relevo político de la dirigencia cubana. Era el momento de Raúl Castro, la única figura suficientemente realista y capacitada como para garantizar la sobrevivencia del régimen ante el eclipse biológico del caballo. Empujando al eclipse de sus delfines y a la mengua de la importancia estratégica de Hugo Chávez. Toda vez que los signos de desmoronamiento del poderío popular de Chávez se hacían manifiestos y la brutal caída de los precios del petróleo presagiaba el fin del manirotismo venezolano. Fue cuando Raúl, un hombre que no parece haberse rendido a las artes seductoras de Hugo Chávez, decidió acercarse a los Estados Unidos y montar un puente de plata a través de Lula da Silva. Comenzaba el eclipse de Chávez y el comienzo de su relativización geoestratégica. 3 El tiempo dirá si Jorge Castañeda ha ido demasiado lejos o se ha quedado demasiado corto ante los eventos que terminaran con la brutal caida en desgracia de los delfines de Castro y hombres de Chávez en La Habana. La liquidación de Arnaldo Ochoa Sánchez y de Tony de la Guardia hace veinte años – el acontecimiento más cercano al defenestramiento de Pérez Roque y Carlos Lage – no dejó cabos sueltos: la acusación de tráfico de drogas fue suficiente como para ordenar el fusilamiento. Así la razón estuviera más cercana a la necesidad de cortarle las patas a Ochoa, quien se encumbrara a alturas de prestigio y popularidad capaces de ensombrecer el poder de los hermanos Castro. Ahora no hay mayores explicaciones a la purga cumplida bajo los clásicos parámetros del estalinismo soviético. Chávez es llamado de urgencia a La Habana, no hay fotografías ni aclamaciones y el resultado del encuentro jamás será dado a conocer. Dos días después Lage y Pérez Roque eran apartados brutalmente del Poder omnímodo que detentaban. La relación entre Chávez, los Castro y la purga es más que manifiesta. Las causas quedan entregadas a la especulación. Ya estarán los castrólogos descifrando los enrevesados editoriales del moribundo Fidel Castro. ¿Cuál es “la potencia extranjera” a cuyos influjos se habrían rendido? ¿Qué poder habría terminado por corromperlos? Castañeda afirma que ambos – Lage y Pérez Roque – se involucraron en una conjura orquestada por Hugo Chávez para liquidar a Raúl Castro y que en ese intento nuestro teniente coronel habría llegado incluso a la osadía de querer involucrar a Leonel Fernández, el presidente de República Dominicana. Los interrogantes son obvios: ¿es capaz el teniente coronel de tan modestos orígenes de encumbrarse a la altura de tan insólitas pretensiones como asumir la dirección de los asuntos políticos cubanos? ¿Cree llegado el momento de asumir el liderazgo de la revolución continental en solitario? ¿Piensa verdaderamente que muerto Fidel Castro, él es su único y plenipotenciario albaceas? Simples especulaciones. Lo que no tiene nada de especulación es la naturaleza dictatorial, represiva y totalitaria del régimen venezolano que tales hipótesis aventuran. Para Jorge Castañeda, sin duda un agudo y acucioso conocedor de las intríngulis político policíacas cubanas y del socialismo castrista en la región, Venezuela es un gobierno tan extremista y radical como Cuba. En el que podrían llegar a cocerse las mismas habas que en la Cuba castro comunista. Coinciden estos hechos con la deriva radical y totalitaria del teniente coronel, los brutales asaltos a la descentralización y el intento por meter presos a los principales líderes de la oposición. Que comience por Rosales no significa que no tenga en la mira a Antonio Ledezma, a Pérez Vivas y a Henrique Capriles. O al mismísimo gobernador de Carabobo, Henrique Salas Feo. Malos, muy malos tiempos para Venezuela. A no ser que presagien el comienzo del fin. Es lo que anuncian todos los indicios