Opinión Internacional

Honduras y Decisiones

El Plan Arias tiene una gran oportunidad de revivir ahora que Manuel Zelaya se instaló en la embajada de Brasil en Honduras. La presencia del defenestrado presidente en Tegucigalpa podría dar pie, si es manejada con habilidad, a que la administración Obama con sus aliados latinoamericanos que buscan su simbólica y breve estadía en el poder para entregar la banda presidencial a quien gane las venideras elecciones – según el Acuerdo de San José –y así neutralizar a los presidentes “albarotadores” (dícese de los pertenecientes al ALBA), a quienes les gustaría ver a su aliado gobernando por tiempo indefinido.

Debatir a estas alturas qué es un “golpe de Estado” no tiene mayor sentido, ni por los tiempos en los que vivimos – cuando ex golpistas y autócratas se perpetúan en el poder en varias naciones del mundo – y mucho menos, cuando a escasos gobiernos les interesan los golpes de Estado desde el Estado, que día a día, violando constituciones, perpetran dirigentes de países con mucha riqueza para comprar a buen precio, el apoyo de gobiernos prestos a tratarlos como demócratas.

Como bien define el politólogo Fernando Mires, lo de Honduras, es un “golpe de gobierno” y no de Estado, si nos atenemos a conceptos de ciencias políticas, puesto que en ese país las Fuerzas Armadas cumplieron con lo que el Congreso y la Corte Suprema de Justicia exigieron – la anulación del plebiscito inconstitucional por el cual Zelaya buscaba la reelección – y sin derramamiento de sangre se destronó a un presidente y el ejército volvió a los cuarteles a permitir que los civiles dirimieran el futuro del país. Pero es cierto, a los golpistas hondureños, como Mires denota, “les faltó sentido estético”, a diferencia de la refinada estética del neo-golpismo latinoamericano hecho desde el poder. Así las cosas, nos dimos el lujo surrealista de enterarnos que los hermanos Castro condenaron “el golpe” de Honduras.

El tablero de juego, que pasó de la OEA a la mediación de Oscar Arias, podría estar dispuesto para las fichas de un juego interesante: Zelaya podría retornar al poder, y tanto él como sus amigos “albarotadores” se regocijaran de que revirtieron un golpe y “demostrarán” cómo derrotaron a la “oligarquía” y al “imperialismo” de sus fantasías. A su vez, la solución buscada por Estados Unidos y sus aliados silenciosos (y algunos hipócritas), del continente, se impondría: Zelaya sería sucedido por un presidente electo por el pueblo, con lo cual los hondureños soberanos, terminarían resolviendo su propio problema.

Demagogia y “Realpolitk” – el realismo político – clamarían así una victoria conjunta, y así, “alguien pierde, alguien gana ¡Ave María!”, pero todos jugarían a haber tomado las “decisiones” correctas, parafraseando la canción de Rubén Blades.

Este puede ser una resolución de la crisis hondureña si impera la racionalidad, la hipocresía y el ego, tres triángulos importantísimas de la política en general, y de la subdesarrollada en particular.

“Salgan y hagan sus apuestas, ¡Ciudadanía!”…

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