Honduras, un golpe al golpe
Si el Mariscal Erwin Rommel hubiese tenido éxito en su conspiración, la increíble, espantosa, injustificable Segunda Guerra Mundial no se hubiese prolongado hasta bien entrada la primavera de 1945 y el fuhrer, el carismático Jefe Supremo del Estado alemán, habría sido eliminado mucho antes de que muriesen los millones que dieron su vida por detener (o por culpa de) la despiadada aventura que lideró el frustrado artista vienés. Rommel, desgraciadamente, intentó un Golpe que fue develado a tiempo, para que las tropas alemanas continuaran su empeño genocida, en una Europa innecesariamente desvastada por la segunda de dos crueles guerras en un solo siglo. Un Golpe, en todo caso, de haberse culminado, sería afortunadamente recordado y memorizado por la Humanidad entera. Ya hemos dicho antes que “hay Golpes de golpes”. La Revolución de Octubre, en el 45, fue igualmente un Golpe positivo y el muy celebrado 23 de Enero de 1958, otro Golpe históricamente acertado para la Democracia venezolana. Los Golpes de Estado no tienen porque ser, necesariamente, vistos con reticencia, ni rechazados automáticamente, antes de conocer su contexto y advertir el propósito real de sus autores.
Podríamos agregar, pensando en la Venezuela de hoy, que vivimos la consecuencia de un Golpe de Estado que no se atajó, suficientemente, a tiempo. Uno de esos golpes negativos. Como lo fue el del 24 de Noviembre de 1948, mediante el cual fue derrocado el primer Presidente electo por votación directa, universal y secreta en la Historia de Venezuela, Don Rómulo Gallegos. Golpe similar al del 4 de Febrero del 92, el cual intentó Hugo Chávez contra el legítimo gobierno presidido por Carlos Andrés Pérez, mediante el desconocimiento a la Constitución del 61. Golpe frustrado en su acción de entonces, pero con propósitos que posteriormente se logran y se consolidan, a través de su “extraña” victoria en las elecciones del 98. Extraña, por que sus verdaderos promotores no supieron nunca, con certeza, la errática selección de un autor (Hugo Chávez) quien no les atendería en sus loables intenciones de perfeccionar el proceso democrático, facilitándole el acceso al Poder a quien haría, como está haciendo, todo lo posible para acabar, más bien, con sus valores y su esencia institucional.
Pero, en realidad, queremos referirnos al Golpe de Estado que “forzosamente” tuvo que darle la institucionalidad democrática hondureña, este fin de semana, al ex-presidente Manuel Zelaya, a quien faltaban cinco meses para que se le venciera el lapso para el cual fue electo, por el pueblo, en esa apacible, tranquila nación centroamericana. Porque Zelaya, recientemente incorporado a la aventura socialista del eje La Habana-Caracas, intentó no sólo desconocer la Constitución hondureña, sino, incluso, la cultura política de su pueblo, al “anticiparse” indebidamente al desconocimiento del principio de la “no reelección”, valor muy sensible que la región tomó de la experiencia revolucionaria mexicana (1910: Sufragio Efectivo, No Reelección) y que, entre nosotros, su no acatamiento ha traído innumerables desdichas y desgracias que no es del caso rememorar.
Y es que, sin entrar en el fondo jurídico-político de la cuestión, no tenemos duda alguna de que Zelaya, cuando intenta “encuestar” la opinión popular, mediante un proceso electoral no autorizado legalmente y cuando “ordena” a sus cuadros militares, hasta entonces obedientes a su legalidad, “aprestarse” para configurar el delictivo procedimiento, previamente condenado por las autoridades competentes, no sólo persigue, con abuso de su poder, satisfacer su ego y crear las condiciones para “golpear” el orden y la cultura política popular de Honduras, sino que procura una reelección de su mandato, más bien influido por sus nuevos socios e inspiradores (Fidel, Chávez, Ortega) para incorporar al País a lo que parece ser una nefasta intentona golpista continental, dando nueva base de sustentación a un ideario reiteradamente fracasado –el socialismo– en momentos cuando ya resulta postrera, tardía, cualquier iniciativa de su parte, porque ya su ejercicio presidencial está constitucionalmente caduco.
Lo que si habría que evitar en Honduras, tras esta sucesión de hechos “no deseables”, es que los acontecimientos no se desborden y puedan desembocar en una grave alteración de la paz ciudadana, dentro de una sub-región latinoamericana muy lacerada, hasta hace muy poco tiempo, por costosas guerras civiles –El Salvador, Guatemala, Nicaragua— en las cuales la participación de la Cuba socialista ha sido preeminente.
Pero el Golpe a Zelaya es una respuesta a su propio Golpe a la Constitución hondureña. Un Golpe que evita un Golpe y todavía, en todo caso, es demasiado temprano para juzgar con severidad la certeza del uno con respecto al otro, en dos golpes que hubiese sido preferible no registrar en nuestra historia. No obstante, por cuanto advertimos el despliegue de una ofensiva de los organismos internacionales, aprovechando la reunión que los países centroamericanos celebran, en este momento en Managua,
nos sentimos obligados a exigirles que no deberían caer en una trampa que pudiera ser todavía más lamentable para Honduras, si los “defensores” externos de Zelaya –Chávez, Raúl Castro, Daniel Ortega– congregados en el País fronterizo, provocan un “estallido” insurreccional –¡el pueblo enardecido defiende a su Presidente!– introduciendo en Honduras los elementos, los materiales, los “explosivos” indispensables para su realización. Cuidado si el celo democratizante de la OEA, de la ONU y de las demás instituciones afines, terminan “quemando al santo”, como dice el refrán. Interesante, más bien, sería procurar la participación de otros actores, latinoamericanos valiosos, como Lula, Bachelet, Uribe y se le enmienda la plana a los stalinistas de Managua. Procurarlo ya, en medio de la crisis y con soluciones razonables y factibles. Hay que salvar a Honduras y hay que salvar la democracia en general.