Homenaje a la disidencia cubana
Acabo de terminar de leer dos textos cuyas lecturas recomiendo ampliamente. Uno, Viaje al corazón de Cuba de (%=Link(«http://www.firmaspress.com/252.htm «,»Carlos Alberto Montaner «)%) (Plaza & Janes, 1999); el otro, Cómo llegó la noche de (%=Link(«http://www.el-mundo.es/2001/09/26/cultura/1052483.html «,»Huber Matos «)%) (Tusquez Editores, 2002) El primero es un examen comprimido de la historia de la isla caribeña desde que era colonia española hasta la actualidad. El segundo, las memorias del famoso comandante de la Columna 9 del Ejército Rebelde, bajo cuya conducción estuvo el cerco a Santiago de Cuba, pieza clave en el proceso que condujo al derrocamiento de Fulgencio Batista. Ambos libros nos dan pistas seguras para entender las etapas a través de las cuales Fidel Castro va convirtiéndose en un tirano y la revolución cubana en una dictadura totalitaria. También permiten comprender por qué ese régimen necesita sofocar cualquier signo de disidencia, tal como ocurre con las condenas a cárcel de los periodistas identificados con el Proyecto Varela, iniciativa que sólo persigue introducir algunas reformas democráticas en la isla: convocatoria a elecciones libres y universales y participación en ellas de distintas organizaciones políticas. Cambios, por lo demás, amparados por la Constitución de la isla. La osadía de los demócratas cubanos les ha costado que les apliquen condenas a prisión que van desde los siete hasta los 27 años.
El recrudecimiento de la represión y la intolerancia en Cuba ha hecho que reaparezca el paredón y los fusilamientos. Como a comienzos de la revolución –cuando, luego de juicios sumarios, se ajusticiaron más de 500 personas sólo en la fortaleza La Cabaña, bajo las órdenes del Che Guevara, ese fanático al que todavía hay quienes le rinden culto por su supuesto idealismo-, Castro ordena de nuevo que se aplique la pena capital a tres plagiarios que intentaron huir del infierno caribeño secuestrando a los tripulantes y pasajeros de un yate que navegaba en aguas cubanas. En tan solo cuatro días se llevó a cabo la captura, enjuiciamiento, defensa y ejecución de los imputados, dándose así cumplimiento a la orden del dictador.
Afortunadamente el atropello contra los cubanos que luchan por la libertad o que intentan escapar de esa inmensa cárcel insular, ha sido repudiado en buena parte del mundo civilizado Intelectuales, políticos y ciudadanos de todo el mundo han condenado la barbarie. La Unión Europea, que durante años se ha hecho de la vista gorda frente a los desmanes del viejo déspota, ahora reacciona con fuerza. Italia ha pedido sanciones fuertes. Por desgracia la reacción frente a Castro afectara con especial severidad al pueblo, no así a la nomenclatura, esa burocracia privilegiada que rodea al eterno gobernante, que seguirá disfrutando de las mieles del poder gracias a su servilismo incondicional.
El ensañamiento contra la disidencia cubana, que se traduce en castigos bíblicos a sus cabezas más destacadas, hunde sus raíces en la captura de todas las instituciones del Estado por parte del dictador Cuando Fidel estaba en Sierra Maestra y acumulaba fuerzas y simpatías para derrotar a Batista, insistía en que su interés no estaba en tomar para sí el poder, sino en devolverle a la sociedad las instituciones republicanas que el antiguo sargento había abolido luego del golpe de estado del 10 de marzo de 1952. Con este cuartelazo se había interrumpido la democratización iniciada en 1940 con la aprobación de la Constitución. Supuestamente lo que Fidel pretendía era restituir ese curso. De allí que el Ejército Rebelde, luego del triunfo, se mantendría como garante de que las distintas ramas del Poder Público funcionaran eficazmente, de forma equilibrada y autónoma. De ese modo se restablecería el sistema democrático sin las taras que lo habían acompañado hasta el golpe del 52. Desaparecerían para siempre la corrupción, las injusticias y la desigualdad. Mostrando una faz democrática, logró embaucar a propios y a extraños.
Una vez derrotado Batista va eliminando a sus adversarios, potenciales o reales, y va concentrando en sus manos todo el poder. La fachada democrática se va derritiendo. Todos los dirigentes con genuina vocación democrática que lo habían acompañado en su empresa libertadora van siendo eliminados. Encarcela a Huber Matos, Camilo Cienfuegos muere en un extraño accidente, al tiempo que va fortaleciendo el ala radical comunista que se había mantenido agazapada hasta ese momento. Al amparo de este sector, cuyos máximos dirigentes son el Che y Raúl Castro, Fidel va convirtiéndose en el amo indiscutible del poder. Con el paso del tiempo todo se coloca bajo la férula del nuevo caudillo. El Poder Judicial, el Poder Legislativo y hasta el Banco Central quedan subordinados al Comandante. La coartada para promover esta mudanza se resume, por supuesto, en preservar la sobrevivencia de la Revolución. El líder esclarecido tenía, más que el deber, la obligación de asegurar que las transformaciones cristalizaran. El pueblo debía entregarle el poder total. Toda manifestación de oposición, disidencia o desobediencia habría que castigarla sin ningún tipo de clemencia. Todas las instituciones del Estado tenían que alinearse con esa meta. La Revolución exigía uniformidad y unanimidad. Si había que conseguirla mediante la fuerza y echando mano de abusos y atropellos a la libertad y a la democracia, pues aquellos elevados fines justificaban estos inevitables medios.
El sometimiento de las instituciones del Estado y el control pleno por parte del Comandante de todas las ramas del Poder Público, forman el tejido sobre el que se asienta el tratamiento salvaje recibido por la oposición cubana durante más de cuatro décadas. La experiencia de Cuba demuestra que, sólo si acepta resignada la muerte, una sociedad puede capitular ante un déspota.