Hillary y Obama hacen historia
El Papa Benedicto XVI resumió en una frase sencilla y sabia la fortaleza y vitalidad de la democracia estadounidense: la búsqueda de libertad ha sido guiada por la convicción de que los principios que gobiernan la vida política y social están íntimamente relacionados con un orden moral, basado en el señorío de Dios Creador.
El que una mujer y un afro-americano se disputen la posibilidad real de alcanzar la presidencia de la república no es sólo un hecho de trascendencia política sino una manifestación fehaciente de ese orden moral que los constituyentes norteamericanos dejaron plasmado en la vigente Constitución de 1786. Para los estadounidenses la libertad y la igualdad son preceptos constitucionales que guardan un profundo arraigo en su cultura democrática, su tradición civilista y su quehacer republicano.
No ha sido fácil llegar a este momento histórico. El proceso fue madurando a partir de los años 60, cuando se iniciaron las luchas por los derechos civiles, lideradas por el Dr. Martin Luther King, y por la igualdad de género, impulsadas por Shirley Chisholm, Bella Abzug y Gloria Steinem, fundadoras del National Women´s Political Caucus. La Ley de los Derechos Civiles de 1964, cuyo ejecútese puso el presidente Lyndon B. Johnson, consagró los principios de no discriminación racial o de género.
Más allá de su condición racial o de género están la impresionante formación académica y las formidables trayectorias de los senadores Clinton y Obama. Graduados respectivamente en las universidades de Wellesley y Yale y Columbia y Harvard, ambos se han preparado durante más de dos décadas para ejercer la primera magistratura.
El pueblo estadounidense elegirá en noviembre aquel candidato que le merezca la mayor confianza para sacar a los Estados Unidos de la pesadilla de la intervención en Irak y de las penurias de la recesión económica. Hillary Rodham Clinton y Barak Obama reúnen las credenciales para asumir el reto.