Opinión Internacional

¿Guerra en el Medio Oriente?

El curso de los eventos avanza hacia una guerra en el Medio Oriente. No es inevitable pero sí probable. Sus principales protagonistas serán Israel e Irán, pero intervendrán otros poderes regionales como Siria, organizaciones guerrilleras como Hezbolá y Hamas, así como de un modo u otro Estados Unidos, obligado por las circunstancias.

A pesar de las enseñanzas de la historia, numerosas personas creen que la paz se mantiene por sí misma, que las guerras son anormales y que sólo la ausencia de buena voluntad y diálogo razonable explican los conflictos. Semejante perspectiva es errada. La paz se mantiene si se está dispuesto a pagar el precio de hacerlo, y no es producto de la debilidad sino de la fortaleza. Por otra parte, existen conflictos sin solución, excepto quizás a través de guerras que en ocasiones resultan muy costosas. El conflicto entre Israel y los palestinos es uno de éstos. Un Estado palestino, si llega a establecerse, tomará muchas generaciones.

En el Medio Oriente hay un actor revolucionario, el Irán de los Ayatolas, que no oculta su intención de aniquilar a su enemigo, el Estado de Israel. Tampoco lo esconden Hamas y Hezbolá ni la mayoría de palestinos que se aferran al llamado “derecho de retorno” y a la meta final de liquidar al Estado judío.

Esto es precisamente lo que desdeña Mario Vargas Llosa en un reciente artículo, que refleja una extraña ingenuidad y desconocimiento de las realidades internacionales. El gran escritor afirma que la única razón por la que no hay negociaciones para el establecimiento de un Estado palestino son los “recalcitrantes y fanatizados” colonos israelíes. De paso, Vargas Llosa habla de su “repugnancia” hacia el actual gobierno de Israel.

Cabe recordarle, en primer término, que los dirigentes palestinos jamás han admitido la existencia legítima del Estado judío. En segundo lugar, Netanyahu está en el poder como resultado de la limpia decisión del electorado, y si hoy se hiciesen elecciones Netanyahu arrasaría. Cabría esperar más respeto de parte de Vargas Llosa hacia la democracia israelí, pero sus aseveraciones forman parte del utópico consenso “progresista”.

La precaria paz que ha habido en el Medio Oriente a partir de 1973, exceptuando confrontaciones localizadas en Líbano y Gaza, entre otras, se ha debido al poder disuasivo de Israel apoyado por la firme decisión estadounidense de respaldar al Estado judío. Hoy, bajo el mando de un débil y confuso idealista como Barack Obama, Washington pretende convencer a Irán de abandonar su programa nuclear mediante una diplomacia apaciguadora, de la que se ríen los Ayatolas. A su vez, Obama procura vulnerar a Israel y presionarla para que acepte arreglos que significarían la eventual destrucción del Estado judío, y todo ello para complacer a una crecientemente antisemita “comunidad internacional”, encarnada en entidades como la ONU, una entelequia corroída por la hipocresía.

Lo que olvida Washington es que las guerras son resultado de la debilidad, no de la fortaleza. Con las sanciones a Irán y su presión sobre Israel Obama no somete a los iraníes sino que les provoca y enardece aún más. Con sus nimiedades sobre la “flotilla de la libertad” (cargada de militantes antijudíos estimulados por Irán y Turquía), Vargas Llosa abre más la grieta por la que se colarán los implacables enemigos de Israel en los meses por venir, detonando una crisis que crecerá sin controles. No será la primera vez, ni la última, que una pretendida bondad, la de Obama y Vargas Llosa, genere lo contrario de sus propósitos.

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