Guantána-No
Guantánamo es, desde hace casi un siglo, un anacronismo como el de la administración británica en Las Malvinas o en Gibraltar; como el de la soberanía española en Ceuta y Melilla, ciudades ubicadas en territorio marroquí; como la pretensión de Francia de mantener su mando en la Isla Mathew, a la cual la república de Vanuatu –un archipiélago localizado en el Océano Pacífico, cerca de Australia– exige como parte de su jurisdicción. En todos estos casos, y otros, la simple observación de un mapa revela que aún persisten, en diversas partes del mundo, remanentes del colonialismo.
El caso de Guantánamo es emblemático porque en los últimos años han aprovechado la posesión de este territorio para procesar sin atenerse a las leyes de su país, y ni siquiera a las internacionales, a centenares de prisioneros de Al Qaeda y otros grupos islamistas.
La existencia de una base en Guantánamo –sin la prisión y sin las torturas a las cuales funcionarios de Bush catalogaron eufemísticamente como “asfixias simuladas”– es una aberración. Acabada la Guerra Fría, Cuba dejó de representar un peligro directo para EEUU, y muy atrás quedó la excusa para mantener una base naval creada en 1898, cuando los norteamericanos ayudaron a los cubanos a independizarse de España. En 1903, los estadounidenses le impusieron a Cuba, por sus intereses en el Caribe, mantener su presencia militar en la Bahía de Guantánamo por medio de una “concesión perpetua” que se pagaba anualmente, inclusive a posteriores dictaduras de derecha, hasta que, con justa razón, la hoy cincuentenaria dictadura de izquierda de Fidel Castro se negó a revalidar esta farsa.
Si bien es cierto que los Estados Unidos, a lo largo de su historia, ha sido una potencia infinitamente menos colonizadora que las europeas, o la de los imperios rusos, o el del Japón, entre otros, Guantánamo resalta más que otros nombres por lo contradictorio a los valores de justicia y soberanía predicados por su gobierno.
Por eso, el “no” mundial a la existencia de esta base naval hace tiempo cuenta con un importante sector de la sociedad norteamericana que no encuentra sentido pragmático ni ético ni a Guantánamo ni al embargo contra Cuba impulsado por el poderoso lobby de sus exiliados, que solo genera simpatía hacia un régimen castrista y castrador de la libertad de expresión de sus ciudadanos.
El filósofo Bernard-Henri Lévy, quien tuvo la oportunidad de visitar la cárcel de Guantánamo, considera que en el mundo hay una gran y conveniente obsesión antiamericana, y opina que una de las pocas críticas absolutamente justificadas contra EEUU es precisamente ese lugar, esa “zona sin derechos” en la cual la potencia americana se toma “libertades contra la libertad” que dice defender, juzgando sin una base legal (ni la de su país, ni las de las del Derecho Internacional), a prisioneros de guerra. Para Lévy, resulta surrealista que aún haya una extensión “del ‘Imperio’ ubicado en el corazón de la última colonia de otro Imperio, ya difunto…”.
Guantánamo, como Fidel Castro, es una anacronía sin ningún argumento que la haga justificable en nuestros tiempos.