¿Generar o demandar empleo?
La generación de empleo es una de las principales preocupaciones de los Estados. El desempleo es en buena medida, un parámetro de la salud económica del país.
La creación de fuentes de trabajo es ofrecida en las campañas electorales, por políticos de izquierda, de derecha e incluso populistas.
Todos entienden que el trabajo transforma a ciudadanos pasivos en ciudadanos activos. Todos entienden que el trabajo dignifica, que trae aparejada la seguridad social para el trabajador y su familia, así como la ventaja de una jubilación en las postrimerías de su existencia. En suma, una vida digna y productiva.
Los ciudadanos que tienen empleos formales contribuyen con sus impuestos al mantenimiento de la nación, y le permiten a esta funcionar y crear programas de interés común. Contribuye también al ahorro interno y a la estabilidad social.
En el vecindario sudamericano las tasas de desempleo se mantienen entre 5 y 12%.
Casi ningún país en el mundo consigue estar conforme con su indicador de desempleo, tanto en los del Primer Mundo, donde las estadísticas son confiables, como en los del Tercer Mundo, donde estas se manipulan. Según CEDLA Bolivia tiene un 85% de su población con empleo precario.
En las actuales condiciones difícilmente logramos satisfacer la demanda de empleos, y de empleos de calidad, menos. El pleno empleo, como lo llaman los economistas, es casi una utopía.
Este es el motivo que me impulsa a presentar esta propuesta. Es necesario que los ciudadanos tengan una fuente de trabajo, para bien propio y para el de la comunidad.
Pienso que el problema del desempleo radica en que tanto los colegios, como los institutos de educación media y las universidades, forman alumnos preparados para demandar empleo, no para generarlos. Es decir, nos forman para ser empleados no para ser empresarios, generando con ello más demanda que oferta de trabajo. Aquí radica el error que desequilibra la ecuación.
Tenemos que cambiar el chip de nuestros educadores y de los gobiernos. Esto implica en cambiar la forma de educar a nuestros niños y jóvenes del futuro. Sólo así podremos satisfacer la demanda creciente de fuentes de empleos, en un mundo de 7.000 millones de personas. Donde miles de jóvenes se incorporan al mercado de trabajo cada año y donde los adultos amplían cada día más su vida útil laboral.
Debiéramos aprovechar este cambio para hacer entender a los gobiernos, que todavía no lo entienden, que invertir en educación es la mejor inversión que puede hacer una nación.
Los recursos humanos son el verdadero tesoro nacional. Los países son lo que son por sus recursos humanos, no por sus recursos naturales. Esto se debiera traducirse en una fuerte inyección de recursos del Estado y de las familias en la educación de las generaciones futuras.
Cuando el discurso afirma que la educación es la función más alta del Estado, pero esto no tiene un correlato en la inversión pública, invirtiendo más en los ministerios represivos que en el de educación, es un vil engaño.
Un futuro más difícil, exigirá necesariamente generaciones más preparadas.
La educación es la única forma de salir de la pobreza con dignidad, y este nuevo chip ayudará a ello.