Fronteras morales, no frontreras políticas
A medida que se desarrolla el drama venezolano, ese drama en el cuál un paracaidista inculto, groseramente armado y apropiado ilegalmente del dinero petrolero ha logrado convertir lo que era una democracia razonable en un infierno de odios contra la dignidad del ser humano, nos convencemos más que nunca que las verdaderas fronteras de nuestro hemisferio no son políticas sino morales.
No es ya suficiente, ni siquiera es necesariamente correcto, arroparnos con la bandera nacional para sentirnos en posesión de una razón para luchar. Parece evidente que la razón para luchar no siempre coincide con las tradicionales fronteras políticas y depende con mucho más fuerza de la moral, de la ética personal, de lo que cada individuo aprendió en su hogar y de sus maestros sobre honestidad y dignidad personal.
Hoy en día, solo por ser venezolanos, no podemos estar al lado de Hugo Chávez contra los demócratas latinoamericanos. Luchar al lado de Chávez contra la democracia, contra la libertad, a favor de guerrillas terroristas y de la creación de estados fascistas-militaristas en el hemisferio, representa la verdadera traición a la patria.
Cuando los países llegan a ser dominados por regímenes políticos que atentan contra los principios fundamentales de libertad, democracia, dignidad personal y vida pacífica en sociedad, ha llegado la hora de insurgir contra esos regímenes y de desconocerlos como nuestros legítimos representantes. Insurgir no es solamente ir a votar contra ellos, en elecciones controladas por el régimen, lo cuál más bien ayuda a legitimarlos. Insurgir es, precisamente eso, insurgir, rebelarse, desconocer, desobedecer, protestar, contra un régimen que, como el de Hugo Chávez, representa una mera variante tropical del despotismo, un nuevo brote del caudillismo que ha acogotado a nuestros pueblos por más de 200 años.
Hoy en nuestro hemisferio no existe una confrontación entre países sino una batalla de ideologías que trascienden fronteras. Considero absurdo pensar en los Bolivianos de la Media Luna,, en los Ecuatorianos de Guayaquil y Cuenca, en los Argentinos de Rosario, en los Colombianos, Peruanos, Mexicanos y Centroamericanos amantes de la libertad como mis enemigos solo porque yo sea Venezolano y Chávez tenga el poder político en mi país.
Al contrario, los considero y los veo como mis amigos y aliados frente a al régimen venezolano y frente a los regímenes autoritarios y anti-democráticos de Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Ellos son mis aliados, todos esos ciudadanos involucrados en una batalla a favor de la dignidad del hombre frente a las limosnas estatales, frente a los abusos de poder, frente al despotismo y a los intentos acomplejados de instaurar sociedades racistas y excluyentes en nuestro hemisferio. Chávez ha promovido el racismo en la sociedad venezolana, ya que el racismo no es solamente contra la gente de color sino que puede ser, como en Venezuela, contra los blancos. Y la exclusión no es solo contra las clases pobres sino que puede ser, como en la Venezuela de hoy, contra las clases medias, aquellas que estaban muy cerca del primer mundo y que Chávez, en diez años, ha tratado de rebajar a su nivel machista e inculto, de paracaidista acomplejado.
En la América Latina de hoy no hay tanto fronteras políticas como fronteras morales. Lo que complica la rápida solución de la tragedia latinoamericana es que no hay dos bandos claramente definidos. Ojalá hubiesen solamente malos y buenos; honestos y deshonestos; democratas y déspotas. El asunto es más complicado porque, entre esas dos Latinoaméricas que comprenden a cabalidad cuál es la sociedad que persiguen, hay una inmensa masa de pobres e ignorantes que no saben a quien creerles, si a quienes les hablan de libertad y democracia o a quienes les hablan de felicidad a corto plazo, lo cuál nunca han tenido, a pesar de las cínicas y demagógicas promesas de populistas como Perón, Velasco Alvarado, Allende, Ortega, Somoza, Trujillo, Castro y, ahora, Chávez.
Las masas ignorantes pueden ser fácil presa de los caudillos populistas y los déspotas en América Latina por la misma razón que muhos prefieren jugar la lotería en lugar de dedicarse al trabajo. Los populistas latinoamericanos reemplazan la educación ciudadana que produciría creadores de riqueza concon el adoctrinamiento ideológico y la siembra de odio de clases que solo produce una sociedad de borregos. Esto es lo que está en marcha en la Venezuela de Hugo Chávez, acompañado de una hiper-corrupción que ha permitido la creación de una nueva clase adinerada y rapaz, mucho más dañina para los millones de pobres venezolanos que la clase media que el régimen está empeñado en destruir.
Hay que ir a una batalla abierta por la libertad y la democracia. Hay que dar esa batalla en términos de ética personal y no en términos de fronteras políticas. Hay que denunciar las mentiras de caudillos irresponsables quienes prometen sabiendo que no pueden cumplir.
La batalla por el alma de América Latina está en marcha y todos somos soldados, querámoslo o no.