Europa, la gran guerra y terapía de grupo
El pasado 1 de septiembre la ciudad polaca de Gdansk hospedó a representantes de varias naciones europeas que conmemoraron el inicio “oficial” de la II Guerra Mundial (algunos historiadores cuestionarían que la invasión nazi a Polonia se puede considerar como el comienzo de esta conflagración). Por supuesto, todos coincidieron en que la Alemania Nazi carga con toda la culpa de las tragedias de ese período, y en ese sentido, la canciller germana, Angela Merkel, como todos sus sucesores desde Adenauer – primer líder demócrata de Alemania Occidental – no eludió la responsabilidad histórica de su país, con la transparencia y dignidad que la caracteriza: “Recuerdo a los 60 millones de personas que perdieron las vidas en esta guerra iniciada por Alemania”’ – dijo y contundentemente concluyó – “Las cicatrices continúan siendo visibles. Pero es nuestra tarea moldear el futuro en la conciencia de nuestra responsabilidad perpetua”.
Las palabras de Merkel demuestran porque la sociedad alemana es hoy, la más informada sobre la II Guerra Mundial, y tras décadas de estudio obligatorio sobre las secuelas del Nazismo, no es casualidad que tenga los índices más bajos de antisemitismo en Europa, amen de poseer un sistema jurídico que prohíbe partidos políticos xenófobos, racistas, e incluso, la enseñanza de tendencias revisionistas que niegan al Holocausto. En las antípodas de las expresiones de una demócrata cabal como Merkel, en Gdansk se apreció el discurso de exculpación de un autócrata, el Primer Ministro ruso Vladimir Putin, quien continúa – con su (¿jefe o subordinado?), Medvedev, utilizando métodos similares a los de la KGB soviética contra los disidentes de su país.
Putin habló de responsabilidad compartida de varios países europeos en las tragedias de la guerra y se limitó a hacer una autocrítica por pacto de no agresión que firmaron Hitler y Stalin, sin detallar que ese fue la luz verde que recibió el tirano nazi para invadir Polonia a sabiendas que el Ejército Rojo se confirmaría con repartirse la parte oeste de ese país. En Gdansk, aspiraban a que Putin condenaría uno de los peores crímenes que sufrió Polonia por órdenes directas de Stalin: La Masacre de Katyn. Dado que Mijail Gorbachov admitió oficialmente en 1989 la autoría soviética de la masacre de unos 20 mil prisioneros de guerra polacos en la primavera de 1940 en los bosques de Katyn, hoy Ucrania, y que luego Boris Yeltsin – tutor de Putin – en 1992 envió al entonces presidente polaco, Lech Walesa, los archivos secretos de este caso, algunos ingenuos creyeron que Putin asumiría la total responsabilidad de su país por esta masacre que la URSS atribuyó durante décadas a los Nazis, para lavar su imagen.
Putin evadió el tema y tras conceder el error de sus antecesores soviéticos de pactar con Hitler, reclamó a sus colegas europeos que también reconocieran sus errores (por supuesto, sin Katyn y la mención a otros campos de concentración y matanzas de civiles por parte de la URSS, podía hablar solo de “errores”): “Ahora tenemos el derecho (Rusia), a esperar que otros países que aceptaron un acuerdo con los nazis sigan nuestro ejemplo” – dijo con arrogancia.
Y por supuesto, ni los representantes de Austria, que aceptó anexarse al III Reich, ni el de Francia, cuyo gobierno de Vichy fue sumiso a Hitler, ni el de Italia que fue aliada de los Nazis, expresaron algún tipo de reflexión autocrítica sobre los fantasmas de sus pasados. ¡Eso sí!, todos se dieron golpes de pecho en el nombre de la Europa hoy mancomunada, que les sirve para globalizar sus responsabilidades históricas.
En fin, con excepción de Alemania, la conmemoración de los 70 años de la II Guerra Mundial no pasó de ser una terapia de grupo.
