Estrellita del Sur
¿Se acuerdan del viejo vals peruano que decía “cuando lejos de ti quiera
penar el corazón, violento en su gemir recordaré de tu reír…” y luego el
estribillo: “No, no, te digo un adiós estrellita del sur, porque pronto
estaré a tu lado otra vez…” etcétera? Pues algo parecido nos sucedió a tres
venezolanas que viajamos al Sur con la diferencia de que no fue para que
penaran nuestros corazones sino todo lo contrario: para olvidarnos por unos
días de lo que nos mantiene penando. Llegamos al aeropuerto de Ezeiza, en
Buenos Aires y ya el taxista que como casi todos los de su nacionalidad y
oficio, era un experto en política, economía, geografía, psicología,
filosofía, ecología y pare usted de contar; nos mencionó el nombre que
queríamos olvidar. Una de las tres le dijo eso mismo: ni lo mencione vinimos
para olvidarnos de que existe. ¡Para qué fue aquello! el tipo se lanzó en
una perorata sobre los pobres, que ya no eran tan pobres y los gringos que
eran más gringos que nunca, es decir unos bichos de lo peor, y el líder que
se enfrentaba a los imperialistas. Tomé una decisión que sin una pizca de
modestia calificaré de genial: a ése y a cada uno de quienes pretendían
saber más que nosotras sobre el sujeto y ponderar sus virtudes, les decía:
es grande, demasiado grande, inteligente y brillante estadista para que solo
los venezolanos nos beneficiemos de sus dones. Quisiéramos repartirlo sin
egoísmos para que gobierne dos meses en Argentina, dos en Brasil, dos en
Bolivia, dos en Uruguay, y así en toda América del Sur. Con dos meses que
pase en Venezuela nos bastaría. No había respuestas y el tema quedaba
cancelado. Jamás sabremos si fue porque reconocían el sarcasmo o porque no
aprobaban la idea.
Ese mismo día los piqueteros habían tomado una vez más la Plaza de Mayo y
sus alrededores. El mismo taxista que admiraba a ustedes saben quién, se
explayó en epítetos contra los amigos de ustedes saben quién: “son unos
bandidos, protestatarios profesionales y parásitos”. Y nos mostró la
larguísima hilera de autobuses pintados de amarillo y negro en los que
habían sido transportados esos desempleados crónicos. Allí se quedaron seis
días destrozando el ornato de la plaza y sus alrededores, encendiendo
fogatas para calentarse del frío y asar los bifes y uno supone que haciendo
sus necesidades en las jardineras. Una verdadera plaza (más que esquina)
caliente. No encontramos a un solo porteño que aprobara aquella
manifestación o dijera una sola palabra amable sobre los piqueteros. Y ni
éstos ni los admiradores a distancia de la estrellita del sur, pudieron
impedir que volver a Buenos Aires -después de seis años- fuera reencontrarse
con las maravillas de siempre y descubrir sus nuevos prodigios culturales,
culinarios, arquitectónicos; todos con ese buen gusto y ese glamour
deliciosamente decadente, que les da cierto derecho a sus nativos para
creerse mejores que el resto del mundo. Es que en muchas formas (apartando
lo político) lo son. ¿Dónde hay librerías y restaurantes que permanezcan
abiertos toda la noche? ¿En que otro lugar un señor mayor de aspecto
distinguido, nos canta un tango mientras pule nuestras botas en plena
avenida Santa Fe. Ni los arrebatadores de carteras y prendas, han podido
impedir que una mujer pueda ir por las calles en la madrugada, sola y sin
temores?
Brasil es otra cosa, otro mundo que vive en su mundo. Alguien que no parecía
ser analfabeta nos preguntó qué idioma hablábamos en Venezuela. Tienen su
música, sus artistas, su turismo y un sano orgullo nacionalista. Nada parece
vincular al Porto Alegre de los prósperos gaúshos, muchos de ascendencia
alemana, italiana y española, con los amorosos, sonrientes y paupérrimos
bahianos, negros en un 80% y dueños de tradiciones en la ropa, la música, la
comida y los cultos religiosos que nos hacen enamorarnos de cada rincón de
su ciudad. En todas partes -incluido Río de Janeiro- el mismo estribillo:
Lula una gran decepcao y casi enseguida: “él es el amigo de Sabes”. Aquí
usamos otra estrategia para cortar el tema: “Vamos a hacer un cambio ustedes
nos mandan a Lula y nosotros al nuestro” ¡NOOOOOOO! El grito -entre
carcajadas y con gestos de negación absoluta- salió de todas las gargantas a
quienes hicimos la propuesta. Ah, también sabían que tenemos petróleo y
muchos tenían curiosidad por saber cómo era que las venezolanas siempre
estaban entre las finalistas del Miss Universo.
Fue impresionante constatar como cada taxista o guía o dependiente en algún
comercio o los porteros del hotel, tenían muy claro que ese es un país de
pocos ricos y muchos pobres, dos extremos sin nada en el medio. Pero dicho
sin rabia, sin resentimientos, como un destino con el que se nace y se muere
y que ningún político les va a resolver. Por eso Lula es una gran decepcao y
“peor aún lo fue Cardozo que gobernó para las elites”. Hay que trabajar o no
comemos, decía nuestro guía taxista de Río que combinaba sus comentarios
sobre el racismo, la pobreza, el abandono de la salud, la violencia y la
inseguridad, con sus chistes y comentarios jocosos y con su orgullo por las
bellezas de su ciudad. “En esas playas crecí yo, fui un niño de la playa”,
que es como si dijera un niño de la calle, y lo dice esperando que
entendamos que a pesar de eso es un hombre de bien, un buen padre y un
trabajador incansable. Allá no hay misiones y nadie espera nada de un
gobierno hundido en un pantano de corrupción. “Pero al menos aquí las
instituciones funcionan, se investiga, se sabe” decimos. El escepticismo
también es parte de la decepcao y Lula nunca tuvo pretensiones de brillar en
el firmamento universal ni billones para ir regalando por el mundo.