Esposado, entró al país
“Esposado, entró al país”, así titula un reportaje de Armando Mayorga, en el diario La Nación de San José de Costa Rica, que se refiere a la llegada de Miguel Ángel Rodríguez, ex Secretario General de la OEA, a su país, para someterse a juicio en su país.
Me causa dolor que en una país como Costa Rica, en cuya capital tiene su sede la Corte Interamericana de Derechos Humanos, se someta a un ciudadano, amparado por el principio de presunción de inocencia y que, por lo tanto, debe ser juzgado en libertad, al vejamen de colocarle esposas en la muñeca, tal como si fuera un peligroso asesino sorprendido in fraganti que se opone al sometimiento.
Ver episodios tan bochornosos como el del aeropuerto de San José, hoy 15 de octubre de 2004 entristece hondamente a quienes siempre hemos considerado a Costa Rica como modelo de lo que debe ser un Estado democrático donde impera el respeto de las libertades fundamentales del ser humanos. Si bien aplaudimos el hecho de que, frente a la presunción de comisión de un delito, el ministerio público haya decidido someter a juicio a un ciudadano independientemente de su alta investidura, tenemos que condenar actos como el que pudimos ver hoy a través de la señal de CNN.
No puedo pretender nunca emitir opinión sobre la inocencia o culpabilidad del señor Miguel Ángel Rodríguez. Eso es materia para un juez que decida bajo debido proceso, ateniéndose a lo que se pruebe en autos. Ahora bien, como defensor a ultranza de los derechos humanos expreso mi más fuerte protesta por un trato indebido dar a un ser humano. Esposar a un detenido puede que sea una práctica obligatoria en los manuales de procedimiento policial, pero esa práctica es incompatible con las normas consagradas en la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Se debe esposar a una persona sólo cuando el hecho de que tenga los brazos libres implique peligro o, a lo sumo se tema su fuga. Nunca a una persona que regresa espontáneamente a su país para someterse a juicio.
