España: ¿fútbol o pimpón?
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En la dividida España de hoy parece haber solo dos temas en los que todos coinciden. El primero es que es
muy posible que el equipo español regrese de Sudáfrica como campeón del mundo. El segundo es que es
imposible que los políticos se pongan de acuerdo para darle al país un gobierno de unidad nacional para
afrontar la crisis económica. No sé si la selección española ganará el Mundial de fútbol, pero sí sé que sin un
gobierno basado en pactos que trasciendan los intereses circunstanciales de los partidos y de sus líderes,
España entrará en un prolongado pimpón político. En este pimpón, los dos partidos mayoritarios se alternan
en el poder sin llegar a contar con la suficiente fuerza como para reformar a fondo la economía ni para
sostener el impulso de cambio durante el tiempo requerido.
Así, el pimpón conduce a un prolongado periodo de reformas truncadas, esfuerzos insuficientes y resultados
mediocres que no logran devolverle el dinamismo a la novena economía del mundo. La anemia económica
española es contagiosa y, en el interconectado mundo de hoy, su debilidad daña a todos, especialmente a
Europa y a América Latina.
Por esta aterradora perspectiva resulta tan importante que los políticos españoles practiquen más el fútbol y
menos el pimpón. España necesita en la política una selección nacional tan buena como la que tiene en el
fútbol; los mejores jugadores deben deponer sus rivalidades y trabajar en equipo para derrotar la crisis. Sé
que esto suena -y es- ingenuo. Por ahora.
Hace pocos días le pregunté a una amplia pero nada científica muestra de los principales líderes políticos,
empresariales, intelectuales y periodísticos españoles si era posible que los dos grandes partidos se pusieran
de acuerdo en un revitalizador programa de reformas, que fuera ejecutado con el apoyo de una gran alianza
nacional de sindicatos, empresarios, la Iglesia, los medios y la sociedad civil organizada. ¡Imposible!, fue la
respuesta unánime.
En las democracias es normal, y hasta saludable, que la oposición haga lo posible para reemplazar al partido
que gobierna. Esto naturalmente incluye negarle el apoyo a sus iniciativas y, en el fondo, apostar por su
fracaso. A su vez, el partido de gobierno hace lo posible por excluir, desprestigiar y debilitar a la oposición.
Pero cuando los países entran en profundas crisis políticas o económicas lo normal puede ser suicida. Esto lo
entendió España antes y mejor que otros. Los Pactos de la Moncloa, que en 1977 sellaron los acuerdos entre
fuerzas políticas, sindicales y empresariales para llevar adelante un duro pero indispensable proceso de
cambios, guiaron con éxito la transición política y las reformas económicas de España. También fueron un
modelo para otros países.
En estos momentos no existen los incentivos en el sistema político español para la conformación de un amplio
acuerdo entre partidos, sectores sociales y económicos. Muchísimo menos los hay para la búsqueda de un
gobierno de unidad nacional. El Partido Popular está seguro de que tanto los problemas económicos como el
desprestigio del Gobierno se van a agudizar, poniéndole así el poder en bandeja de plata. Al PP le basta con
esperar. Esto lo saben el Gobierno y el PSOE, y por lo tanto están convencidos de que no hay esperanza de
lograr acuerdo alguno con el PP. Y como siempre sucede en la política, las personalidades cuentan. Cuando el
desdén, la desconfianza y la antipatía definen las relaciones entre los principales jugadores, es ingenuo
pedirles que formen un equipo. Quizás lo puedan prometer y hasta traten de aparentarlo. Pero en la práctica
no lo intentarán ni con sinceridad ni con efectividad. Esta es, en parte, la razón por la cual otros líderes
sociales no han hecho mayor presión para que haya un gran acuerdo político con el que enfrentar la crisis de
forma concertada.
El problema con todo esto es que sin una base política más amplia, el PP tampoco podrá llevar adelante las reformas con éxito. Y el PSOE estará esperando a que los graves problemas económicos y el desprestigio del
Gobierno del PP le lleven de nuevo al poder. Y así sucesivamente. Intentar, en estos tiempos, la formación de
una coalición multisectorial y multipartidista para enfrentar la crisis puede ser una ingenuidad. Pero es
igualmente ingenuo suponer que la crisis se puede superar sin necesidad de cambiar la política normal. Y a
medida que los problemas sociales se agraven, a los líderes políticos no les quedará más alternativa que hacer
equipo con sus rivales. Es una lástima que tengamos que esperar a que las cosas se deterioren mucho más
para que los políticos cambien el pimpón por el fútbol.