Opinión Internacional

Entendiendo al Ecuador

Los acontecimientos en Ecuador se han producido con una rapidez tal, que mientras escribíamos sobre los mismos no sólo había sido destituido su presidente constitucional, sino que el vicepresidente de ese país ya había tomado posesión del cargo como nuevo presidente.

Todavía estaban calientes las calles de Quito, entre los traspiés de los enardecidos manifestantes en contra del entonces Presidente Gutiérrez, cuando ya se escuchaban ingenuas expresiones de sincera felicitación a ese “aguerrido pueblo Ecuatoriano que si sabe defender su democracia a cómo de lugar y en el escenario que sea.”

Y se pregunta uno: ¿Se ha defendido realmente la democracia en Ecuador; y en todo caso, será ésta la forma de preservar esa democracia?

Para nadie ha sido un secreto que desde hace algunos meses la situación política del Ecuador comenzaba a deteriorarse. La instigación del Presidente Gutiérrez ante el Congreso de su país para que éste en el mes de diciembre destituyera a la Corte Suprema de Justicia pareciera que fue la mecha del descontento de un importante sector de la sociedad ecuatoriana.

Es cierto que el Congreso ecuatoriano carecía de competencia para decidir sobre tan delicado aspecto como es la destitución de los Señores Magistrados del Alto Tribunal, basados en la presunta corrupción y politización es éstos; pero si a ver vamos, esa sola situación, la de destituir a la Corte, si bien fue inconstitucional, no era suficiente para justificar la salida de fuerza de quien había sido elegido por mayoría el hombre con mayor confianza para dirigir los destinos de su pueblo hasta el año 2007.

Otro de los aspectos vinculado con el caso fue la designación por parte de ese mismo Congreso, de los nuevos Magistrados del Tribunal Supremo de Justicia; toda vez que a juicio de la población civil, idea compartida por el  mismo Presidente Gutiérrez, los nuevos Jueces estaban tan politizados como los anteriores. Tanto fue así, que dentro de las decisiones iniciales dictadas por dichos Magistrados estuvo la de anular el proceso judicial iniciado en contra del ex Presidente Abdalá Bucarám. 

Esta situación fue la llama que inició todo este suicidio político y que culminó con el regreso a territorio ecuatoriano del ex presidente Bucarám; quien prácticamente sin haberse terminado de bajar del avión, ya se adjudicaba su influencia para haber logrado no sólo la destitución de la Corte Suprema, sino la anulación del juicio en su contra.

Evidentemente que a un pueblo cansado de los vaivenes de la política y de la burla de sus dirigentes, lo de Bucarám sería la gota que rebosó el vaso; más aún cuando se hablaba de su posible candidatura presidencial para el 2007. Pero aún así, tampoco era razón suficiente para descabezar a un Jefe de Estado que directamente ni había destituido a la Corte, ni mucho menos había anulado juicio alguno.

Gutiérrez cometió muchos errores. Quizás lo hizo por su poca experiencia política; así como por una ingenuidad pasmosa que llegaba hasta hacerlo opinar aspectos como el de la reelección, que cualquier amigo cercano, si lo hubiera tenido, le hubiera prohibido que siquiera se atreviera a pensar.

Probablemente el error más grave que cometió el recién destituido presidente, fue el haber dictado un Decreto de Emergencia en donde suspendía algunas garantías constitucionales para con ello destituir directamente a la Corte Suprema de Justicia;  no porque no hubiera podido hacerlo, porque en esto de aplicar medidas para garantizar en momentos de crisis la seguridad hay mucha tela que cortar, sino porque con la ejecución del decreto demostró la debilidad de su gobierno, al salir el pueblo a la calle, y al no actuar las fuerzas militares.

Con esto quedó sellada la condena de un hombre que entró al juego político a raíz de un intento de golpe de Estado  y que salió del poder en virtud de un golpe de Estado jurídico; porque venir a alegar el abandono del cargo para destituirlo, como lo hizo el Congreso Ecuatoriano, es prácticamente decir que el hombre que vimos hasta el último momento rechazando su renuncia era simplemente un fantasma.

La destitución del Presidente Gutiérrez, bajo las reservas jurídicas del caso, no sólo no resuelve la situación política ecuatoriana, sino que la enturbia aún más. El mundo apreció los vítores del pueblo ecuatoriano por la salida de su Presidente: llenos de esperanza porque el nuevo presidente no sólo llamaría a alecciones próximamente, sino que destituiría igualmente a su Congreso Nacional; que si bien a su juicio está constituido por diputados corruptos, al parecer no lo han sido tanto para favorecer la destitución de un presidente.

Ninguna de estas dos cosas hará el nuevo presidente.

Quienes propiciaban un verdadero cambio político en Ecuador, basado en el respeto al estado de derecho y al principio de la separación de poderes, entenderán con el tiempo que así como un hombre entró a la puerta grande de la historia como consecuencia de un intento de golpe de Estado; ahora ha ingresado otro hombre, armado de sueños pero atado de pies y manos.

Y es que ahora vendrá el momento de los pagos, el del cobro de las deudas de quienes se piensan artífices de este triunfo para la democracia: militares que ahora se considerarán imprescindibles, políticos que recordarán sus actos heroicos, empresarios que demostrarán sus grandes sacrificios económicos, gobiernos revolucionarios extranjeros que enseñarán los dientes al nuevo inquilino del Palacio de Carondelet.

También es el momento de los organismos multilaterales, como la OEA, cuyos miembros, individual o colectivamente, insinuarán la prueba de fuego que resultó hacerse de la vista gorda mientras ejecutaban políticamente a un presidente; enviando tardíamente, cuando el daño está hecho, una misión investigadora para que selle con el manto de la legitimidad de la demora, lo que no podrá sellarse con el de la objetividad.

Mientras tanto allá en las cumbres andinas hay un pueblo que espera con fe la llegada de un Mesías; ese Mesías latinoamericano cargado de regalos y sin nada que exigir a  cambio, ese caudillo que todo lo da y que nada recibe.

Qué triste es la ceguera del amor incomprendido; y es que después de tantos golpes, todavía no aprendemos: vamos por lana y la mayoría de las veces, salimos trasquilados.

(*): Embajadora  

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