Encrucijadas
No se sale adelante celebrando
éxitos sino superando fracasos.
Orison Swett Marden
Resulta harto complicado escribir una nota que refleje todo lo que ha pasado en el país y en el mundo, y en mi cabeza, en las últimas semanas, ya que todo implica que, a partir del 24 de octubre, la Argentina y su Gobierno se enfrentarán a una serie de encrucijadas, en las que tendrán que optar, cada vez, por seguir un camino o el otro.
La más complicada que se nos presentará en los próximos meses tiene que ver tanto con la economía cuanto con la política. El modelo tal como está, recalentando tan artificialmente el consumo interno, está sustentado, como todos sabemos, en algunas bases que hoy están temblando la soja y Brasil- o ya han desaparecido, como los superávits gemelos, las fuertes reservas del BCRA, las cajas públicas y el tipo de cambio competitivo.
La brutal fuga de capitales desde 2007, se han ido US$ 75.000 millones- pudo financiarse, básicamente, por los enormes ingresos que el yuyito produjo. Sin embargo, para que el modelo pudiera resistir sin cambiar nada el esquema, se requeriría que la soja subiera un 20% por año, acumulativamente. Y hoy el precio está bajando.
Las razones para ese descenso son varias. Para que China, India y los tigres asiáticos continúen comprando, tienen que poder vender sus productos a mercados que, a su vez, están sumergidos en la crisis más profunda que recuerde el mundo desde 1930. Cuando comenzó, en 2008, era sólo financiera, pero ya se ha traslado a la economía real y, ahora, no hay experto que pueda garantizar cómo se comportará en adelante.
Entonces, si nuestros compradores lo siguen haciendo para alimentar a sus nuevas clases medias y evitar protestas sociales, seguramente lo harán a precios más baratos.
Desde otro ángulo, puede decirse que gran parte de la escandalosa suba del precio de la soja se debió al arribo a los mercados de futuros de grandes capitales especulativos, que han comenzado a retirarse, induciendo los precios a la baja. Para dar una leve idea acerca de qué significó esa presencia, baste decir que se negociaban, en sus mejores épocas, cantidades de soja diez veces superiores a las existencias físicas de la oleaginosa en el mundo.
Por su parte, Dilma Rousseff, una muy seria economista, ha comenzado a imponer en Brasil un leve enfriamiento de su economía, por terror al resurgimiento de una inflación desbocada que, en nuestro vecino, ha pasado a ser sólo un mal recuerdo. La desvalorización del real en casi 20% durante septiembre, es una pésima noticia para los argentinos y para la Casa Rosada en particular.
Si le sumamos la frontal oposición de los Estados Unidos que han informado que saldrán a buscar aliados para su postura- a que Argentina pueda obtener créditos de los organismos multilaterales por la falta de propuestas para los holdouts y el incumplimiento de las sentencias condenatorias del CIADI el Gobierno se comporta frente a ese tribunal internacional como lo hace con la Corte Suprema-, y la imposibilidad de acceder a los mercados voluntarios de crédito por la falsificación de estadísticas, la inexistencia de seguridad jurídica, la corrupción y la falta de acuerdo con el Club de París que, además, impide a los extranjeros vender y financiar sus exportaciones, ya que no pueden obtener seguros para esos contratos, tenemos un feo panorama por delante.
En resumen, nuestro país está sumamente complicado y, para enfrentar la crisis global, parece no contar con herramientas adecuadas y, mucho menos, con funcionarios verdaderamente idóneos para conducir el timón económico en épocas de grandes tormentas. Con tocar la guitarra en recitales de rock parece no bastar.
De allí la encrucijada: el Gobierno deberá decidir, en breve plazo, si opta por modificar el modelo, ajustándolo a la realidad mundial y disminuyendo drásticamente el gasto público y la inflación, o por intentar continuar usando las mismas recetas populistas aplicadas hasta ahora.
Si su elección es la racionalidad adelanto que no lo creo- las modificaciones deberán ser profundas. Ni la normalización del INDEC, ni la reducción de los subsidios, ni el sinceramiento de las tarifas, ni el reconocimiento de la inflación, ni el acuerdo con el FMI, ni el arreglo con el Club de París y con los holdouts serán fácilmente vendibles a una ciudadanía que verá dispararse la inflación y a la cual habrá que tocarle el bolsillo.
Por el contrario, si se elige el camino de la profundización del modelo, es obvio que deberá buscarse la financiación del disparate en otros sitios, puesto que las cajas normales el BCRA, el Banco Nación, las AFJPs, la ANSES- ya han sido saqueadas. Las preguntas que surgen, en este caso, son otras: ¿cómo reaccionarán los mercados si se estatiza el comercio de granos?, ¿cómo actuará el escaldado depositante argentino si se nacionalizan los depósitos bancarios? o ¿qué dirán los gremios si se pasan al Estado las obras sociales sindicales?
La realidad es que cifras como la que obtendrá doña Cristina dentro de exactamente tres semanas ya me imagino a Eduardo Feinman, a las 18:00, cantando el porcentaje final, aún antes del cierre del comicio- sirven para mucho, sobre todo en esta Argentina que, por obra y gracia del cristi-kirchnerismo, carece de instituciones. Sin embargo, ningún alud de votos puede torcer las leyes de la economía, tan inmutables como la de gravedad.
Desde el punto de vista político, parece estar claro que el 23, con las verdaderas elecciones generales para las cuales el oficialismo está en una inmejorable posición a partir de haber vendido psicológicamente su arrasador triunfo en las pseudo primarias-, serán firmadas las partidas de defunción de partidos y de figuras, a las que su edad y la suma de papelones llevarán, sin remedio, al ataúd de la historia chica.
La primera encrucijada, por peso específico, corresponde al peronismo. El PJ, en todas sus variantes Perón, Cámpora, Lastiri, Perón, Isabel, Menem, Puerta, Rodríguez Saa, Caamaño, Duhalde, Kirchner y Fernández-, ha gobernado la Argentina desde 1930- el 39% del tiempo; desde 1946, el 48%; desde 1974, el 57%; y desde 1983, el 72%. Efectuado ese cálculo, surge obviamente una pregunta: ¿qué responsabilidad le cabe en el derrumbe de la Argentina y en el empobrecimiento de su población, en la destrucción de la educación y de las instituciones?
Hace meses, en una mesa semanal del peronismo federal, expuse de viva voz mi convicción de la necesidad de dejar de lado la danza infernal de nombres que el proceso electoral había desatado a partir de la muerte de don Néstor (q.e.p.d.) para trabajar todos juntos en la refundación de la nación desde sus más profundos cimientos. Plasmé esa idea en una nota, a la que titulé Es hora de hombres, no de nombres, que puede verse en mi blog. Dije, además, que la sociedad atribuía a esa formación disidente el canto de guerra No me dejen afuera. Demás está decir que el tiempo y el resultado del 14 de agosto corroboraron esa afirmación.
Es claro que, a partir de su definición como movimiento, todo pareció, hasta ahora, serle permitido. Tanto como que pudiera expresar desde un disfraz de liberalismo corrupto hasta un maquillaje de izquierda para un modelo de saqueo y apropiación.
La encarnación actual del PJ en la figura de doña Cristina (el federal se ha vaciado, a fuerza de comprar garrochas), que ocupa sola todo el horizonte político y no permite que nadie descuelle a su alrededor, hará que, cuando le llegue el turno de entregar el poder, por las buenas o por las malas, ese movimiento se encontrará, por primera vez en su historia, sin un líder a quien seguir. Es posible, así, que el matrimonio termine por hacerle un gran bien a la sociedad, ya que la obligará a asumir el control de su destino.
En lo que al radicalismo respecta, la situación del centenario partido no parece ser mejor, toda vez que la rigidez de su estructura, y la falta de propuestas, llevó a que el aparato impusiera un candidato clonado de un pasado ya demasiado antiguo, dejando en el camino a otros que, con toda seguridad, hubieran hecho un más serio papel, como Ernesto Sanz.
Ricardo Alfonsín, pese a la acertada elección de Javier González Fraga como candidato a Vicepresidente, nunca consiguió la adhesión de quienes buscaban una real alternativa al modelo oficialista, ya que carece del espíritu de lucha y la vocación brutal que son condiciones esenciales de cualquier político con aspiraciones de poder. La suma de esos factores, también hará que el radicalismo desaparezca del futuro y, en el fondo, tampoco eso resultará una mala noticia.
El socialismo, que ha acompañado todos los disparates de don Néstor (q.e.p.d.) y de doña Cristina en el Congreso, intentó una alianza contra natura que, sin embargo, le permitió a duras penas conservar el poder en Santa Fe, pero que no ha conseguido insertarse en la realidad nacional, ya que es percibido, por esa conducta errática, como un kirchnerismo con buenos modales.
La izquierda más recalcitrante, desde el Sur, de Pino Solanas, hasta el Frente de Izquierda, de Altamira, pasando por el MAS o el PO, nunca conseguirá llegar por la atomización y la centrifugación que la radicalización filosófica de sus propuestas le impone. Cada vez que consigue unirse, estalla como una burbuja al minuto siguiente. Puede acompañar, pero nunca obtener más que un muy escaso caudal de votos, a pesar de la notoria militancia en la calle.
Y el PRO, que debiera ponerse al frente de la oposición sensata, tiene una conducta y un discurso vergonzantes, amén de no haber podido construir, todavía al menos, una estructura nacional.
De esas constataciones se desprende, precisamente, la necesidad imperiosa de construir, en la Argentina, una nueva estructura de centro-derecha, que ofrezca a la ciudadanía sensatez y sentido común y, sobre todo, que asuma su condición de tal con orgullo y sin miedo a lo políticamente incorrecto.
Algunas más urgentes, otras más importantes, todas esas encrucijadas poner a nuestro país ante un escenario complicado.
Falta, únicamente, saber cómo reaccionará la ciudadanía cuando las penurias lleguen a sus bolsillos y, sobre todo, cómo actuará, en esa circunstancia, el grupo de jóvenes idealistas reciclados y enriquecidos inexplicablemente. Porque lo único que puedo afirmar hoy es que doña Cristina y sus cómplices no se comportarán como Alfonsín cediendo anticipadamente el poder-, ni como Menem que entregó pacíficamente loas atributos a su sucesor-, ni como De la Rúa que huyó en su helicóptero-, ni como Duhalde, que acortó su mandato ante la inminente conmoción social.
Como digo, tiempos complicados tenemos delante.