Opinión Internacional

Embajador R. Armando Rojas

Se fue el Embajador Armando Rojas, insigne escritor, historiador y diplomático venezolano. Lo conocí a través de sus hijos, especialmente gracias a Armando, también diplomático y escritor como su padre. Con Don Armando, como me gustaba llamarlo, me unió una relación tardía en el tiempo, aunque no menos intensa y enriquecedora gracias a la tertulia ocasional, la lectura de sus obras y el aprecio hacia un hombre que demostró su gran nobleza, vocación por su familia y por su patria. A pesar de sus 94 años, al final del camino, nunca perdió la lucidez. Recuerdo haberlo encontrado muchas veces rodeado de libros los cuales parecían arroparlo mientras que su cuerpo se incorporaba a las páginas con curiosidad a lo que quizás percibía como letras que se le querían desaparecer. Deja una fabulosa biblioteca que esperamos se resguarde para otros investigadores. Su vida fue austera. A pesar de sus cargos relevantes y gran obra escrita fue una persona alejada de la búsqueda de notoriedad, pasajera y facilista como a la estamos acostumbrados aquí en Venezuela. Quienes hoy desprecian la Diplomacia lo calificarían como clásico. Sabía perfectamente el manejo de la forma como parte sustancial del fondo del quehacer de las relaciones internacionales.

Recuerdo que su respuesta a mi saludo habitual, ¿cómo esta Embajador?, era: “bien, pero preocupado, no entiendo que es lo que pasa en el país y todo está como raro, me exclamaba”. “Sin duda estos son otros tiempos”, decía. El seguimiento del acontecer nacional e internacional era parte de su diaria obsesión. En nuestras conversaciones sobre Diplomacia, su pasión, al igual que la historia, expresaba que nuevas oportunidades tienen los diplomáticos de ahora, llenos de información y medios para advertir, a diferencia de su época, especialmente como joven funcionario por allá por los años 40 y 50 cuando le correspondió desde Europa asumir varias representaciones venezolanas. Sin embargo, insistía, hay una sola manera de hacer la verdadera diplomacia, con respeto y transparencia. No se imaginaba a un diplomático de oficio sin cultura, educación y honestidad.

Sobre nuestra historia diplomática afirmaba en un libro que tuve la honra que me prologara, ”La Diplomacia en mundo globalizado”, que la negociación llevada a cabo en Londres por Alejo Fortique durante la Presidencia de Páez (1839-45), era el ejemplo más sobresaliente de nuestra historia diplomática. Asevero, “la correspondencia cruzada entre el negociador venezolano y el secretario de relaciones interiores de su majestad británica, Lord Aberdeen, ponen de relieve las condiciones de talento, del conocimiento del tema y habilidad negociadora de Fortique”. Precisamente, la Academia Nacional de la Historia, de quien era uno de sus miembros desde 1971, le publico un trabajo bajo el título de “Los papeles de Alejo Fortique”.

Le gustaba contar sus anécdotas como diplomático y comparar las distintas etapas de nuestra cancillería. Recordaba mucho el tacto y el respeto que existía entre los altos funcionarios con sus subalternos en sus tiempos de carrera. Varias veces me conto como en la época de la dictadura de Pérez Jiménez ,siendo funcionario de bajo rango, recibió una llamada del Canciller de turno para pedirle que los honrara con sus servicios al frente de nuestra Misión en Berna, capital en donde nació su único hijo, también hoy Embajador . Me preguntaba si en estos tiempos también con igual deferencia se trataba a los funcionarios.

Fueron muchas las obras escritas. Simón Alberto Consalvi en una intervención ante la Academia de la Historia que recoge este mismo portal en junio de 1997, señalo sobre Don Armando, que; “Su obra literaria, ya densa y dilatada, tiene este sello característico: la reflexión humanística”. Recordaba el también Diplomático e intelectual entre muchas otras obras ” Notas de crítica y de humor, las ideas educativas de Simón Bolívar, La batalla de Bentham en Colombia, su biografía de Alejo Fortique, el gran internacionalista venezolano del siglo XIX, como también Los papeles de Alejo Fortique. Había escrito, asimismo, sobre Pedro Gual y los orígenes del Panamericanismo. Con el tiempo, el Dr. Rojas fue enriqueciendo de manera notable su contribución a la historiografía venezolana y, de modo muy especial, en cuanto se relaciona con la política exterior. Entre sus obras posteriores debemos anotar Las misiones diplomáticas de Guzmán-Blanco, Los creadores de la diplomacia venezolana, y la Historia de las relaciones entre Venezuela y los Estados Unidos, obra está verdaderamente esencial para el estudio y la comprensión de las muy complejas relaciones entre el fuerte y el débil, sobre todo en la Venezuela del siglo XIX, de muy poca estabilidad y muy poco juicio político, siglo dominado por las guerras civiles y por los conflictos fronterizos.” La segunda etapa de esa investigación quedo entre sus asuntos pendientes para la historia diplomática venezolana. Alguien tendrá que concluirla. La pluma de sus hijos diplomáticos tiene un reto por delante.

“Bolívar Diplomático” y “Carta a Dios”, con distintas motivaciones son quizás sus más importantes legados. Sobre la primera, una nueva edición reeditada en la cancillería Venezolana durante el año 2005, le dio una gran satisfacción, ser reconocido en la casa a la cual le entrego gran parte de su vida productiva y a dos de sus hijos que siguieron su vocación por la diplomacia. En este texto fundamental con prudencia y gran sentido patriótico, resalto que la Diplomacia Venezolana debía ser Bolivariana en homenaje al padre de la patria. Señalaba que “el diplomático venezolano tiene en sus manos una hermosa bandera para el prestigio de la patria. Esta bandera es el pensamiento genial del libertador. La diplomacia venezolana debe ser una diplomacia bolivariana en cuanto debe esforzarse en difundir los grandes ideales contenidos en esa doctrina que es la doctrina de la América libre, soberana, única dueña de su propio destino: de una América, con su propia ideología y su camino propio”.

Don Armando amaba su tierra. Me imagino, porque en el tiempo lo he padecido, la gran angustia que le produjo el desprendimiento físico de su nación mientras cumplía funciones diplomáticas. En la mayoría de sus textos deja colar no solo su afecto por conocer más de la patria y remontar los tiempos perdidos por su ausencia.

En Carta a Dios,(1981) conmovedora entrega de su más profunda intimidad, dedicada a su hija Yolanda, ”más allá de las estrellas, envió esta carta para que la haga llegar a su destinatario”, se pregunto en lo que fue sin duda su más doloroso encuentro con lo irracional y en dónde los cimientos de su fe se estremecieron, con la repetida interrogante de ¡por qué señor te la llevaste …..Pero no oíste, señor, nuestras plegarias, sus plegarias…….permaneciste sordo a nuestros clamores y a nuestra angustia. Para ese hombre que estudio la evolución del pensamiento, de arraigo cristiano, que fue capaz en un texto escrito con lucidez y dolor, cuestionar las dudas que a todos los de este reino en algún momento nos embarga. No lo podemos percibir sino como un mensajero quien se reconoció como un angustiado, un eterno torturado, un inconforme que trato de ayudar con su pluma a superar quizás la más grande de nuestras dudas, su duda, “en este repecho de mi vida cerca ya de la cumbre, me pregunto, ¿he sido feliz?”.

Sentiremos su ausencia. Murió viejo, pero no envejecido. Su palabra y verbo daba fe de su cultura e inteligencia hasta el final de sus días. Le toco continuar el camino hacia donde podrá confirmar y resolver su angustiosa obsesión a lo largo de parte de su vida; el problema de la existencia de un Ser Supremo, como alguna vez se lo planteo. En lo personal lo extrañare, me acostumbre a visitarlo de vez en cuando y transportarme con en la historia de nuestra diplomacia y sus hacedores. Ojala, la Academia Diplomática de quien fue uno de sus primeros directores, más allá de la apatía, rescate sus enseñanzas y obra. La Diplomacia del futuro requiere permearse también del pasado.

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