Opinión Internacional

El segundo golpe de Musharraf

A mitad de 2007, Pervez Musharraf enfrentaba una crisis política cuando sus aliados occidentales lo criticaban de comportarse ambiguamente ante el avance y libertad de circulación de miembros de Al Qaeda y de los Talibanes en su país y en la vecina Afganistán, mientras la Opinión Pública paquistaní lo condenaba severamente por la destitución, inconstitucional, del juez Iftikhar Chaundhry de la Corte Suprema, encargado de revisar si el dictador podía continuar en su doble cargo de presidente del país y jefe supremo del ejército.

Musharraf encaró simultáneamente los dos frentes de crítica, cuando ordenó a su ejército a arremeter contra grupos armados de estudiantes islamistas de la Mezquita Roja, cuyas “brigadas morales” violentaban la ciudad de Islamabad – lo cual le valió que Al Qaeda colocará “oficialmente” a su gobierno en su Lista Negra de regimenes a derrocar, – y poco después, restituyó a Chaundhry y permitió el retorno a Paquistán de los ex jefes de gobierno, Benazir Bhutto, exilada en Londres, y Nawaz Sharif, a quien el general le hizo el golpe de Estado en 1999, y quien se mantenía desde entonces expatriado en Arabia Saudí.

Cuando todo parecía encaminarse a un entendimiento entre los partidos políticos moderados y Musharraf para realizar las elecciones de enero en condiciones justas, bajo la urgencia de combatir el islamismo radical, se extendió el rumor de que Chaundhry insistiría en obligar al dictador a renunciar a su cargo como jefe de las Fuerzas Armadas, en un país en el cual esta institución es tan importante que recibe el recibe el 40% del presupuesto nacional.

Para Musharraf, dejar la presidencia para encargarse únicamente del ejército, representa un gran riesgo porque no tiene un partido político sólido que lo respalde, y abandonar la comandancia militar por la presidencia implicaría la perdida del mayor bastión de poder de un país que al igual que la Prusia del siglo 18, como la definió Federico el Grande, es: “Un ejercito con un Estado más que un Estado con un ejercito”.

Así las cosas, el general se enfrenta a extremistas islámicos y a demócratas – cada quien desde su trinchera y con agendas diametralmente opuestas – a la vez que vuelve a colocar a occidente en la disyuntiva de elegir a quién apoyar – escudado ahora bajo la propuesta de un gobierno de transición – en una nación clave en la lucha contra Al Qaeda y otros grupos islamistas radicales.

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