Opinión Internacional

El Precedente Mugabe

Desde 1980, cada seis años, Zimbabwe acapara titulares noticiosos por elecciones manipuladas para que el presidente Robert Mugabe y su partido Unión Nacional Africana de Zimbabwe, ZANU, se fosilicen en el poder de la antigua Rodesia del Sur a la cual independizaron de la corona británica para pasar al “reinado” de un delirante y su séquito de aduladores, criminales y corruptos.

Por dos décadas dignatarios del mundo trataron a Mugabe como “legítimo” mandatario a pesar de las fundadas acusaciones de fraude electoral, hasta que en 2002 observadores internacionales denunciaron las obvias trampas del autócrata. Sin embargo, no hubo mayor reacción contra un régimen que ha pisoteado derechos humanos básicos como la vida, la libertad, la igualdad – su gobierno ha discriminado a minorías blancas y mayorías políticas, – e incluso, la dignidad, puesto que sus políticas económicas han conducido a Zimbabwe al triste record de la más alta inflación mundial – 10 mil por ciento anual – y al incremento de la mortalidad infantil a la cifra de unos 650 niños por cada mil menores de 10 años.

El pasado marzo, el partido Movimiento Democrático de Cambio del ex sindicalista Morgan Tsvangirai, que ganó la mayoría parlamentaria, aceptó participar en una segunda vuelta presidencial bajo la excusa de que no obtuvieron más del 50% de los votos (una arbitraria proporción que estipula un decreto presidencial para facilitar los fraudes electorales). Mugabe prohibió a la Junta Electoral publicar los resultados oficiales que demostraban una mayoría rotunda de su oponente, y encarceló a algunos de sus miembros por filtrar las cifras reales a la prensa y a unos 200 dirigentes de oposición, por liderar acciones de calle.

Esta situación obligó a Tsvangirai a retirarse de una contienda cuyo resultado ya estaba forjado, hasta el punto que Mugabe, sin sutilezas, anunció que no cedería el poder a “traidores” – todo aquel que discrepe de él – y declaró que gobernará por la fuerza de los votos o por el de las armas, que serían tomadas por veteranos de la guerra de liberación, “antes que entregar las riendas del país a marionetas del Imperio” (en este caso, el británico, puesto que cada déspota busca un “imperio al cual culpar de sus fracasos).

Lo que está en juego en Zimbabwe, puede convertirse en un precedente importante para la suerte de tantos presidentes que buscan o ya han logrado perpetuarse indefinidamente en el poder.

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