El Neopopulismo salvaje
La lucha por la conquista y consolidación de nuestra mayoría exige la paciencia, la previsión, la astucia y la inteligencia en los pasos seguros con los que vamos avanzando. Combinando, si así lo exigen las circunstancias, todas las formas de lucha. Pero ello no obsta para que no mantengamos alerta la conciencia de los mejores sobre nuestros problemas esenciales ni despertemos de su letargo criminal a quienes vegetan seducidos por el poder del neopopulismo salvaje que nos avasalla.
Antonio Sánchez García @sangarccs
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El populismo salvaje ha vuelto a hincar sus colmillos en América Latina, si es que alguna vez estuvimos libres de sus tenaces y venenosas mordeduras. Como lo acaba de demostrar el caso de la estatización de la empresa petrolera YPF en la Argentina de Cristina Fernández de Kirchner, resurge renovado y más salvaje que nunca, aferrado a las velas del peronismo, siguiendo el guión que Sigmund Freud considerara la causa y etiología de las neurosis: ante la impotencia surgida de las dificultades del sujeto para enfrentar los problemas que le plantea la realidad, recae en las fijaciones de su más remoto pasado y pretende resolver sus impasses volviendo a reproducir sus taras originarias, las de su infancia. Con mayor virulencia si se es presa del complejo anal; una perversa fijación a lo material que regresa en cuanto nos vemos asediados por las carencias y la vida nos da señales de peligrosa inseguridad. Las manifestaciones de esa regresión son múltiples, algunas anodinas e inofensivas, otras perversas, obscenas y hasta criminales. Y quien crea que sólo se manifiestan en el plano de nuestra subjetividad, se equivoca: constituyen la etiología de los totalitarismos. Pues los pueblos, enfrentados a la necesidad de resolver sus crisis, suelen desahogarse como los neuróticos: se agarran al primer clavo ardiendo que les promete tomarlos de la mano y llevarlos al puerto seguro de los prejuicios más raigales. Detrás de todo caudillo populista, la clásica personalidad autoritaria, hay un pueblo que se ha vuelto neurótico. Ha regresado a su perversa analidad. Abandonó las claves del comportamiento adulto y renuncia de buen o mal grado a su emancipada experiencia. Se ha embrutecido: está enfermo.
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Paga Europa la crisis económica generada por su liviandad en el manejo de los frutos de la prosperidad y el progreso conquistados con tesón y sacrificios, luego de la Segunda Guerra, pero por sobre paga la irresponsabilidad de cumplir promesas electoreras y abrirse indiscriminadamente a las exigencias de su población y al asalto de la multirracial pobresía invasora, que le cae a saco para obtener lo que los gobiernos de sus países de origen les niegan. Y ante la necesidad de comprender la causa de esas erradas políticas, responsabilidad colectiva de todos sus habitantes, reproduce el mecanismo de la regresión populista. Al populismo que la hundió en la crisis responde con neopopulismo salvaje. De la extrema derecha, en donde la indignación contra las invasiones del subdesarrollo supera toda otra medida exasperante, o de la izquierda radical y socialista, donde las responsabilidades son achacadas al capitalismo, al industrialismo, al institucionalismo o a cualquier otra razón que pueda ser fácilmente atribuida al establecimiento.
Es una situación compleja y extremadamente difícil de enfrentar. La pérdida de los privilegios de la prosperidad y de la seguridad en el propio progreso social suelen saldarse en el comportamiento del sujeto con un cúmulo de sentimientos de alta conflictividad sociopolítica: rencores, odiosidades, xenofobia, irresponsabilidad extrema y la tentación irreverente de echarse en brazos de caudillos mesiánicos y autoritarios, aquellos que pescan en el río revuelto de las crisis. Fue el caldo de cultivo del fascismo y del nazismo. Es el caldo del totalitarismo que comienza a calentarse sobre las naciones más evolucionadas del planeta.
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Si hay algo que hemos aprendido los venezolanos, víctimas centenarias del populismo – jamás desarraigado de nuestra práctica política – , es que nada, absolutamente nada puede darse por seguro en el desarrollo y evolución de los pueblos. Y que la tentación de echar por la borda los valores de la convivencia pacífica y la estabilidad democrática conquistados con esfuerzo y sacrificios sin par está siempre latente. Detrás de todo presidente está el caudillo, y de cada caudillo el monarca. Detrás de toda democracia, la monarquía, y de la monarquía, un tirano. Detrás de todo ciudadano, se arrastra avieso un siervo de la gleba. Son el fundamento último de nuestra sociabilidad. Ante una crisis mayor de nuestra vida en sociedad, reflotan el tirano, el siervo y la tiranía como refugios de falsas certezas. Para volver a entronizar al tirano, resucitar al siervo y hundirnos en el pantanal de la barbarie.
La cantidad y la calidad de las élites intelectuales, académicas, científicas, culturales, profesionales y empresariales de la Alemania de la República de Weimar eran sencillamente abrumadoras. El pueblo más culto del planeta no supo reaccionar con cordura y racionalidad ante los embates del bolchevismo y su propia crisis social y económica, que lo amenazaban con su disolución, echándose en brazos del más iletrado, irracional y fanático de sus ciudadanos. Abriendo paso a la crisis y la subsecuente guerra mundial, el conflicto bélico más grave experimentado por la humanidad en su turbulenta historia de atrocidades.
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A nuestra medida y circunstancia, fue lo que hemos vivido desde la crisis sufrida a partir del derrumbe de nuestras certezas económicas. Cuando el tristemente famoso viernes negro del 18 de febrero de 1983 pusiera fin a más de medio siglo de estabilidad monetaria y a un crecimiento y prosperidad económicas únicas no sólo en América Latina, sino incluso en Europa y gran parte del mundo civilizado. Que nuestra democracia era, en gran medida, una democracia subsidiada, y que nuestros valores civilizatorios dependían en gran medida de la seguridad económica que nos garantizaba el régimen de libertades conquistado el 23 de enero de 1958, lo demuestra la caída ininterrumpida en los abismos de la desestabilización, el golpe de Estado y el neopopulismo salvaje que no se detuvieran desde entonces. La pérdida de nuestra seña de identidad – un dólar a 4.30 con 60 años de existencia – demostró la fragilidad de nuestras convicciones democráticas y la latencia de dos factores disolutivos de nuestra identidad nacional siempre al acecho: el militarismo golpista y el populismo más desaforado.
Fueron los dos factores que impidieron la única respuesta sensata, racional y oportuna a la crisis profunda que nos sacudía desde ese nefando viernes negro y la aterradora incapacidad del gobierno de turno para enfrentarlo con lucidez y coraje: las medidas económicas y sociales del gobierno de Carlos Andrés Pérez. Medidas económicas y sociales de una elemental sensatez que el militarismo golpista y el populismo ancestral de nuestras élites no podían tolerar. Chávez, controlando al primero, y Caldera, manipulando al segundo, se confabularon para la brutal regresión hacia el neopopulismo salvaje, la tiranía y el servilismo que hoy sufrimos.
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Trece años de neopopulismo salvaje y el hundimiento en el más primitivo sustrato de nuestra nacionalidad – que el caso Aponte Aponte ha venido a poner de manifiesto en toda su obscena y aterradora crudeza – nos sitúan ante un panorama realmente desolador: si las encuestas más serias y responsables no mienten, de 28 millones de venezolanos, la nada módica suma de 14 o 15 millones se muestran solidarios con un gobierno corrompido hasta el tuétano, controlado por implacables narcoterroristas, ladrones, asaltantes y asesinos dispuestos a llegar a los últimos extremos por entronizar en nuestro país una tiranía al mando de un Estado narcoterrorista y forajido. Y de los restantes 14 o 15 millones que lo rechazan, la indudable conciencia democrática que los caracteriza no termina por fraguar una clara conciencia de las razones del profundo mal que sufrimos. Puede que el neopopulismo salvaje en el que se sustenta el régimen de oprobios que nos tiraniza no le luzca a esa mayoría democrática con todo el rigor de su perversa irresponsabilidad. Y considere que sin una abierta o secreta connivencia con los vicios del neopopulismo salvaje será imposible desplazar del Poder a quienes hunden consciente y sistemáticamente nuestros valores institucionales en el fango.
Hay demasiados indicios de una pérdida de nuestra singladura moral y de la complacencia de vastos sectores opositores con mecanismos de control y manipulación ciudadana característicos de una sociedad corrompida por el neopopulismo salvaje. Es cierto: la necesidad de salir del caudillo parece imponer la necesidad de transar en el manejo de nuestros valores esenciales. Y legitimar con la severidad de la ley lo que a todas luces constituye un perverso mecanismo de manipulación de las necesidades reales de nuestros sectores más desvalidos. Pero cometerían un grave error quienes creen que ante la gravedad de la crisis que enfrentamos más vale transar con el populismo y postergar para un futuro eventualmente más controlable la lucha por la decencia y la dignidad nacionales que enfrentarlo con toda la rudeza, la virilidad y el poder de una cruzada moral que vuelva a situar nuestros valores en el centro de nuestras preocupaciones esenciales.
La lucha por la conquista y consolidación de nuestra mayoría exige la paciencia, la previsión, la astucia, la tenacidad y la inteligencia en los pasos seguros con los que vamos avanzando. Combinando todas las formas de lucha. Pero ello no obsta para que no mantengamos alerta la conciencia de los mejores sobre nuestros problemas esenciales ni despertemos de su letargo criminal a quienes vegetan seducidos por el poder del neopopulismo salvaje que nos avasalla.