El misil norcoreano
Bastó que Washington cediese a las presiones de los acobardados europeos, y comenzase a negociar con Irán sobre el programa nuclear de los Ayatolas, para que Corea del Norte empezase de su lado a amedrentar con el posible lanzamiento de un misil de largo alcance, capaz de transportar un arma nuclear. Con su intransigencia, y a sabiendas de que los europeos perdieron hace rato la voluntad de defenderse, los iraníes han ganado lo que siempre buscaron: más tiempo para desarrollar la bomba atómica, meta que seguramente lograrán. Los déspotas coreanos aprendieron rápido la lección, que consiste en blandir amenazas y confiar en las inhibiciones de Washington. La izquierda internacional en general, y la norteamericana en particular, han logrado su objetivo: maniatar al Presidente Bush. La consecuencia es simple: los regímenes forajidos del mundo están envalentonados y no se detendrán sino más tarde, a costa de una guerra mucho peor de la que hoy se requeriría para doblegarles.
Desafortunadamente, la historia nos enseña que las cosas son así y no de otra manera. Hacen falta enorme coraje, gran visión política, y una perseverancia a toda prueba para sobreponerse a las actitudes «bienpensantes», timoratas y apaciguadoras que dominan la cultura política de Occidente. La falta de apoyo en la actual coyuntura histórica a la doctrina de guerrra preventiva de Bush, significará una guerra más cruenta en el futuro. Irán y Corea del Norte se encargarán de ello. Por los momentos, muy pocos se atreven siquiera a sugerir que Washington actúe a tiempo y con decisión, para impedir que ambos Estados forajidos concreten sus amenazas, y arrodillen a una comunidad internacional tan intimidada como hipócrita.
No hay duda que los campeones de la hipocresía son los rusos, seguidos de cerca por los chinos. El dictador moscovita, sostenido por los restos de la KGB y las nuevas mafias rusas, entra igualmente en juego, utilizando el petróleo y el gas para chantajear a sus vecinos, y estrangular un poco más el ya debilitado espíritu de los dirigentes europeos. No contento con eso, Vladimir Putin continúa suministrando tecnología nuclear a Irán, con la vana esperanza de que en su momento los misiles iraníes apunten hacia París, Londres y Berlin, y se olviden de San Petersburgo. Pierde de vista el tirano ruso que el fanatismo religioso no admite tales sutilezas. Por su parte Beijing alienta a sus asociados en Corea del Norte, «tira la piedra y esconde la mano», bloqueando a su vez las iniciativas de la pobre ONU orientadas a sancionar los proyectos nucleares iraníes. Irritados ante el inmenso poder (sobre el papel) estadounidense, Moscú y Beijing se refugian en lo que Lenin calificaría como una política aventurera.
En Venezuela, el más reciente recluta en las filas de los gobernantes forajidos, Hugo Chávez, se arma hasta los dientes, con la excusa de que el Pentágono se apresta a invadirle y poner fin a su disparatada revolución. Lo patético del caso es que Chávez cree a pie juntillas en el asunto. Si bien es cierto que las armas también le servirán para reprimir a un pueblo que le dará la espalda, lo es también que para Chávez resulta crucial —en términos de su imagen internacional y del cumplimiento de su fantasía heroica— adquirir armamentos que puedan disuadir al enemigo externo. Por ello no deberá sorprendernos que los lazos con Irán y Corea del Norte se profundicen, y Chávez acabe por proveerse de armas capaces de alcanzar directamente a Estados Unidos. Al fin y al cabo Miami se encuentra a sólo tres horas de vuelo desde Caracas, y Nueva York a seis. Un misil tomaría mucho menos en golpear esos jugosos blancos.
¿Qué hay de nuevo en esto? ¿Olvidamos acaso que Fidel Castro y los soviéticos intentaron hacerlo? ¿Y con satrapías como las que hoy dominan Irán, Corea del Norte, Rusia y China, qué se puede esperar? Al menos los soviéticos eran más serios, habían conocido la guerra de cerca, y en ocasiones respondían a una concepción menos insensata del poder. Los de ahora son tiranuelos repletos de ambición y dinero, y carentes de sentido de las proporciones.
Nunca como ahora han estado tan comprometidas la seguridad nacional y la soberanía de Venezuela, un país empujado por la fantasía revolucionaria de Hugo Chávez y sus socios cubanos al borde de la tragedia. El estamento militar venezolano no puede eludir su parte de responsabilidad en el diseño gradual de un ya visible escenario de confrontación, que puede cobrar un elevado precio a esta nación sumida en el delirio.