Opinión Internacional

El mesianismo latinoamericano postmoderno

Las presentes notas constituyen y se presentan como una aproximación tentativa de estudio del fenómeno de la personalización de la política. Fenómeno este que va de la mano con el avance del neopopulismo en toda la región y que ciertamente colmó la escena política durante la década de los años noventa. Basta ver como paralelamente a al desprestigio y caída de las organizaciones políticas y de sus cuadros políticos, se produce una efervescencia y despliegue de nuevos liderazgos altamente personalizados que se presentan en sus respectivos contextos y sociedades como la panacea y salvación. Fueron los casos de Carlos Saul Menem en la Argentina, Alberto Fujmori en el Perú de los noventa, Abdala Bucaram en el Ecuador y el cuadro de honor lo completo el “centauro llanero” Hugo Chávez Frías en la Venezuela de fin de siglo.

Si algo caracterizó el contexto político latinoamericano en los 90, fue sin lugar a dudas, la llamada crisis y si se quiere declive de la forma partido de hacer política, el desarrollo de situaciones de ingobernabilidad o crisis de gobernabilidad democrática de muchos de nuestros gobiernos, un descenso importante en los niveles de participación (que tradicionalmente habían sido muy altos) y el surgimiento de líderes que se presentan de manera aislada o independiente, como expresión de una suerte de desgaste institucional y de personalización del poder y de la política, con la consecuente reedición moderna del populismo tradicional.

Todos estos liderazgos (De Alberto Fujimori a Hugo Rafael Chávez) nacen en un ambiente de profunda crisis económica y de un natural hastío con una instituciones que hace años, no sólo se divorciaron de la ciudadanía, sino además, dejaron de ser claros portadores de proyectos de sociedad y de país. La llegada de Alberto Fujimori en 1990 se debió entre otras cosas a la gestión ineficiente de Alan García y de su organización (APRA) que produjo un malestar económico y social que a más de una década todavía se ven las secuelas.

El caso de Hugo Chávez Frías, es bastante similar. Venezuela desde el inicio de la década de 1990 mostró signos claros de agotamiento institucional, basta ver el quiebre que experimentó nuestro sistemas de partidos en 1993 con la elección del viejo caudillo y líder “socialcristiano” Rafael Caldera, aunado a la elección de nuevas figuras y movimientos regionales en las diversas consultas electorales de carácter regional. Sin embargo, tanto los partidos tradicionales como la dirigencia, pareciera que no se habían percatado de tales cambios, los desmanes y errores se seguían cometiendo, además no se contaba con gestiones exitosas salvo excepciones. Todo esto fue aprovechado por el líder neopopulista y máximo conductor de la intentona golpista del 04 de Febrero de 1992.

En 1998 con un proyecto vago, poco estructurado, sin asesores de punta, sin una organización formal y estructurada y con un discurso antipartido, antisistema y mesiánico, Hugo Chávez Frías haciendo dotes de orador y de esa suerte de “personalización de la política” logró calar en las grandes masas, las cuales aparte de estar insatisfechas y hasta fatigadas con un modelo de hacer política, eligen como vengador anónimo, al muchacho rebelde de Sabaneta.

De acuerdo, con Felipe Burbano de Lara, se trata de una forma de liderazgo muy personalizada que emerge de una crisis institucional de la democracia y del Estado, de un agotamiento de las identidades conectadas con determinados regímenes de partidos y ciertos movimientos sociales, de un desencanto general frente a la política, y del empobrecimiento generalizado tras la crisis de la década perdida.

Insistimos que esta suerte de personalización de la política se ha dado en un contexto político caracterizado por la debilidad y agotamiento de las estructuras partidarias, aunado a una situación de “malestar de la vida publica” de cuestionamiento y de rechazo de la política tradicional llevada a cabo por los partidos políticos y la clase política tradicional. Parafraseando al politólogo peruano Fernando Rospligliosi, tendríamos que los partidos políticos han tenido una gran responsabilidad, precisamente porque no entendieron la profundidad de su aislamiento en ciertos casos, tanto en Venezuela como en el Perú, estos no hicieron mucho por reconstituir sus vínculos con electores, modificar sus comportamientos e incluso intentar democratizar sus estructuras. El resultado todos lo conocemos.

Sí algo caracteriza la llamada personalización de la política en nuestra región en la cual el caso peruano, el venezolano, anteriormente el ecuatoriano y el argentino no es una excepción, es el apego a discursos emotivos que tienden a criticar las instituciones democráticas tradicionales al mismo tiempo promueven programas de gobierno de tipo liberal, estos rasgos constituyen una característica distintivo del populismo tradicional que ha sido definido por parte de la politología y sociología política como “neopopulismo” en estos nuevos liderazgos (Chávez – Bucaram – Fujimori) según Carlos Vilas encontramos la encarnación de los caudillos electorales de la posmodernidad.

Apoyándonos en los tipos ideales propuestos por Max Weber alrededor de los tipos de autoridad – legitimidad, y específicamente la autoridad carismática, debemos partir antes que nada, que Weber entiende por carisma “la cualidad extraordinaria (condicionada mágicamente en su origen, lo mismo si se trata de profetas que de hechiceros, árbitros, jefes de cacería o caudillos militares) de una personalidad, por cuya virtud se le considera en posesión de fuerzas sobrenaturales o sobrehumanas – o por lo menos es específicamente extracotidianas y no asegurables a cualquier otro – o como enviados de Dios, o como ejemplar y, en consecuencia, como jefe, caudillo, guía o líder. Cabría preguntarnos que de extraordinarios tienen estos traficantes de esperanzas y sembradores de mensajes vagos.

Tanto en el caso de Alberto Fujimori (Perú) como de Hugo Chávez Frías (Venezuela) encontramos que surgieron y se presentaron como mesías y salvadores de sus respectivos países y contextos. En ambos casos constituyen y expresarían de acuerdo a Felipe Burbano de Lara la crisis de representación provocada por la llamada posmodernidad. La posmodernidad daría espacio a formas de representación menos institucionalizadas y más personalizadas.

En los años noventa, si algo sobresale en nuestros escenarios es que la política cada vez más tiende a ser desarrollada ya no a nivel de instituciones y organizaciones, sino a nivel de individuos y personas. Por su parte Carina Perelli es partidaria de que la llamada personalización de la política y del poder se desarrolla en un contexto caracterizado por :1.- Crisis del partido por falta de representatividad ciudadana o pérdida de su identidad ;2.- Desconfianza en el viejo liderazgo que aparece desacreditado por diversas razones ;3.- Necesidad en buena parte de la población de un mensaje de esperanza y de cambio ;4.- Existencia de una persona dispuesta a encarnar el liderazgo sin demasiadas ataduras que pueda tener una fácil comunicación con las masas.5.- Propuestas de acción vagas que implican substancialmente la realización de una actividad simbólica tendiente a tener en cuenta los intereses populares.

Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la personalización de la política de acuerdo a Norbert Lechner revela una situación de “Desbordamiento Institucional” situación esta en la que la política rebasa así a las instituciones y se instala de esa forma en redes informales (líderes, pequeños grupos y organizaciones, etc.) lo cual pone de manifiesto que la toma de decisiones ya no radica únicamente en el seno de las instituciones(corporaciones, partidos, etc.) sino que transciende a esferas muy reducidas e individuales.

Fujimori, Menem y recientemente Chávez, surgen en una contexto caracterizado por la presencia de los factores y situaciones antes descritas, que paradójicamente favorecen la irrupción de estos nuevos actores y/o liderazgos. Para nadie es un secreto que la sociedad en estos años tiende a despolitizarse y la política a desocializarse de acuerdo con Danilo Zolo “la política no solo pierde su lugar central, la informalización deja a la política estrechamente fuera de lugar , en todos lados y en ninguna parte”. En palabras del politólogo francés Bernard Manin tendríamos que los electores votan cada vez por una persona, no por un partido o por programa. Venezuela es un claro ejemplo de estos fenómenos y tendencias que pareciera ganan espacio en detrimento de la política institucional y de la democracia representativa.

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